Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 5)
La figura de la santa Madre de Dios ha sido siempre un tesoro precioso que se custodia en la vida de la Iglesia, de generación en generación, se nos ha enseñado que hemos de amarla y tenerla siempre presente en todo momento. Ella camina junto a nosotros y continúa ejercer un rol importante de unión e intercesión como lo hacía en el cenáculo a la espera del envío del Espíritu Santo.
En nuestro peregrinar hacia la patria celeste ella es para nosotros no sólo compañera de viaje, sino también educadora en el amor y modelo de toda virtud. Ella no está al margen en ese itinerario de santidad en el cual el Espíritu Santo nos va configurando con Cristo, sino que alcanzándonos todo tipo de gracias colabora con Dios para que lleguemos hacer “santos e inmaculados ante Él por el amor”
Que el Señor abra nuestras mentes y nuestros corazones para acoger con alegría el don de la presencia de María en nuestras vidas.
Nuestra Buena Madre
María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» Lc 1, 38
El punto de partida para meditar cual es el papel de la Bienaventurada Virgen María en el desarrollo de la vida interior del cristiano, es decir en su proceso de santificación, es recordar que como Madre del Salvador su rol no fue meramente pasivo y distante, antes bien tuvo, y continúa a tener, un rol activo en la historia de la salvación ello se deduce que “Dios Hijo se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte”[1]. Por tanto hemos de reconocer que ella también está involucrada de alguna manera en la salvación de cada uno de aquellos que participan de la salvación dada por Cristo, así como en su perfeccionamiento según el plan de Dios, por ello diría san Luis María Grignon de Monfort “Jesucristo vino al mundo per medio de la Virgen María, y por medio de ella debe también reinar en el mundo”[2].
Se establece un principio de consorcio en virtud del cual Jesucristo, el Verbo encarnado, asocia a la Virgen María a toda su misión redentora y santificadora[3]. Ella nunca se puede separar de Jesús. Nuestra Buena Madre siempre nos conduce al fruto bendito de su vientre. Ella fue preparada para ser la Madre del Salvador, ella lo concibió su seno, lo cuidó en su infancia, en su ministerio público fue su fiel discípula, en su pasión redentora caminó con Él por la vía dolorosa hasta permanecer junto a Él en el suplicio de la Cruz, se alegró con su resurrección, junto a los apóstoles esperó la llegada del Espíritu Santo y fue hecha partícipe de la gloria del cielo junto a Jesús. Su misión no terminó ahí, sino que continúa hoy con su ejemplo y su intercesión por nosotros.
«María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual, esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente.
Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, “obedeciendo fue causa de la salvación propia y de la del género humano entero». Por eso, no pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirman: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”; y comparándola con Eva, llaman a María Madre de los vivientes, y afirman con mayor frecuencia: “La muerte vino por Eva; por María, la vida”»[4]
Por ello decimos que para el cristiano ella es el camino más corto y seguro al Padre en cuanto que es la vía que el mismo Padre se eligió desde la eternidad para enviar a su Hijo unigénito como reconciliador entre Dios y los hombres, recurrir a ella es fundamental en nuestra vida cristiana[5] y aunque su rol no es de necesidad absoluta es lo que ha dispuesto Él, es decir no se trata de una hipótesis o supuesto sino de la realidad[6].
“Error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar por María a quien la Iglesia llama, en una fiesta especial, Mediadora de todas las gracias”[7]. Cuando afirmamos que la santificación de los hombres es voluntad de Dios y para ello nos es necesaria su gracia, al ver como ella nos es donada en Cristo, también encontramos que pasa por medio de María[8]
En nuestro itinerario hacia el cielo, ella no sólo ilumina el camino como estrella de la mañana, sino que se vuelve compañera de viaje llevándonos de la mano: “Para subir y unirse a Él [Dios] preciso es valerse del mismo medio de que Él se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y comunicarnos sus gracias; y ese medio tiene un nombre dulcísimo: María”[9]
Ello no desdice la sentencia de san Pablo que afirma “…Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1 Tim 2, 5), antes bien la honra y la exalta, porque la mediación de María tiene su causa en la de Cristo, por eso decimos que la mediación mariana es secundaria y asociada a la de su Hijo. María santísima es mediadora universal por dos motivos: “1° por haber ella cooperado por la satisfacción y los méritos al sacrificio de la Cruz” ello lo ha hecho a través del sufrimiento vivido al ver a su Hijo padecer, de hecho la Iglesia celebra una memoria litúrgica para hacer honor a este hecho: Nuestra Señora de los dolores “2°, porque no cesa de interceder en favor nuestro y de obtenernos y distribuirnos todas las gracias que recibimos del cielo. Tal es la doble mediación, ascendente y descendente”[10] es su misión específica luego de que fue asunta a los cielos.
María realmente puede ser llamada por eso “auxilio de los cristianos” ya que de diferentes maneras Dios la ha querido asociar a su plan divino de salvación universal, de modo que los que han sido salvados por la fe en Jesucristo, gozan de una compañera de viaje en su peregrinar hacia el cielo, se trata de una madre, que siempre solícita por sus hijos busca llevarlos hacia la comunión plena con Aquel que hizo grandes cosas por ella. Con razón dice una jaculatoria popular Todo a Jesús por María y todo a María para Jesús.
«…la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo»[11]
Maternidad Divina y espiritual
«Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» Ga 4, 4-5
Toda prerrogativa de la B.V. María sobre los cristianos deriva de su Maternidad divina, del ser Madre de Jesucristo Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero hombre; por lo que la fecundidad de la maternidad espiritual de María es dada por adopción y deriva de la paternidad espiritual de Dios, como dice el evangelista hablando de los redimidos por Cristo «son nacidos no de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, mas de Dios» (Jn 1, 12).
Así ella “en unión con Cristo Redentor, nos ha comunicado verdadera y realmente la vida de la gracia, germen de la vida eterna” [12] por ello en la Salve la aclamamos como la Madre de gracia y misericordia, este significado se encuentra como oculto de atrás de aquella afirmación que los Santos Padres hacían cuando le llamaron la Nueva Eva. El Papa Benedicto XVI nos enseña al meditar el misterio de la maternidad de María que ella no sólo vive el don de la gracia que supone la fecundidad, vista en la Sagrada Escritura siempre como una bendición del Señor, sino la contiene y la excede con superabundancia de ahí que “La Madre de Dios es la primera bendecida y quien porta la bendición; es la mujer que ha acogido a Jesús y lo ha dado a luz para toda la familia humana. Como reza la Liturgia: «Y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro» (Prefacio I de Santa María Virgen).”[13]
«…El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por Él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el Ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre. Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del Ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y como el género humano fue ligado a la muerte mediante una virgen, así también es salvado mediante una Virgen: siendo contrabalanceada la virginal desobediencia por la virginal obediencia…»[14]
El título de nueva Eva expresa también la extensión de su maternidad, de un modo con los bautizados y de otro con los no bautizados. “Es, en primer lugar, Madre de los fieles, de todos los que creen en su Hijo y reciben por Él la vida de la gracia. Pero es también Madre de todos los hombres, en cuanto ella nos dio al Salvador de todos y se unió a la oblación de su Hijo que derramó su sangre por todos”[15]
María santísima ha sido vinculada a todos los hombres de todas las épocas porque fue elegida para ser la madre del primogénito de todos, Jesucristo. El título de nueva Eva exalta su categoría de madre de los vivientes, pero un sentido nuevo y diferente, porque se trata de la nueva vida que brota del costado abierto del redentor, vida de la que todos los hombres pueden y están invitados a gozar por las aguas del bautismo, la vida divina que nos es transmitida por la gracia de Dios. Ella es la madre de los que están llamados a vivir y de los que ya viven por la fe en Cristo Jesús.
“María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1,14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad… Es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está por cumplirse: por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convierte en Madre de la Iglesia.
Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solamente una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre gente, que va a quedar mal en la fiesta. Pero, imaginemos: ¡hacer una fiesta de boda y terminarla con leche porque no había vino! ¡Eso es quedar mal! Y Ella, reza y pide al Hijo que resuelva ese problema. La presencia de María es por sí misma oración, y su presencia entre los discípulos en el Cenáculo, esperando el Espíritu Santo, está en oración. Así María da a luz a la Iglesia, es Madre de la Iglesia. El Catecismo explica: «En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos» (Catecismo de la Iglesia Católica 2617).”[16]
Cooperación a la obra de la Redención
«Estén alegres cuando compartan los padecimientos de Cristo, para que cuando se manifiesta en su gloria, reboséis de gozo» 1 Pe 4, 13
La joven humilde Nazaret, se convierte en Madre de todos los hombres desde que dio su fiat en la anunciación[17], y por si eso fuera poco, presente en el Calvario es asociada de un modo especialísimo al sacrificio de Cristo en la Cruz perfeccionando así este vínculo de amor por su cooperación a la obra de la salvación, es común escuchar a los santos y Papas decir que en aquel momento ella misma ofrecía al Padre los sufrimientos de su hijo y los suyos en favor de la salvación de todos los hombres, fue en este momento que Jesús la proclama Madre nuestra al encomendarla al discípulo amado (cf. Jn 19, 26)
Sólo el amor de una madre podría soportar el contemplar al hijo salido de sus entrañas pasar por la agonía de la flagelación, de los insultos, del pesado madero con cargó nuestro Señor a cuentas, sólo el amor de madre podría dotar de fortaleza para continuar a su lado y contemplar el rostro ensangrentado de aquel del cual se dijo en algún momento “todo lo había hecho bien” (Mc 7, 37) y que inocente sufre el suplicio de un delincuente condenado a muerte, sólo el amor de madre podría haber permanecido al lado del fruto de su vientre mientras es clavado y colgado de la Cruz, sólo el amor de una madre logra comprender que significa sufrir con los sufrimientos de un hijo, en María santísima encontramos realmente el amor de con-dolencia por el cual ella más tarde recibiría el título de Reina de los mártires.
“esos tan grandes actos de amor meritorios para nosotros lo eran también para ella, y aumentaron considerablemente su caridad y todas las demás virtudes, como la fe, la confianza, la religión, la humildad, la fortaleza y la mansedumbre; pues practicó entonces estas virtudes en el grado más difícil y más heroico, convirtiéndose así en la Reina de los mártires”[18]
“El mérito y la retribución hacen referencia al mismo objeto, pues se llama retribución a lo que se retribuye a alguien en compensación por una obra o trabajo que ha hecho, como si fuera su precio. Por eso, así como es un acto de justicia pagar el justo precio por una mercancía, también lo es el dar una retribución proporcionada por una obra o trabajo. Ahora bien, la justicia es una especie de igualdad, según enseña el Filósofo en V Ethic. De ahí que la justicia estricta no se dé más que entre aquellos que son estrictamente iguales (CONDIGNIDAD). Donde no existe esta igualdad perfecta no puede hablarse de justicia en sentido pleno, aunque sí puede encontrarse alguna suerte de justicia, como la que permite hablar de un derecho paterno o de un derecho doméstico, según expone el Filósofo en el mismo libro. Por consiguiente, donde hay relaciones de justicia estricta, se dan también el mérito y la retribución en sentido estricto. Pero donde sólo existe una justicia relativa y no perfecta, no cabe hablar de mérito en sentido absoluto, sino de un mérito relativo, proporcionado a esa razón de justicia imperfecta (CONGRUENCIA). Y así es como el hijo puede merecer algo de su padre y el siervo de su señor.
Ahora bien, es manifiesto que entre Dios y el hombre reina la máxima desigualdad, pues hay entre ellos una distancia infinita y, además, todo lo que hay de bueno en el hombre procede de Dios. Por eso, en la relación del hombre para con Dios no se puede hablar de una justicia basada en la igualdad perfecta, sino en cierta igualdad proporcional, o en cuanto uno y otro obran según su modo propio. Mas el modo y la medida de la capacidad operativa del hombre le viene de Dios; y, en consecuencia, el hombre no puede merecer nada ante Dios más que en el supuesto de un orden previamente establecido por Dios, en virtud del cual el hombre ha de recibir de Dios a modo de retribución por sus obras aquello que Dios quiso que alcanzara al concederle la facultad de obrar. Es lo que sucede también con las cosas naturales, que con sus movimientos y operaciones alcanzan aquello a lo que Dios las ha destinado. Con una diferencia, sin embargo: que la criatura racional se mueve ella misma a obrar merced a su libre albedrío, y por eso sus acciones son meritorias, y esto no acontece con las demás criaturas.” (Sth q. I-II, q.114 a. 1)
“La obra meritoria del hombre puede ser considerada de dos maneras: en cuanto procede del libre albedrío, y en cuanto es efecto de la gracia del Espíritu Santo. Si se la considera en cuanto a la sustancia de la obra y en cuanto procede del libre albedrío, no puede ser condigna, porque entraña la máxima desigualdad. Encierra, sin embargo, un mérito de congruo, debido a cierta igualdad proporcional, pues parece congruo que al hombre que obra según toda la medida de su virtud operativa Dios le recompense en consonancia con su excelso poder.
Pero si hablamos de la obra meritoria en cuanto procede de la gracia del Espíritu Santo, entonces sí que merece la vida eterna de modo condigno. Porque en este caso el valor del mérito se determina en función de la virtud del Espíritu Santo, que nos mueve hacia la vida eterna, tal como se dice en Jn 4,14: Brotará en él un surtidor de agua que saltará hasta la vida eterna. El valor de la obra ha de ser apreciado también atendiendo a la dignidad de la gracia, que, al hacernos partícipes de la naturaleza divina, nos hace hijos de Dios por adopción y, en consecuencia, herederos por el mismo derecho de adopción, según aquello de Rom 8,17: Si hijos, también herederos”. (Sth q. I-II, q.114 a. 3)]
De ahí que en teología se diga que: «En el Calvario, y en unión con su Hijo, María satisfizo por nosotros, con una satisfacción fundada, no en la estricta justicia, sino en los derechos de la íntima amistad o caridad que la unía a Dios»[19] Satisfizo con mérito congruo que se deriva del mérito de condigno de Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI meditando ese punto nos enseña que la fortaleza en el Calvario encuentra su fundamento en su fe y oración pues ella entra en diálogo con la Palabra que le es dada por medio del ángel a la hora de llevar a cabo su misión como Madre del Salador “no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio”[20] es más al conservar las cosas en su corazón ella reunía “todos los acontecimientos que le estaban sucediendo; situaba cada elemento, cada palabra, cada hecho, dentro del todo y lo confrontaba, lo conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que acontece en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede garantizar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón.”[21]
Su colaboración en la obra de la salvación por tanto tiene su fundamento en la fe que le hace entrar en la voluntad de Dios y desde ahí el corazón de la madre se une al Corazón del Hijo para secundar con todo su ser el plan de salvación sobre la humanidad al entrar en la obediencia al Padre.
San Juan Pablo II explica el misterio de la colaboración de María a la salvación del género humano tiene un significado específico:
«La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad»[22]
Más aún, la colaboración de Nuestra Buena Madre al plan de salvación hace resplandecer el rol de la mujer como destinataria y colaboradora activa en la salvación de la humanidad, pues como nos dice el Génesis, tanto el hombre como la mujer son imagen y semejanza de Dios
«¿Cuál es el significado de esa singular cooperación de María en el plan de la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular de Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llama con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber, en Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2, 4; 19, 26).
María está asociada a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1, 27), también en la Redención quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja de los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madre, devolvería al género humano su dignidad originaria.
María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a la humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede dar una contribución al desarrollo de la obra salvífica.»[23]
Sin embargo, su intervención en la salvación de la humanidad no se limitó a un período breve de la historia. Luego de su Asunción “Como una madre bienaventurada conoce en el cielo las necesidades espirituales de los hombres todos. Ycomo es muy tierna madre, ruega por sus hijos; y como ejerce poder omnímodo sobre el corazón de su Hijo, nos obtiene todas las gracias que a nuestras almas llegan y las que se dan a los que no se obstinan en el mal.”[24]
En un Sermón sobre la Natividad de la Virgen María, san Bernardo la comparará a un acueducto que conduce agua por diferentes lugares. Siendo Cristo la fuente de la que dimana la gracia de Dios, su Madre es el canal por el que nos llega, distribuyendo así no sólo cada especie sino cada gracia en particular[25]. A través de ella llegan todo tipo de gracias, temporales, espirituales, la de la conversión, la de la fidelidad a la gracia, hasta la de la perseverancia final.
La cooperación de María santísima en la obra de la redención se ve marcada así por su maternidad divina y su maternidad espiritual, unida a Dios por la elección divina como Madre del Salvador, también está unida a nosotros no sólo por participar de la misma naturaleza humana sino porque Cristo le otorgó esa misión (cf. Jn 19,26), de la cual nosotros hacemos memoria siempre que decimos Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
María, mediadora de todas las gracias
«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.» Jn 19, 26
La Intercesión de la B.V. María en el cielo es una comunicación de bienes que tiene su fundamento en la comunión de los santos
«Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1Co 12, 12 – 27). Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan “de la presencia del Señor” (cf. 2Co 5, 8); por Él, con Él y en Él no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando por medio del único Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús (1Tm 2, 5), los méritos que en la tierra alcanzaron; sirviendo al Señor en todas las cosas y completando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col 1, 24). Su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» [26]
De ahí que la Iglesia nos enseñe que:
“La expresión «comunión de los santos» tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: «comunión en las cosas santas [sancta]» y «comunión entre las personas santas [sancti]». Sancta sanctis [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos dones antes de la distribución de la comunión. Los fieles (sancti) se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo (sancta) para crecer en la comunión con el Espíritu Santo (Koinônia) y comunicarla al mundo.” (Catecismo de la Iglesia Católica 948)
La solicitud de María santísima por las necesidades de los hombres es más apremiante porque ha sido constituida como Madre de ellos por su mismo Hijo (cf. Jn 19, 26) y por la inmensa caridad que le caracteriza.
“[Ella] conoce todas sus necesidades espirituales y todo lo relacionado con la salvación; en razón de su inmensa caridad, ruega por ellos; y como es omnipotente ante su Hijo por el amor mutuo que los une, obtiene todas las gracias que recibimos nosotros, y todas las que reciben los que no se obstinan en el mal.”[27]
La Bienaventurada Virgen María conoce directa o indirectamente aquello que se relaciona con nuestra vida sobrenatural puesto que ella es Madre espiritual de todos los hombres en virtud de su Maternidad divina, su conocimiento es en este sentido universal, concreto y cierto. Ella suplica a Cristo en el cielo por la salvación de sus hijos, es de hecho llamada la omnipotencia suplicante. Según el principio que dice que la intercesión de un santo se basa en su grado de gloria, y ella gozaría eminentemente de ésta estando sólo por debajo de su Hijo, así puede alcanzar a los hombres todos los medios necesarios para su salvación, siempre y cuando se dispongan a pedirla y no impongan obstáculos a la gracia.[28]
Es hermoso contemplar como la Iglesia a través de la Sagrada Liturgia ha querido reconocer en su oración oficial el rol que la santísima Virgen María tiene en nuestras vidas como medianera de las gracias que Dios da a sus hijos. De hecho, existe un formulario de Misa específico: La Virgen María, Madre y medianera de la gracia
En él se vincula esta prerrogativa a su función de madre, la cual le fue conferida en el calvario. En el momento del sacrificio puro y sublime de Cristo en la Cruz, en el momento en Cristo mediador entre Dios y los hombres nos reconcilia con el Padre, en ese mismo momento Él hace de su madre la nuestra cuando en la persona del discípulo amado nos confió a su protección, con razón le llamamos nuestra Buena Madre.
Su maternidad la ejerce a través de la intercesión, la gracia, la súplica, el perdón, la reconciliación y la paz. avocándose a su protección en este valle de lágrimas como decimos en la salve, los fieles cristianos en medio de las angustias y peligros la invocan como madre de la misericordia.
Estos grandes beneficios se recogen de modo especial en el prefacio de la Misa:
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
A quien, verdadero Dios y verdadero hombre,
constituiste único mediador,
viviente siempre para interceder por nosotros.
En tu inefable bondad
has hecho también a la Virgen María
Madre y colaboradora del Redentor,
para ejercer una función maternal en la Iglesia:
de intercesión y de gracia,
de súplica y de perdón,
de reconciliación y de paz.
Su generosa entre de amor de madre
Depende de la única mediación de Cristo,
y en ella reside toda su fuerza.
En la Virgen María se refugian los fieles
que están rodeados de angustias y peligros,
invocándola como madre de misericordia
y dispensadora de la gracia.
Por eso con los ángeles y los arcángeles
Y con todos los coros celestiales,
Cantamos sin cesar
el himno de tu gloria…
“De Cristo deriva el valor de la mediación de María y, por consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo»
La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que acudan a María «para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador»…Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2, 5-6), el texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación paralela, pero no una mediación subordinada.
En efecto, antes de subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2, 1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.”[29]
Un gran teólogo dominico de inicios del siglo XX al contemplar la maravilla que Dios ha hecho en María y su rol de ser viva intercesora nuestra y medianera de todas las gracias, concluiría que:
«Es de fe, en primer lugar, que María Santísima ruega por nosotros y hasta por cada uno de nosotros, en su calidad de Madre de Dios y de todos los hombres, y que su intercesión nos es muy útil, conforme al dogma general de la intercesión de los santos (cf. Dz 984 y Catecismo n.956)
En segundo lugar, es cierto, según la Tradición, que este poder de intercesión de María puede obtener para todos los que la invocan debidamente todas las gracias de la salvación y que nadie se salva sin ella.
Y finalmente, es una doctrina común y segura, enseñada por los Papas, por la predicación universal y por la liturgia, que ninguna gracia nos es dada sin la intervención de María»[30]
María, modelo de santidad
«¡Salve santa María, espejo sin mancha! En ti la Iglesia contempla la purísima imagen de su gloria futura»[31]
Si Nuestra Buena Madre, la gloriosa siempre Virgen María, en cuanto mediadora de todas las gracias es sumamente importante en la vida espiritual del cristiano por la comunicación de bienes que hace, no es menos importante su ejemplo como modelo de santidad. Cuando hablamos de la ejemplaridad de María en la espiritualidad cristiana nos referimos al modo en que, por gracia de Dios, vivió una vida virtuosa siguiendo en su libertad las mociones del Espíritu Santo.
Dice el Catecismo en el numeral 2030 “El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la “ley de Cristo” (Ga 6, 2). De la Iglesia recibe la gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne en el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición espiritual y en la larga historia de los santos que le han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.”
«Así pues, la Iglesia contempla a María. No sólo se fija en el don maravilloso de su plenitud de gracia, sino que también se esfuerza por imitar la perfección que en ella es fruto de la plena adhesión al mandato de Cristo: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). María es la toda santa. Representa para la comunidad de los creyentes el modelo de la santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo. La vida terrena de la Madre de Dios se caracteriza por una perfecta sintonía con la persona de su Hijo y por una entrega total a la obra redentora que él realizó.
La Iglesia, reflexionando en la intimidad materna que se estableció en el silencio de la vida de Nazaret y se perfeccionó en la hora del sacrificio, se esfuerza por imitarla en su camino diario. De este modo, se conforma cada vez más a su Esposo. Unida, como María, a la cruz del Redentor, la Iglesia, a través de las dificultades, las contradicciones y las persecuciones que renuevan en su vida el misterio de la pasión de su Señor, busca constantemente la plena configuración con él.»[32]
Superemos un escollo aparente, hay quien dice que siente una devoción mayor por santos y hombres de la Biblia que han tenido un pasado en el que se han visto envueltos en algún pecado “grueso” y que luego han entrado en la conversión que por la Santísima Virgen María. Dicen “ellos sí son como yo, la Virgen claro es importante sí, pero ¿qué sabe ella de la lucha contra el pecado y del amor misericordioso de Dios si no se le puede perdonar pecado a quien no lo puede cometer?”
Y de alguna manera hacen creer que la ausencia de pecado en B.V. María pone una distancia insalvable entre ella y el resto de la humanidad como si ella no hubiera hecho experiencia de la misericordia del Padre.
En primer lugar, hemos de decir que ciertamente ella por una gracia especial fue preservada del pecado en atención a su vocación santísima de ser la Madre del Salvador, esto no quiere decir que no haya gozado de la misericordia de Dios, al contrario, ella la ha gozado en una manera excelente. Puesto que el Señor la hizo partícipe de su redención desde el momento de su concepción.
Quizás nos sean iluminadoras unas palabras de santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía cuando reflexionaba como el Señor le había preservado de caer en los grandes males en que a veces una persona cae en su juventud:
«Supongamos que el hijo de un doctor muy competente encuentra en su camino una piedra que le hace caer, y que en la caída se rompe un miembro. Su padre acude enseguida, lo levanta con amor y cura sus heridas, y pronto su hijo, completamente curado, le demuestra su gratitud. ¡qué duda cabe de que a ese hijo le sobran motivos para amar a su padre! Pero voy a hacer otra suposición. El padre, sabiendo que en el camino de su hijo hay una piedra, se apresura a ir antes que él y la retira (sin que nadie lo vea). Ciertamente que el hijo, objeto de la ternura previsora de su padre, si DESCONOCE la desgracia de que su padre lo ha librado, no le manifestará su gratitud y le amará menos que si le hubiese curado…Pero si llega a saber el peligro del que acaba de librarse, ¿no lo amará todavía más?
Pues bien, yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como santa María Magdalena, sino que ha querido que YO SEPA cómo me ha amado Él a mí, con un amor de inefable prevención, para que ahora yo le ame a Él ¡con locura!…»[33]
Ahora bien, si estas palabras las dice una joven que nunca conoció el pecado mortal según se lo dijo su primer confesor, ¡cuánto más podría decirse de María! quien fue preservada no sólo del pecado mortal y venial sino incluso del pecado original. Ella ha hecho ciertamente una experiencia sin igual de la misericordia de Dios.
Sobre el argumento que ella no sabría que es sufrir a causa del pecado y desconoce por tanto lo duro que es luchar contra él, podríamos decir, que el pecado no sólo lo sufre quien lo comete, sino también aquellos que se encuentran a su alrededor, o ¿acaso no sufren los hijos un padre que se lleva dejar por la ira? ¿acaso no sufre una mujer cuando su esposo es un adúltero? ¿acaso no sufre un empleado cuando su jefe lo maltrata? ¿acaso no sufre toda una sociedad cuando un funcionario público roba el dinero que se había destinado para la construcción de un hospital? Por ello se dice que el pecado “salpica” porque hace sentir sus efectos a quienes se encuentran cerca del pecador.
¡Cuánto habrá sufrido la Madre del Cordero inocente y sin mancha que ha venido para quitar el pecado del mundo! ¡cuánto dolor al ver como los enemigos del Señor tramaban toda suerte de trampas contra Él! ¡Cuánto dolor cuando fue capturado y llevado al tribunal acusado de crímenes que no cometió! ¡cuánto dolor al verlo sufrir la vía dolorosa y la muerte en Cruz! ella más que cualquiera de nosotros ha sufrido a causa del pecado y desde ese sufrimiento combatió perseverando hasta el pie de la cruz, colaborando en silencio al misterio de la redención de la humanidad.
Hasta aquí hemos visto la figura de la Santísima Virgen en relación al pecado, pero la vida cristiana es más que un combatir contra el pecado, sabemos que la vocación cristiana es la de dar Gloria al Padre con una vida de santidad y el santo, no sólo aborrece y lucha contra el pecado, sino ante todo busca crecer en el amor, recordemos que la santidad en pocas palabras se define como la perfección de la caridad[34].
¿Qué es la caridad? El Catecismo de la Iglesia nos enseña que es “la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.”[35]. En cuanto virtud teologal decimos que es un don de Dios infundido en nuestra alma el día del Bautismo en virtud de la gracia por el cual participamos de su amor de un modo especial, para que le amemos a Él y a nuestro prójimo con los mismos sentimientos, resoluciones e intenciones del Corazón de Jesús, cumpliendo así su mandamiento “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12)
Ahora bien, si esta virtud tiene su origen en el amor de Dios, que es infinito, esto significa que siempre podemos crecer en ella, a nuestro crecimiento en el amor el único límite que existe es el que nosotros le pongamos.
La gracia puede y debe crecer en el alma fiel mientras se encuentra en status viator, mientras se camina en estado de viador como peregrina hacia el cielo. En esta vida la unión con Dios Uno y Trino debe ser cada vez más íntima, y esto se puede hacer de tres maneras: en razón de nuestras buenas obras, por vía de los sacramentos y por medio de la oración[36]
Veamos pues como María santísima es para nosotros modelo de santidad, en cuanto crecimiento en la caridad.
En un primer modo, ella creció en gracia por el ejercicio de las buenas obras que no es otra cosa sino el vivir una vida virtuosa. Sus obras eran objetivamente excelentísimas sea que se desarrollaran en un plano contemplativo durante su infancia y niñez o en un plano activo de servicio a su Hijo a lo largo de su vida y de modo especial durante su ministerio público, y también durante el período que acompañó a la Iglesia apostólica hasta su gloriosa Asunción[37]. Y lo fueron de modo objetivo, porque lograban su fin, y de modo subjetivo, porque estaban informadas por la caridad[38], esto quiere decir que ella hacía siempre el bien a los demás para gloria y alabanza del Padre, lo hacía porque amaba (y ama en el cielo) a Dios.
«Desde su concepción Inmaculada a su gloriosa Asunción…no hubo una sola hora, un solo momento, un solo instante, en que no hayan aumentado sus méritos. Casi sin interrupción de ninguna clase, con la mente fija en Dios, pensaba en cosas divinas, y, conservando el pleno dominio de sus actos, no padecía jamás distracción alguna, ni siquiera involuntaria. Cooperaba continuamente, de manera admirable, a la gracia divina. Todos los instantes de la vida de la Virgen, pues, fueron meritorios en el grado más perfecto.»[39]
El crecimiento en la virtud no se realiza por un mayor número de actos sino por una mayor intensidad en los mismos, y siguiendo el principio según el cual, la caridad en la vida de los santos se acentúa más cuanto más se acercan a Dios, se puede afirmar que en María Santísima dicho crecimiento se producía rápida y aceleradamente, por eso ella amaba cada vez más intensamente a Dios y al prójimo. Ahora bien, la caridad no crece por voluntad humana sino por voluntad divina puesto que viene de Dios, no obstante esto, el hombre colabora de dos maneras: por mérito y por disposición a recibirla y de estos dos modos colaboró siempre la Madre del Salvador.[40]
Sobre su crecimiento por vía sacramental (ex opere operato) se ha de reconocer que no hay documentos históricos que demuestren que la B.V. María recibió los sacramentos según la práctica actual de los mismos, a veces escuchamos incluso este argumento de aquellos que cuestionan la práctica de los sacramentos, dicen “¿Dónde dice en la Biblia que María o los apóstoles fueron confirmados o que fueron a Misa?”
Aunque podríamos hablar desde un punto de vista apologético refiriéndonos a la práctica de las primeras comunidades según los Hechos de los Apóstoles y las cartas de san Pablo, así como la Última Cena, este discurso es limitado para hablar del caso de la que llevó a Jesús en su vientre.
En primer lugar, recordemos que los sacramentos “son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina”[41] Nuestro Señor ha querido dejarnos signos sensibles, es decir, que podemos percibir por nuestros sentidos, para comunicarnos su gracia la cual es invisible; pero mientras Él estaba presente ¿qué necesidad había de ellos? ¡¿Qué signo más grande que ver al mismo Dios que se hizo hombre como nosotros?! “Cristo es El mismo el Misterio (Sacramento) de la salvación…La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia”[42]
Por ello, aunque no veamos en la Biblia que ella fuese bautizada o ungida con el santo crisma ello no nos turba, ¡es que ella vivió algo mucho mayor! ¡ella tuvo contacto con el mismo Jesucristo, cuya humanidad es el Sacramento por excelencia! ¡ella lo llevó en sus entrañas! ¡Podemos decir que lo que a nosotros se nos oculta en el santo Sacrificio de la Misa ella lo contempló con sus propios ojos! Él le habrá porfiado innumerables gracias mientras lo lleva en su vientre, mientras vivió junto a ella y aún mientras le seguía cuando predicaba anunciando la Buena Nueva. Lo mismo podríamos decir de su relación con el Espíritu Santo, pues obró en ella al cubrirla con su sombra al engendrar en ella al mismo Jesús, y como si esto fuera poco, también los Hechos de los Apóstoles nos confirman su presencia en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14)
En el caso de nuestra Buena Madre podríamos decir que:
«…la oración de María era, desde su infancia, no sólo muy meritoria, sino que tenía un valor impetratorio (de súplica) que no podríamos apreciar, pues era proporcional a su humildad, a su confianza y la perseverancia de su no interrumpida generosidad, siempre en aumento. Obtenía, pues, conforme a estos principios certísimos, un amor cada vez más puro y más intenso.»[43]
Ya nos bastaría meditar su oración en el Magníficat, sus actitudes de recogimiento interior cuando se nos dice que meditaba las cosas de la vida de su Hijo en su corazón, la súplica en favor de otros como en las Bodas de Caná, o el silencio de su contemplación en el Calvario.
Es imposible para nosotros conocer hasta que punto se desarrolló la gracia en la B.V. María hacia el final de su vida terrena, pero sí sabemos que debe haber sido en modo superlativo puesto que ya desde sus inicios era sumamente especial en atención a la Encarnación del Hijo de Dios.
Nos enseña el Papa Francisco:
«María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo. El Catecismo nos recuerda su presencia constante y atenta en el designio amoroso del Padre y a lo largo de la vida de Jesús (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2617-2618).
María está en oración, cuando el arcángel Gabriel viene a traerle el anuncio a Nazaret. Su “he aquí”, pequeño e inmenso, que en ese momento hace saltar de alegría a toda la creación, ha estado precedido en la historia de la salvación de muchos otros “he aquí”, de muchas obediencias confiadas, de muchas disponibilidades a la voluntad de Dios. No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Es decir, el corazón abierto a la voluntad de Dios…«María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Así el evangelista Lucas retrata a la Madre del Señor en el Evangelio de la infancia.
Todo lo que pasa a su alrededor termina teniendo un reflejo en lo más profundo de su corazón: los días llenos de alegría, como los momentos más oscuros, cuando también a ella le cuesta comprender por qué camino debe pasar la Redención. Todo termina en su corazón, para que pase la criba de la oración y sea transfigurado por ella. Ya sean los regalos de los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tremendo viernes de pasión: la Madre guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios.
Algunos han comparado el corazón de María con una perla de esplendor incomparable, formada y suavizada por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la Palabra de Dios, con el corazón silencioso, con el corazón obediente, con el corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con una semilla del bien de la Iglesia.»[44]
Acerca de su rol en el cielo y su visión beatífica se puede decir que:
La bienaventuranza esencial de la Madre de Dios supera por su intensidad y extensión a la de todos los otros bienaventurados. Es doctrina cierta. La razón es que la beatitud celestial o la gloria esencial está proporcionada al grado de gracia y de caridad que precede a la entrada en el cielo. Ahora bien, la plenitud inicial de gracia en María superaba ya ciertamente a la gracia final de todos los santos y de los ángeles más encumbrados…A su beatitud accidental contribuyen, finalmente, un conocimiento más íntimo de la humanidad gloriosa de Cristo, el ejercicio de su mediación universal y de su maternal misericordia, y el culto de hiperdulía que recibe como Madre de Dios…La gloria del cuerpo, irradiación de la del alma, la posee en grado proporcionado, lo mismo que la claridad, agilidad, sutileza e impasibilidad[45]
[1] San Luis Maria Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 16.
[2] San Luis Maria Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 16. Tratado de la verdadera devoción, 1.
[3] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2008, 90.
[4] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.51
[5] Cf. Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana n.88.
[6] Cf. San Luis Maria Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 15.
[7] Reginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, I, Biblioteca Palabra, Palabra, Madrid 19958, 135.
[8] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 90.
[9] A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 92.
[10] Reginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, 138.
[11] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.60
[12] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires 19543, 164.
[13] Benedicto XVI, Homilía del 1 de enero de 2012
[14] San Irineo de lyon, Adv. Haer., V,19,1
[15] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p.166.
[16] Papa Francisco, Audiencia General, 18 de noviembre de 2020
[17] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p.165.
[18] A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 267.
[19] Reginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, p. 140
[20] Benedicto XVI, Audiencia General, 19 de diciembre de 2012
[21] Ídem.
[22] San Juan Pablo II, Audiencia General, 9 de abril de 1997
[23] Idem.
[24] Reginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, p.145.
[25] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, p. 144.
[26] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 49.
[27] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 200.
[28] Cf. Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 206.
[29] San Juan Pablo II, Audiencia General, 1 de octubre de 1997
[30] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p. 204–205.
[31] Antífona de entrada, del formulario “La virgen María, imagen y madre de la Iglesia”. Ver “Misas de la Virgen María – I- Misal” de la Conferencia Episcopal Española, p.135
[32] San Juan Pablo II, Audiencia General, 3 de septiembre de 1997
[33] Santa Teresa de Lisieux, Historia de un Alma, MscA 36v
[34] Cf. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.40
[35] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1822
[36] A. Royo Marín, La Virgen María.Teología y espiritualidad marianas. BAC, Madrid 1968, p. 252
[37] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María.Teología y espiritualidad marianas p. 253.
[38] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María.Teología y espiritualidad marianas p 254.
[39] A. Royo Marín, La Virgen María.Teología y espiritualidad marianas p. 255.
[40] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María.Teología y espiritualidad marianas, p. 259.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1131
[42] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 774
[43] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, p.90 .
[44] Papa Francisco, Audiencia General, 18 de noviembre de 2020
[45] Reginald Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior., 270–271.