Toda alma cristiana anhela la vida en santidad, pues esta no es otra cosa sino una vida en unión íntima con Dios, y ¿cómo caminará hacia esa unión si no la ejercita en la Santa Misa con la Sagrada Comunión? Si la Eucaristía es la actualización del misterio pascual, el sacramento en el cual Cristo da su vida por amor en el santo sacrificio que se celebra, ¿cómo alguien pudiendo unirse a Él en el momento donde manifestó más perfectamente su amor por la humanidad no habría de hacerlo? De Ahí que para todo cristiano la vivencia de la celebración de la Santa Misa y la santa comunión sean tan importantes en su relación Cristo y su Iglesia.
La Eucaristía se llama sacramento del amor porque es “fruto del amor que se entrega, y por tener como primer efecto el acrecentar en nosotros el amor de Dios y de las almas” (P. Garrigou-Lagrange, Tres edades de la vida interior, 479), santo Tomás de Aquino dice que lo es porque nos une perfectamente a la pasión de Cristo (cf. STh II, q. 73, a. 3, sed contra 3), el Papa Benedicto XVI nos enseña que “la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre…en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos « hasta el extremo », hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (Sacramentum Caritatis n.1)
San Juan con el Discurso en la Sinagoga de Cafarnaún nos muestra que el Señor no ocultó el valor de este excelso sacramento “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.” (v.35); “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” (v. 51); “En verdad, en verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” (v. 53-56)
Así como en el mundo creado y visible los seres vivos se alimentan, pensemos en las plantas que toman nutrientes de la tierra, pensemos en los animales que los toman de las plantas u otros animales, o el mismo cuerpo humano que precisa de alimentos para sobrevivir, lo mismo necesita también nuestra alma necesita alimento, pero siendo espiritual su alimento es espiritual, al conocer la realidad que le rodea sea alimenta de la verdad, y al amar del bien que llega poseer, por la fe, la esperanza y la caridad, el alma cristiana es capaz de gustar del Sumo Bien y la Suma Verdad en Dios mismo, particularme puede gustar de aquel que se definió como “Verdad y Vida” en la Santísima Eucaristía.
De ahí la importancia de esta unión con Cristo, que es una Unión Mística fruto de la don que Cristo hace de sí mismo. Así como si uno no come o come mal tiende a decaer lo mismo sucede en la vida espiritual. Así como el pan material restaura el organismo porque renueva sus fuerzas que han venido a menos por el trabajo y la fatiga el pan del cielo “repara las fuerzas espirituales que perdemos por negligencia…nos libra de las faltas veniales, devuélvenos el fervor que por ellas habías perdido y nos preserva del pecado mortal” (P. Garrigou-Lagrange, 481). Así como cuando un joven está en período de desarrollo físico la comida le aumenta la fuerza y le hace crecer, lo mismo provoca la Eucaristía en nuestra alma, la fe adquiere firmeza, la esperanza adquiere seguridad y el amor adquiere mayor ardor. Y así como un gusta de la comida material también el alma encuentra su deleite en el alimento espiritual.
¿Cuáles son las condiciones necesarias para hacer una buena comunión? Papa Pío X nos recuerda una recta y piadosa intención, una buena preparación y una fervorosa acción de gracias. “Intención recta quiere decir que aquel que se acerca a la snta comunión con lo haga movido por la costubre, ni por vanidad, ni por cualquier ora razón humana, sino que pretenda únicamente responder a la voluntad del Señor, unirse a Él más estrechamente por la caridad y , meidante este divino remedio, sanar sus enferemdades y culpas”
El P. Lagrange nos habla incluso de unas disposiciones particulares para una comunión no sólo buena, sino ferviente cuyo valor reposa en los santos deseos con se reciba, ya que así gusta menos quien se encuentra enfermo o sacio y gusta más la comida quien se acerca con mayor apetito, así el alma indispuesta o sacia aprovechara menos y gozará más el alma entre más deseo traiga de recibir al Señor. De este modo se habla de unas disposiciones negativas: desapego al pecado venial y el combate a la afición a las imperfecciones con lo cual se hace oposición a la indisposición; y unas positivas: “la humidad (Señor no soy digno…), un profundo respeto a la Eucaristía, la fe viva y un deseo ardiente de recibir al Señor” (P. 484) por la cual crece nuestra hambre de Dios. Para crecer en ella es menester meditar despacio y continuamente como sin ese alimento moriríamos espiritualmente a la vez que practicamos algunas mortificaciones particularmente aquello que nos ayude a librarnos de nuestro egoísmo y afán de autosuficiencia, dejar de abatirnos por nuestras naderías, muchas veces llenamos nuestra corazón de aflición por imaginaciones tontas, antes bien mi vista y atención han de estar puestos en la gloria de Dios y la salvación de las almas. Como santo Domingo que se decía que sus días lo usaba para predicar y sus noche para orar por la salvación de las almas.
Con estas pinceladas para nuestra vida espiritual querido hermanos procuremos acercarnos al sacramento del altar bien dispuestos y con frecuencia, para que uniéndonos más a Cristo Jesús nos vayamos pareciendo cada vez más a san Juan que descansaba en el pecho de su Señor.
IMG: «El Salvador con la Eucaristía» de Juan de Juanes