Apuntes Primera conferencia del curso Maps of Meaning de Jordan B. Peterson, titulada “Lo que es, lo que debería ser” (IA).
1. Sobre el curso
Este curso introduce una pregunta fundacional: ¿cómo orientarnos en la realidad para vivir con sentido? El Dr. Jordan B. Peterson, psicólogo clínico y profesor, ha investigado durante décadas la relación entre motivación, emoción, mitología y conducta. Su propuesta integra psicología, neurociencia y tradiciones simbólicas para explicar por qué los seres humanos no solo describen el mundo, sino que lo habitan buscando fines y valores.
“Mapas de sentido” parte de una tesis simple y profunda: las personas actúan dentro de marcos (frames) que organizan percepción, atención y movimiento hacia metas. Comprender esos marcos no es un lujo intelectual; es una necesidad práctica para navegar entre orden y caos, sufrimiento y crecimiento, hábito y transformación.
Para cualquier lector, este itinerario resulta interesante por tres razones. Primero, ofrece un lenguaje preciso para nombrar experiencias cotidianas (atención, relevancia, emoción, decisión). Segundo, muestra cómo las narrativas—desde las películas hasta los relatos religiosos—modelan la acción más de lo que creemos. Tercero, propone una ética de responsabilidad: elegir metas altas reconfigura la percepción y, con ella, la vida.
2. Dos modos de mirar el mundo
Existen dos formas fundamentales de abordar la realidad. La primera, propia del pensamiento materialista moderno, se centra en la composición objetiva del mundo: sus átomos, leyes físicas y estructuras. Este enfoque ha permitido un progreso científico inmenso, pero tiende a olvidar que los seres humanos no somos observadores neutrales sino agentes en constante movimiento. La segunda forma de mirar se pregunta no solo qué es el mundo, sino cómo debemos actuar dentro de él.
La propuesta de Peterson subraya que esta segunda mirada es más primaria, porque la vida no consiste en contemplar pasivamente, sino en navegar y decidir. Toda percepción, incluso la más elemental, se enmarca en acciones: dirigir los ojos, enfocar la atención, discriminar lo relevante. Así, lo que llamamos “dato puro” es ya un resultado de selección práctica. La acción antecede a la percepción consciente.
Por ello, reducir la existencia al mero “qué es” supone un empobrecimiento. La pregunta “¿qué debo hacer ahora?” define con más fidelidad nuestra condición. El ser humano está siempre en tránsito entre un punto de partida y un destino, organizando estrategias para reducir la distancia. Esa estructura triangular (situación, meta y camino) constituye el marco básico de nuestra experiencia vital.
3. Percepción enmarcada: de la cibernética a la fenomenología
La cibernética mostró que los sistemas se orientan corrigiendo desvíos hasta alcanzar un blanco. En términos humanos, actuar en el mundo implica exactamente eso: partir de una situación inicial, proyectar una meta y ajustar la conducta en función de los errores percibidos. La percepción misma depende de la acción porque lo que vemos es lo que nos ayuda a acercarnos al objetivo.
Por otra parte, la fenomenología insistió en que lo más real es aquello que aparece en la conciencia como significativo. No hay “cosa” sin un sujeto que la perciba dentro de un horizonte de sentido. Así, un mismo fenómeno puede ser amenaza, recurso o indiferencia, según el fin que nos orienta. Husserl y Heidegger señalaron que la ciencia, al absolutizar lo objetivo, había desvalorizado la experiencia subjetiva, con el riesgo de hundirnos en el sinsentido.
Ambas perspectivas convergen en un punto: vivimos dentro de marcos de acción que definen qué es figura y qué es fondo. Concentramos los recursos cognitivos en lo que es útil para avanzar, mientras lo irrelevante se diluye en la periferia de la conciencia. De ahí que ver, atender y actuar constituyan un único proceso inseparable.
4. Atención, relevancia y el problema de la infinitud
La realidad ofrece detalles virtualmente infinitos. Si tuviéramos que procesarlos todos, quedaríamos paralizados. Lo que permite seleccionar es la relevancia, y esta depende de la meta que guía la acción. Un pintor realista puede detenerse en las gradaciones de color de una pared uniforme, mientras que para la mayoría de las personas esos matices carecen de valor práctico.
El filtro de la relevancia no es opcional: es condición de supervivencia. Elegir a qué atender determina la eficacia de nuestras decisiones. Incluso la memoria se organiza por relevancia: recordamos lo que incidió en nuestros fines, no todo lo que vimos u oímos. El orden de la experiencia surge, entonces, de un marco que asigna prioridad a ciertos elementos y descarta otros.
La pregunta fundamental se convierte en: ¿qué estructura utilizo para enfocar mi percepción y decidir mis acciones? La respuesta es siempre un marco narrativo que define de dónde parto, hacia dónde voy y por qué vale la pena el esfuerzo. Allí reside la clave de la orientación existencial.
5. Emoción: el sistema de corrección de trayectoria
Las emociones actúan como brújula en el recorrido hacia una meta. El progreso genera sentimientos positivos que confirman el camino; los obstáculos provocan emociones negativas que indican desviación. Esta dinámica se parece a un misil guiado que corrige su curso hasta dar con el objetivo.
El problema surge cuando un marco demasiado estrecho subordina fines superiores a metas inmediatas. Un ejemplo simple: al manejar, un peatón puede percibirse como “estorbo”, aunque desde un marco ético más amplio sea un prójimo digno de respeto. La emoción negativa, sin regulación, puede distorsionar el juicio.
La madurez consiste en anidar las metas menores dentro de fines más elevados, de manera que la emoción quede encuadrada en una jerarquía de valores. Así se evita que la frustración momentánea nos haga perder de vista la dirección más importante de la vida.
6. Narrativa: la forma natural del marco
Toda acción se inscribe en una historia. Una narración básica describe el tránsito de un punto de inicio a un destino, con los obstáculos y reajustes necesarios. Las historias más complejas relatan cómo el marco mismo colapsa y se reconstruye, generando crecimiento.
Consumimos ficción porque nos permite ensayar marcos sin riesgo vital. Adoptamos la perspectiva de un personaje, sentimos sus emociones y practicamos posibles respuestas. Esa simulación narrativa es pedagógica: nos prepara para enfrentar lo inesperado en la vida real.
Incluso la ciencia se apoya en un relato implícito: el de “hacer el mundo mejor”. Sin esa orientación, el conocimiento técnico podría volverse destructivo. Reconocer la centralidad de la narrativa significa aceptar que el ser humano necesita marcos de sentido, y que estos se transmiten en forma de historias.
7. Motivaciones: más que impulsos, sub-personalidades
El conductismo explicó la conducta como cadenas de reflejos condicionados. Aunque logró describir patrones, no captó la complejidad de las motivaciones humanas. Éstas no son simples impulsos aislados, sino configuraciones que reorganizan percepción, memoria y conducta cuando toman el control.
La ira, por ejemplo, no es solo una reacción; es una sub-personalidad que colorea todo el mundo de tonos hostiles, selecciona recuerdos negativos y orienta las palabras hacia la confrontación. Lo mismo sucede con el hambre, el miedo o la atracción sexual: cada motivación genera un micro-universo de significados.
Pensarlas como sub-personalidades ayuda a reconocer que no siempre somos dueños absolutos de nosotros mismos. Muchas veces somos “poseídos” por estados que nos superan. La tarea es integrar esas fuerzas en un consejo interior ordenado, donde ninguna anule a las demás y todas estén al servicio de fines superiores.
8. Juego, entusiasmo y la escalera ascendente
Un criterio práctico para discernir metas auténticas es el entusiasmo que generan. Cuando un objetivo convoca energía sostenida y desafiante, nos sentimos motivados de manera natural. Esa experiencia señala que el fin elegido está en sintonía con nuestra estructura psíquica y nos impulsa a crecer.
El juego representa el equilibrio óptimo entre dificultad y capacidad. No queremos lo trivial, que aburre, ni lo imposible, que paraliza. Queremos retos alcanzables que nos transformen mientras los enfrentamos. De ahí que Piaget afirmara que los niños aprenden jugando: experimentan reglas, libertad y creatividad en un mismo acto.
Aplicado a la vida adulta, “jugar bien” significa escoger proyectos que nos mejoren y que, además, integren a otros en esa mejora. Esa dinámica es representada simbólicamente como una escalera ascendente: un camino que eleva a quien lo recorre y le permite encarnar sus ideales.
9. Pecado como errar el blanco: re-apuntar y sabiduría
Si ser es siempre “ser hacia”, la pregunta crucial es hacia dónde orientamos la flecha. La tradición cristiana conserva en el término griego hamartía (que se traduce al español «pecado») la idea de “errar el blanco”. Cuando la meta está mal definida, la realidad se experimenta como frustración o vacío.
El proceso de corrección incluye tres pasos: reconocer el error (confesión), cambiar de dirección (arrepentimiento) y reparar el daño (expiación). Este ciclo muestra que el crecimiento nace del ajuste constante de metas, de aprender a apuntar mejor con cada caída.
La sabiduría consiste en elegir fines que aumenten la probabilidad de elegir bien en el futuro. No es solo lograr un éxito puntual, sino desarrollar la capacidad de discernir. Así, la vida moral se entiende como una gimnasia de la puntería existencial.
10. Elementos de la experiencia: affordances y camino
Percibir no es captar objetos neutros, sino reconocer posibilidades de acción (affordances). Una silla es “para sentarse”, un sendero es “camino”, una persona puede ser “colaboradora” u “obstáculo”, según el marco vigente. El mundo aparece teñido de sentido práctico.
La emoción calibra la interacción con esas posibilidades. Lo que facilita la meta provoca agrado; lo que la dificulta, disgusto. Sin embargo, un mismo elemento puede ser reinterpretado desde un marco superior. El peatón lento que retrasa la prisa es, a otro nivel, hermano que merece respeto.
La sabiduría exige ver jerárquicamente los affordances, discerniendo cuáles responden a fines inmediatos y cuáles a metas superiores. El error moral es, muchas veces, una ceguera a los valores más altos presentes en una situación concreta.
11. Por qué los símbolos y relatos importan
Las culturas han transmitido marcos de orientación a través de mitos, símbolos y rituales. Estas formas condensan aprendizajes sobre cómo enfrentar el caos, superar la caída y reemprender la marcha. El héroe que atraviesa la oscuridad o la conciencia que interpela desde fuera son imágenes universales de procesos internos.
Lejos de ser supersticiones, los relatos cumplen la función de “tecnologías cognitivas”: ofrecen plantillas para reorganizar atención, emoción y decisión en situaciones límite. Verlos como simples ficciones es perder de vista su valor formativo.
La pregunta práctica es: ¿qué historia estás actuando ahora mismo? Reconocerla permite revisarla y, si es necesario, cambiarla por una más elevada. Muchas veces no necesitamos más fuerza, sino un marco mejor que reordene el sentido de lo que hacemos.
El punto de partida de “Mapas de sentido” afirma que no basta describir “lo que es”; debemos descubrir también “lo que debería ser” y caminar en esa dirección. La unidad mínima de vida significativa es el circuito A→B: situación, meta, corrección. Emoción, atención y memoria se ordenan alrededor de ese circuito.
Este capítulo ha mostrado que la acción es primaria para la percepción; que los marcos organizan la relevancia; que las emociones corrigen trayectorias; que las narrativas enseñan a reconfigurar metas; y que la sabiduría es aprender a apuntar más alto y mejor. En los siguientes temas, profundizaremos en la arquitectura interna de estos marcos, su jerarquización y su relación con el heroico tránsito entre orden y caos.