La Virtud de la Fortaleza

Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 12.10)

Santo Tomás nos recuerda que “el término fortaleza puede tomarse en dos sentidos. Primero, en cuanto supone una firmeza de ánimo en abstracto. Si la entendemos así, es virtud general o más bien condición de toda virtud, ya que, según el Filósofo, en II Ethic., para la virtud se exige obrar firme y constantemente. En una segunda acepción puede entenderse la fortaleza en cuanto implica una firmeza de ánimo para afrontar y rechazar los peligros en los cuales es sumamente difícil mantener la firmeza” (SThII-II, q. 123, a.2)

El Catecismo de la Iglesia la define como:

“…la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).” (Catecismo de la Iglesia Católica 1808)

En esta definición del catecismo encontramos el objeto de acción de virtud de la fortaleza, si ella nos ayuda superar aquello que pueda constituir un obstáculo para que nuestra voluntad persiga un bien posible, significa que ella moderará los temores a las cosas que nos parezcan difíciles, ¡cuántas veces nos cortamos, quedamos paralizados y perdemos, la oportunidad de hacer una obra buena por el temor de las dificultades que encontraremos en el camino! Por otra parte, el obstáculo en alcanzar un bien difícil puede provenir de los excesos en nuestros esfuerzos para lograrlo, en este sentido hemos de regular también la audacia de modo que en el combate espiritual ataquemos moderadamente antes oposición que encontremos.

En ese sentido encontramos dos movimientos de la virtud de la fortaleza, atacar y resistir. “A semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido.” (Teología de la Perfección Cristiana p.588-589)

Santo Tomás nos recuerda que “Resistir es más difícil que atacar por tres razones. Primera, porque la resistencia se hace, al parecer, ante uno más fuerte que nos ataca; en cambio, si atacamos es porque somos más fuertes. Pero es más difícil luchar contra uno más fuerte que contra uno más débil. Segunda, porque el que resiste ya siente inminente el peligro, mientras que el que ataca lo ve como futuro. Tercera, porque la resistencia implica un tiempo prolongado, pero el ataque puede surgir de un movimiento repentino. Pero es más difícil permanecer inmóvil mucho tiempo que dejarse llevar a una acción ardua por un movimiento súbito. De ahí que diga el Filósofo en III Ethic. que algunos se lanzan rápidamente a los peligros, pero cuando están en ellos se retiran; lo contrario de lo que hacen los fuertes.” (STh II-II q. 126 a. 6 sed contra 1)

“La fortaleza, en su doble acto de atacar y resistir es muy importante y necesaria en la vida espiritual. Hay en el camino de la virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de la perfección cueste lo que costare, mucho valor para no asustarse ante la presencia del enemigo, mucho coraje para atacarle y vencerle y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar las armas en medio del combate” (Teología de la perfección cristiana p. 589)

Existen tres vicios que se oponen a la fortaleza:

El temor: por el que se rehúye soportar las molestias necesarias para conseguir el bien difícil o se tiembla desordenadamente ante los peligros de muerte

La impasibilidad o indiferencia, que no teme suficientemente los peligros que podría temer

Audacia o temeridad: que desprecia los dictámenes de la prudencia saliendo al encuentro del peligro.

Hijas de la fortaleza son las siguientes virtudes:

+La magnanimidad o grandeza de ánimo, nos inclina a aspirar obras grandes, espléndidas y dignas de honor con toda confianza, nos hace salir de la mediocridad en busca de aquello que es más noble en todo género de virtudes. Es todo lo contrario de la presunción, que anhela cosas superiores a las propias fuerzas; la ambición que lleva procurar honores que no corresponden a nuestros méritos o estado; la vanagloria que es el deseo desordenado de fama; y la pusilanimidad, que detiene la obra por excesiva desconfianza en sí mismo.

+La magnificencia, según santo Tomás “es la reflexión y administración de cosas grandes y excelsas con una amplia y espléndida disposición de ánimo, es decir, se refiere a la ejecución, de forma que no falten medios a los grandes proyectos.”  (II-II, q. 128, a.1) es decir que no se achica ante la magnitud del trabajo y esfuerzo necesario en obras concretas. Se oponen a ella la tacañería y el derroche.

+La paciencia, “que consiste en la tolerancia voluntaria y prolongada de cosas difíciles por amor de la honradez o utilidad” (II-II, q. 128, a.1) por tanto nos lleva a combatir la tristeza que pudiera venir a causa de las dificultades.

Cuatro motivos grandes que mueve al cristiano a vivir esta dimensión de la virtud de la fortaleza:

-La búsqueda de conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y sabe cuando permitir que nos lleguen situaciones adversas para nuestra edificación

-El recuerdo de la Pasión de Cristo y los dolores de nuestra Buena Madre y nuestro deseo de imitarles

-La necesidad de reparar nuestros pecados buscando compensar de algún modo con los sufrimientos que nos llegan los placeres ilícitos que alguna vez nos concedimos

-La necesidad de cooperar a la obra de la redención a uniendo nuestros dolores a los de Cristo crucificado para completar lo que falta a su pasión como dice el apóstol san Pablo (Col 1, 24)

-La perspectiva del mérito que podemos obtener para gloria de Dios. “El sufrir pasa, pero el fruto de haber santificado el sufrimiento no pasará jamás” (Teología de la Perfección Cristiana p. 592).

Algunos autores de vida espiritual hablan de 5 grados o niveles en la vivencia de la virtud de la paciencia (Teología de la Perfección Cristiana p. 592-593):

-La resignación, sin quejas ni impaciencia ante las cruces que el Señor nos envía o permite que vengan sobre nosotros.

-La paz y serenidad ante esas mismas penas, sin ese tinte de tristeza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación

-La dulce aceptación, en la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien.

-El gozo completo, que lleva a darle gracias a Dios, porque se digna de asociarnos al misterio redentor de la cruz.

-La locura de la cruz, que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo “Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6, 14), “O padecer o morir” (santa Teresa) “Padecer Señor, y ser depreciado por vos” (san Juan de la Cruz) “He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento” (santa Teresita).

Vicios opuestos a esta virtud son la impaciencia que se manifiesta en las quejas constantes o arranques de ira, y la insensibilidad del que no se inmuta ante el sufrimiento humano.

+la longanimidad: por ella tendemos hacia el bien se presenta distante o que se alcanzará después de mucho tiempo. “La longanimidad es una virtud que consiste en saber aguardar. Saber aguardar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. ¿En qué? En el bien que de ellos esperamos. Por consiguiente, la longanimidad consiste en evitar la impaciencia que podría causarnos la demora o tardanza de este bien. Saber sufrir esta tardanza, he aquí, en realidad, lo que es la longanimidad. Por eso la llaman algunos: larga esperanza. Es la virtud de Dios, que sabe aguardarnos a todos a nuestra hora; la virtud de los santos, siempre sufridos, siempre pacientes con todos. Grande y admirable virtud, que el apóstol san Pablo coloca entre los doce frutos del Espíritu Santo” (Toublan, Las virtudes cristianas c.90 en Teología de la perfección cristiana p. 593)

+la perseverancia “es una virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasiones. Se distingue de la longanimidad en que esta se refiere más bien al comienzo de una obra virtuosa que no se consumará del todo hasta pasado largo tiempo; mientras que la perseverancia se refiere a la continuación del camino ya emprendido, a pesar de los obstáculos y molestias que vayan surgiendo en él. Lanzarse a una empresa virtuosa de larga y difícil ejecución es propio de la longanimidad; permanecer inquebrantablemente en el camino emprendido un día y otro día, sin desfallecer jamás, es propio de la perseverancia” (Teología de la Perfección Cristiana p. 593)

+La constancia: “es una virtud íntimamente relacionada con la perseverancia, de la que se distingue, sin embargo, por razón de la distinta dificultad que trata de superar; porque lo propio de la perseverancia es dar firmeza alma contra la dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa, mientras que a la constancia pertenece robustecerla contra las demás dificultades que provienen de cualquier otro impedimento exterior (v. gr. La influencia de los malos ejemplos) …” (Teología de la Perfección Cristiana 594)

Vicios opuestos: son la inconstancia que “inclina a desistir fácilmente de la práctica del bien al surgir las primera dificultades” y la terquedad que “se obstina en no ceder cuando sería razonable hacerlo” (Teología de la perfección cristiana p. 594)

Para crecer en la fortaleza:

Pedirla incesantemente a Dios. Porque, aunque es verdad que este es un medio general que puede aplicarse a todas las virtudes, ya que todo sobrenatural viene de Dios (Sant 1, 17) no lo es menos que en orden la fortaleza necesitamos una especial ayuda de Dios, dada la debilidad y flaqueza de nuestra pobre naturaleza humana, vulnerada por el pecado. Sin el auxilio de la gracia, no podemos nada (Jn 15, 5), pero todo lo podemos con Él (Flp 4, 13). Por eso la Sagrada Escritura nos inculca tan insistentemente la necesidad de pedir el auxilio de Dios, que es nuestra fortaleza “Tú eres mi roca, mi ciudadela” (Sal 30,4) y el que la da a su pueblo “Es el Dios de Israel, el que da a su pueblo fuerza y poderío” (Sal 67, 36)

Prever las dificultades que encontraremos en el camino de la virtud y aceptarlas de antemano. Lo recomienda el Angélico Doctor como cosa conveniente a todos, y principalmente a los que no han adquirido todavía el hábito de obrar con fortaleza. Así va perdiendo poco a poco el miedo, y cuando sobreviene de hecho esas dificultades, se las vence con intrepidez como cosa ya prevista de antemano.

Abrazar con generosidad las pequeñas molestias de la vida diaria para fortalecer nuestro espíritu contra el dolor. El que se va acostumbrado a vivir a la intemperie, se considerará feliz y dichoso al encontrarse bajo tejado, aunque carezca de calefacción central. Si no aceptamos generosamente las pequeñas molestias inevitables: frío, calor, dolorcillos, contradicciones, ingratitudes, etc. De que está llena la vida humana, jamás daremos un paso serio en fortaleza cristiana.

Poner los ojos con frecuencia en Jesucristo crucificado. No hay nada que tanto conforte y anime a las almas delicadas como la contemplación del heroísmo de Jesús. Varón de dolores y conocedor de todos los quebrantos (Is 53, 3) nos dejó ejemplo con sus padecimientos para que sigamos sus pasos (1 Pe 2, 21) Jamás tendremos que sufrir en nuestro cuerpo de pecado dolores comparables a los que El quiso voluntariamente soportar por nuestro amor. Por grandes que sean nuestros sufrimientos de alma o cuerpo, levantemos los ojos hacia el crucifijo y Él nos dará la fortaleza para sobrellevarlos sin queja ni amargura. También el recuerdo de los dolores inefables de María (“Oh ustedes cuantos por aquí pasan: miren y vean si hay dolor comparable a mi dolor” Lm 1, 12) es manantial inagotable de consuelo y fortaleza.

Intensificar nuestro amor a Dios. El amor es fuerte como la muerte (Ct 8, 6) y no retrocede ante ningún obstáculo a trueque de contentar al amado. Él es el que daba a san Pablo aquella fortaleza sobrehumana para superar la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro y la espada “Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó” (Rm 8, 35-37). Cuando se ama de verdad a Dios, las dificultades en su servicio no existen y la flaqueza misma del alma se trueca en un motivo más para esperarlo todo de Él: “Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo…pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12, 9-10).” (Teología de la Perfección Cristiana p. 595-596).

El don que corresponde a esta virtud es el que lleva su mismo nombre, se define como “un habito sobrenatural que robustece al alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir”