Buscando la Unidad

XXVI Domingo del TO – Ciclo B

Muchas veces al pensar en Juan, recordamos al discípulo amado, aquel que tuvo una unión tan íntima con Jesús incluso en los momentos más difíciles al pie de la Cruz, sin embargo, no debemos de olvidar que también era conocido con su hermano como “boanerges” que significa “hijo del trueno” y ciertamente el episodio que meditamos hoy en el Evangelio nos hace patente el porqué de este apodo. Con su celo e impetuosidad se anima junto a otros a impedir que alguien hago algo bueno en nombre del Señor porque no es parte de su grupo, busca defender, custodiar, salvaguardar el grupo e incluso quizás al mismo Jesús, sin embargo la mirada del Divino Maestro es más amplia, está movida por su amor misericordioso, y es entonces que se recibe una hermosa lección, el amor divino no está atado a nuestras categorías habituales, por buenas que nos parezcan, obra con libertad y muchas veces nos sorprende.

El papa Benedicto XVI comentando una frase de san Agustín que dice «Como en la católica –es decir, en la Iglesia– se puede encontrar aquello que no es católico, así fuera de la católica puede haber algo de católico» (Agustín, Sobre el bautismo contra los donatistas: pl 43, VII, 39, 77). Comentaría: “los miembros de la Iglesia no deben experimentar celos, sino alegrarse si alguien externo a la comunidad obra el bien en nombre de Cristo, siempre que lo haga con recta intención y con respeto. Incluso en el seno de la Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste esfuerzo valorar y apreciar, con espíritu de profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las diversas realidades eclesiales. En cambio, todos y siempre debemos ser capaces de apreciarnos y estimarnos recíprocamente, alabando al Señor por la «fantasía» infinita con la que obra en la Iglesia y en el mundo.” (Angelus 30 de septiembre de 2012)

Pudiera suceder que dentro de nuestra comunidad eclesial a veces se experimentasen quejas, rencillas o incluso temores entre los diferentes grupos de nuestra parroquia que proponen un itinerario de vida en el Señor, incluso podrían a veces darse comparaciones entre parroquias o movimientos, familias, o incluso entre personas, puesto que se percibe que el propio modo de vivir la fe es el mejor, el ideal, la propuesta más excelente y casi que queremos amarrar el Espíritu de Dios a unas categorías y esquemas determinados, con tal de salir triunfadores en una competencia frente a los demás. En ocasiones esta desviación no se manifiesta en un afán de sobresalir frente al otro sino a través del menosprecio o desprecio total de lo que el otro es o hace, lo que se pretende es denigrar para “parecer más grande”. Al final se ideologiza la fe y se cae más bien un proselitismo que en un proceso evangelizador. El error de base es que el otro se comienza a percibir como una amenaza, quiero defender mi idea y pierdo de vista que somos hijos de un mismo Padre, por tanto hermanos, y el bien de uno es bien para el otro. Luego también se olvida que la verdadera medida en la vida espiritual del cristiano, y de una comunidad que se llama tal, no va regida por la mayor complejidad de normas que tenga, ni por el mayor número de miembros, sino por su capacidad de vivir el amor en Cristo Jesús.

Nunca perdamos de vista que nuestra piedra de toque es la virtud de la caridad, el amor prójimo, que se manifiesta en la atención al otro por amor a Cristo, como se ejemplifica con el vaso de agua ofrecido a un discipulo del Señor, y el amor a Dios, que no sólo busca evitar el pecado sino también las situaciones que nos podrían apartar de la comunión con Dios haciendonos caer en el pecado, como se ejemplifica con el cortarse una mano o sacarse un ojo si ello es causa de perdición – y ojo que en esos casos aún estamos en el límite hacia abajo recordemos que el verdadero amor por Dios no sólo se manifiesta en evitar el mal sino en  procurar el bien, más aún, en buscar siempre aquello que le glorifique más.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de estar abierto al hermano y lo que Él quiere hacer por medio suyo, siempre en un espíritu de acogida y amor para saber discernir los caminos por los cuales somos conducidos a las moradas eternas donde todos le alabaremos en un eterno acto de adoración.

• Nm 11, 25-29. ¿Estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo profetizara!

• Sal 18. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.

• St 5, 1-6. Vuestra riqueza está podrida.

• Mc 9, 38-43.45.47-48. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te induce a pecar, córtatela.