Santos Inocentes

1Jn 1, 5 – 1Jn 2, 2. La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado
Sal 124. Nuestra alma se salvó como un ave de la trampa del cazador
Mt 2, 13-18. Herodes mató a todos los niños menores de dos años en la comarca de Belén

Desde sus primeras páginas, la primera carta de san Juan es un texto precioso e iluminador, es una exhortación a la comunidad cristiana que comienza a sentir los embates de diferentes errores sobre la fe que se comenzaban a propagar en su época y que, de alguna manera, se presentan una y otra vez a lo largo de la historia.

Hoy comienza afirmando “Dios es luz”, esta idea no es totalmente del Nuevo Testamento, sabemos bien que los salmos y los profetas nos hablan de Dios como luz. Igualmente en las palabras del anciano Simeón al Divino Niño Jesús encontramos que le llama “luz de las naciones”. La luz es símbolo de la gloria y majestad divinas. También el Señor Jesús se nos presenta como luz en cuanto que disipa las tinieblas del error y al pecado. En este sentido el énfasis que hace la primera carta de san Juan va más bien en un plano moral que intelectual, pues si bien es cierto la luz de la fe es el conocimiento que nos ha llegado por la revelación que Jesús ha hecho del Padre, esa luz debe resplandecer también en nuestro modo de obrar. Puesto que nosotros entramos en comunión con Él debemos vivir como Él vivió, no se puede vivir en las tinieblas y en la luz al mismo tiempo. Con estas enseñanzas san Juan estaba combatiendo una serie de herejías que comenzaban a considerar el pecado como algo sin importancia, parecería lo que se vive en muchos lugares aún hoy en día, la pérdida del sentido del pecado como una ofensa a Dios y pérdida de la comunión con Él y con los hermanos, muchos por llevar una vida espiritual tibia y negligente terminan habituándose a esa situación y endurenciendo el corazón de modo que comienzan a perder su “necesidad” de vivir según Dios y de esa autosuficiencia luego se pasa al autoengaño, que muchas veces se esconde bajo aquella afirmación de “X no es pecado para mí, la Iglesia se equivoca”, además había otra herejía que propugnaba una especie de unión inmediata y directa con Dios, como si los demás no tuvieran que nada que ver, se perdía de vista la importancia de la comunidad, podríamos poner en esta comparación las corrientes intimistas que terminan rayando en el individualismo y que promueven la cultura del descarte, basta que me “sienta bien yo” pero nuestro hermano ¿donde queda?

Otro punto importante de estas primeras letras de la carta es el reconocimiento de que todo hombre es pecador, ciertamente Cristo ha venido para dar su vida por amor en el madero de la Cruz y salvarnos, y por la fe hemos abrazado la gracia de la redención, sin embargo en el día a día experimentamos las heridas que el pecado a dejado en nosotros, hacemos experiencia de nuestra debilidad, bien lo dice el salmo “el justo cae siete veces al día”, sin embargo ante esa situación san Juan nos invita a no desanimarnos sino a recordar que tenemos Cristo Jesús como abogado ante el Padre que intercede por nosotros. 

«El apóstol San Juan — comenta San Alfonso Mª de Ligorio— nos exhorta a evitar el pecado; pero, temiendo que decaigamos de ánimo, al recordar nuestras pasadas culpas, nos alienta a esperar el perdón, con tal que tengamos la firme resolución de no caer, diciéndonos que tenemos que habérnoslas con Cristo, que no murió sólo para perdonarnos, sino que además, después de muerto, se ha constituido abogado nuestro ante el Padre celestial» (Reflexiones sobre la Pasión 9,2).

De hecho le llama “propiciación por nuestro pecados”, en el antiguo Templo de Israel el propiciatorio era una tabla de piedra sobre la cual se arrojaba la sangre de los sacrificios ofrecidos en expiación de los pecados, nuestro Señor Jesús, inmolándose en el madero de la Cruz derramó su preciosíma sangre por amor a nosotros, Él mismo es sacerdote que ofrece el sacrificio, víctima que se ofrece en sacrificio y el altar donde se ofrece el sacrificio. Que san Juan haga énfasis en el derramamiento de la preciosísima Sangre del Señor es una respuesta a ciertas corrientes que negaban la humanidad de Jesús, como la de un hombre llamado Cerinto, que negaba la eficacia salvadora de la sangre de Jesús. El gran misterio de la navidad que seguimos teniendo como eje transversal de nuestras celebraciones, nos recuerda que el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza mortal justamente para ofrecerse en propiciación por nuestros pecados, el Niño recostado en pañales sobre el madero del pesebre un día subiría al madero de la Cruz para ofrece el supremo sacrificio para el perdón de los pecados. 

Al hablar del tema de la sangre derramada nos enlazamos al santo Evangelio que contemplamos hoy, los niños inocentes que mueren a causa de la rabia de Herodes, vierten su sangre en testimonio de Cristo, los méritos de su mártirio anuncia la llegada de Aquel que derramó su preciosíma Sangre por amor a la humanidad entera.

La conducta cruel de Herodes era conocida, según cuenta el historiador Flavio Josefo, mandó a matar a su yerno, a Salomé, al sumo sacerote Hircano II y a su mujer, al hermano de ella, a sus hijos y a los padres de estos, incluso quizo mandar a matar a los nobles de los judíos de la época pero sus planes se frustraron. De ahí que no resulta extraño a su reinado el acto criminal que cometió. Los llantos de aquella noche en las casas de tantas mujeres hacen que el evangelista recuerde a Raquel, esposa de Jacob, en un oráculo del profeta Jeremías «Una voz se oyó en Rama, lamentación y gemido grande: es Raquel que llora a sus hijos y rehúsa ser consolada, porque no existen.» Recordemos que esta palabra se evoca en un primer momento al recordar la salida de los israelitas que van deportados a Babilonia, es un anuncio de duelo nacional, análoga situación la que se vive en aquel día en Belén donde tantos niños serán vilmente asesinados. Sin embargo, la colocación del texto del profeta no es simplemente para lamentarse, puesto que aquel oráculo tiene un trasfondo de consuelo porque no sólo se anuncia que el pueblo sale al destierro, sino que Dios no le ha olvidado, le restaurará y hará una alianza definitiva, así el pasaje del Evangelio si bien lamenta la muerte de los niños mártires y la persecución del Niño Jesús se nos abre la perspectiva de la salvación futura que está por cumplirse.

«Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación. (…) ¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria» (S. Quodvultdeus, Sermo   2 de Symbolo).

Al contemplar la palabra que nos ha sido dirigida en este día, por intercesión de estos santos inocentes, podamos nosotros rechazar siempre el pecado viviendo bajo la luz de Cristo que ha venido para salvarnos, para llevarnos a vivir en comunión con el Padre eterno y con nuestros hermanos

IMG: Martirio de los niños inocentes, Giotto