Nazareth: Escuela de Amor

Domingo de la Sagrada Familia

Si 2, 2-6. El que teme al Señor, honra a sus padres
Sal 127. Dichoso el que teme al Señor
Col 3, 12-21. La vida familiar, vivida en el Señor

Evangelio:
Ciclo A: Mt 13-15.19-23. Toma al Niño y a su madre y huye a Egipto
Ciclo B: Lc 2, 22-40. El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría
Ciclo C: Lc 2, 41-52. Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores

Continuamos a celebrar la Navidad, que para los cristianos, es más que un día, se trata de un tiempo litúrgico, un tiempo de culto divino, un período en el cual contemplamos en adoración el gran misterio de Dios que se ha encarnado, Dios se ha hecho hombre en Jesús nacido en Belén, es más, en Jesús contemplamos como Dios ha querido entrar en la historia de la humanidad, lo ha hecho a través de un pueblo en particular, a través de una culturaconcreta y a través de una familia determinada.  En medio de los grandes signos y progidios que rodean el nacimiento del Salvador del mundo, la vida doméstica y común de la Sagrada Familia de Nazaret se nos propone como tema a meditar en este día, pues en ella la familia cristiana encuentra una verdadera escuela de discipulado, en ella nuestras familias descubren la grandeza de su misión, ser escuelas del amor. Podríamos decir que en la escuela de Nazareth se nos enseñan cinco lecciones discipulado:

Primera lección: la obediencia. Vemos como “Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. La presentación de Jesús en el Templo y la purificación de santa María son ciertamente un claro ejemplo de la obediencia que vivía la familia de Nazareth a la Palabra de Dios que había sido dada a Israel desde la antigüedad. Es más, de todo este período se nos dice que Jesús estaba «sometido» a sus padres y que «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2, 51 – 52). Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial.” (CEC 531-532) En la obediencia a san José y a santa María, Jesús vive la obediencia al Padre eterno. Lo mismo aprendemos nosotros en la obediencia a nuestros padres, ya que ellos son nuestra primera imagen del amor de Dios en nuestras vidas.

Segunda lección: el silencio. Por una parte, podemos ver como ningún evangelista pone palabras en boca de san José, pero recalcan siempre su justicia y la prontitud de su obediencia, por otra parte tenemos a María santísima que contemplaba todo guardándolo en su corazón, enseñándonos como el espíritu de recogimiento interior es necesario para reconocer el paso de Dios en nuestras vidas. Incluso Nuestro Señor Jesucristo se nos presenta siempre en silencio, con una excepción que irrumpe como manifestación gloriosa de su misión: ha venido a ocuparse de las cosas de su Padre, ha venido a hacer su voluntad, ha venido a enseñarnos el camino del retorno hacia Él. ¿Quienes hablan al momento de la presentación de Jesús en el Templo? Simeón y Ana, ambos para dar testimonio de las obras que el Señor está realizando en este Divino Niño. También nosotros en el silencio orante de nuestro día a día, aprendemos a reconocer la voluntad de Dios para nosotros, sólo quien calla puede escuchar, así luego de haber interiorizado la Palabra la pondremos por obras en actitudes y comportamientos concretos que hablarán de aquel que se manifiesta en ellas.

Tercera lección: el trabajo. San Pablo VI, nos dice que Nazareth nos enseña a comprender y a celebrar “la ley severa y redentora de la fatiga humana, la conciencia y dignidad del trabajo” porque el “hijo del carpintero” nos recuerda que el trabajo aunque no es un fin en sí mismo, sí es un medio de santificación en el que desarrollamos aquellas cualidades que nos fueron dadas por Dios, en el que fructifican esos talentos, y en el que educamos también nuestra vida, puesto que en el esfuerzo cotidiano los vicios de la pereza y mediocridad se van extirpando. A través de la realidad cotidiana del trabajo vivido en santidad, la gloria de Dios resplandece en este mundo.

Cuarta lección: la comunión. Jesús, la santísima Virgen y san Jose suben juntos a Jerusalén. Esta es la pedagogía de la vida doméstica de la familia de Nazareth, sólo ahí se descifra qué es la familia, su “carácter sagrado e inviolable” sólo ahí se puede aprender la dulzura y la ternura del encuentro con la Misericordia de Dios, ahí el hombre descubre en sus padres la primera imagen de Dios para su vida, y ahí los padres descubren el gran don Dios que han recibido en sus hijos.

Quinta lección: Eclesialidad. Dijo el Señor “El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50). El vivir según la voluntad de Dios, nos incorpora a la familia de Jesús, María y José; a través de ella entramos en una nueva dinámica relacional, los bautizados formamos en la Iglesia parte de esta gran familia de hijos de Dios, por lo cual nadie es ajeno a las dificultades de los demás. Somos parte de una gran familia que está compuesta por los que peregrinamos aún en este mundo, por los que están atravesando la última purificación antes de llegar al cielo y por aquellos que ya del todo purificados están gozando de la presencia de Dios e interceden por nosotros. Nazareth nos enseña que estamos unidos por un vínculo que es más fuerte que la muerte, estamos unidos en el amor de Dios.

Así la Sagrada Familia de Nazareth nos enseña cinco lecciones de discipulado: obediencia, silencio, trabajo, comunión y eclesialidad; son cinco lecciones que nos enseñan a vivir el amor tal como Cristo nos lo enseñó a lo largo de toda su vida, y que se comienzan a aprender en el seno de la familia en la que Dios, desde la eternidad, pensó en ponernos a cada uno.

La Iglesia al contemplar el misterio de la Navidad, nos invita en este domingo a poner la mirada sobre la Sagrada Familia de Nazareth, la cual es el modelo de toda la vida familiar cristiana. Tanto la primera como la segunda lectura están llenas de consejos a tener en cuenta, al poner cuidado descubrimos que en ellos no sólo hay recomendaciones de convivencia pacífica y natural, sino que se va más allá, se observa la vida familiar bajo la mirada de Dios.

Es cierto que en toda comunidad humana, como es la familia, habitualmente encontramos motivos naturales que llevan un poco de tensión: la convivencia bajo el mismo techo con otra persona durante tanto tiempo, el tomar decisiones juntos, el saber que la decisión de uno de alguna manera siempre tendrá un impacto los demás, la educación y crianza de los hijos, la convivencia con los hermanos, el tener que apoyar a un padre o una madre en la ancianidad, el mantenimiento del hogar, comida, vestido, techo, transporte, etc.

Sin embargo, los cristianos no nos quedamos ahí, sino que dejamos que la luz de la razón iluminada fe penetre todo ese vaivén de sentimientos y consideramos los motivos sobrenaturales que nos llevan a la paz del corazón, signo de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, y esto lo hacemos al contemplar la Sagrada Escritura. Como escuchamos en el Evangelio de hoy según lo que se vive a lo largo de la tierna infancia de Jesús, Él será un signo de contradicción, perseguido y sufrido desde su nacimiento, el descubrirá los pensamientos del corazón. Sin embargo, el ejemplo de san José y María santísima es claro, el Señor no desampara, por medio de los ángeles constatan una vez más que sus vidas no están en las manos de los hombres sino en la de Dios, ya aún desde los momentos más tiernos con el recién nacido también comienzan a descubrir la cruz a través de la persecución y la migración, pero también descubre la nueva vida que comienza en los consuelos de las intervenciones divinas y de modo especial, en la alegría que trae el nacimiento del Niño Jesús.

Hoy en día, en medio de tanta publicidad que nos incita a abandonar la virtud de la abnegación en aras de una mayor comodidad la cual disfraza la enfermedad de la mundanidad espiritual, hemos de recordar en medio de las crisis familiares que en la Iglesia no predicamos un “evangelio de la prosperidad” o “edulcorado” sino el “Evangelio del amor hasta el extremo”, por lo que ser bendecidos por Dios no equivale a tener riquezas, éxitos terrenos o seguridades materiales, ser bendecidos por Dios no significa “no sufrir”.

Ser bendecidos por Dios es saber tenemos a Cristo al centro, que no nos faltará nada de aquello que necesitemos para irradiar su gloria, nuestras familias tienen la virtud de ser un signo en el mundo del amor de Dios, ser bendecidos significa que gozamos de todos los medios necesarios para ir al cielo, y los encontramos de modo especial en la convivencia del día a día en el hogar, y queridos hermanos, si hablamos de medios para ir al cielo recordemos que el medio por excelencia será la Cruz.

En la familia a veces estamos como en el Monte Tabor, aquel lugar donde experimentaran el gozo, la armonía y la paz de estar en la presencia de Dios, en otras ocasiones estamos en el Calvario en donde el hombre muere a sí mismo, a sus propios egoísmos, para dar lugar a la vida nueva del Resucitado

«Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, “en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras” (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y “escuela del más rico humanismo” (GS 52, 1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.»

Catecismo de la Iglesia Católica n. 1657

Que el Señor nos conceda la gracia que la luz que resplandece en la Sagrada Familia de Nazareth ilumine nuestras familias para que sean también ellas verdaderas escuelas de discipulado, escuelas donde aprendamos a amar con Jesús lo hizo. Así sea.

Img:  «La Sagrada Familia» de Esteban Murillo