Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 8)
El alma es creada directamente por Dios y es inmortal, en ella podemos distinguir unos elementos propios de su naturaleza (naturales) y otros que son don de Dios por acción de la gracia (sobrenaturales). Asimismo, tradicionalmente se ha hablado que en ella se distinguen dos porciones, por un lado, una sensible (inferior) y por otro una suprasensible (superior).
A nivel sensitivo (común al hombre y al animal)
Los sentidos externos, que “son aquellos cuyos órganos, colocados en las diferentes partes externas del cuerpo, perciben directamente las propiedades materiales de las cosas exteriores” (Teología de la Perfección Cristiana, p. 343), estos son: tacto, gusto, olfato, oído y vista
Los sentidos internos: “son aquellos cuyos órganos no aparecen al exterior del cuerpo y en los que se recogen, conservan, estiman y evocan las sensaciones ya pasadas” (Teología de la Perfección Cristiana p. 343-344).
- Sentido común: “es la facultad que percibe como nuestros y junta o reúne en uno solo todos los fenómenos ya experimentados sensiblemente en los órganos de los sentidos externos” (Teología de la Perfección Cristiana p.344)
- Fantasía o imaginación: “es aquella facultad que conserva, reproduce y compone o divide las imágenes aprehendidas por los sentidos externos” (Teología de la Perfección Cristiana p.344)
- Estimativa: “es la facultad por la cual aprehendemos las cosas sensibles en cuanto útiles o nocivas para nosotros…En los hombres, la estimativa recibe una influencia colativa del entendimiento, que la hace mucho más perfecta y penetrante que en los animales (instinto); por eso, en él recibe también los nombres de cogitativa o ratio particularis” (Teología de la Perfección Cristiana p.344)
- Memoria sensitiva: “es la facultad orgánica de reconocer lo pasado como pasado, o sea, como ya anteriormente percibido. Sus funciones son conservar el recuerdo de una cosa, reproducirlo o evocarlo (mediante una lenta y penosa reminiscencia, si es preciso) y reconocer esa cosa como ya pasada o ya vista. Se distingue de la imaginación en que esta última conserva y reproduce las imágenes, pero no las reconoce como pasadas y además porque la imaginación puede crear, cosa que escapa en absoluto a la memoria, que se limita al recuerdo de cosas pasadas precisamente en cuanto tales” (Teología de la Perfección Cristiana p.344) Se distingue también de la memoria intelectiva la cual es una facultad que reside en el entendimiento y retiene las especies inteligibles como los conceptos y razonamientos.[1]
Apetito sensitivo: “es aquella facultad orgánica por la cual buscamos el bien en cuanto material y aprehendido por los sentidos. Se distingue genéricamente del apetito racional, o voluntad, que busca el bien en cuanto aprehendido por el entendimiento” (Teología de la Perfección Cristiana p. 364-365). También es llamado sensualidad, en cuanto que reconoce sólo como bueno aquello que es grato a los sentidos. Los movimientos del apetito sensitivo dan origen a las pasiones que en su sentido filosófico-antropológico indican “movimiento del apetito nacido de la aprehensión del bien o del mal sensible con cierta conmoción refleja más o menos intensa en el organismo” (Teología de la Perfección Cristiana p.366). El apetito sensitivo se suele entender de dos maneras:
Apetito concupiscible: tiene por objeto el bien deleitable. Los movimientos pasionales que experimenta son: el amor, si se trata del bien simplemente aprehendido; deseo, si se trata del bien futuro (aún ausente pero que habrá de poseerse); gozo, si el bien es poseído al presente; el odio, nace del mal simplemente aprehendido; la aversión o fuga nace ante un mal que habrá que llegar; la tristeza surge ante el mal presente.
Apetito irascible: tiene por objeto el bien arduo. Las pasiones que nacen en él se explican del siguiente modo: ante un bien arduo ausente, si es posible se genera esperanza, si es imposible, desesperación; ante un mal arduo ausente, si es superable se da lugar a la audacia, si es insuperable produce el temor; el mal arduo presente engendra la ira. “La presencia del bien arduo no puede excitar ningún movimiento en el apetito irascible, sino únicamente el gozo en el concupiscible; por eso, el apetito irascible sólo tiene cinco pasiones, y seis el concupiscible” (Teología de la Perfección Cristiana p.367).
El mundo de las emociones – Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n.143-146
“Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos llamaban «pasiones», tienen un lugar importante en el matrimonio. Se producen cuando «otro» se hace presente y se manifiesta en la propia vida. Es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, y esta tendencia tiene siempre señales afectivas básicas: el placer o el dolor, la alegría o la pena, la ternura o el temor. Son el presupuesto de la actividad psicológica más elemental. El ser humano es un viviente de esta tierra, y todo lo que hace y busca está cargado de pasiones.
Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso le dolía el rechazo de Jerusalén (cf. Mt23,37), y esta situación le arrancaba lágrimas (cf. Lc 19,41). También se compadecía ante el sufrimiento de la gente (cf. Mc6,34). Viendo llorar a los demás, se conmovía y se turbaba (cf. Jn 11,33), y él mismo lloraba la muerte de un amigo (cf. Jn11,35). Estas manifestaciones de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su corazón humano estaba abierto a los demás.
Experimentar una emoción no es algo moralmente bueno ni malo en sí mismo. Comenzar a sentir deseo o rechazo no es pecaminoso ni reprochable. Lo que es bueno o malo es el acto que uno realice movido o acompañado por una pasión. Pero si los sentimientos son promovidos, buscados y, a causa de ellos, cometemos malas acciones, el mal está en la decisión de alimentarlos y en los actos malos que se sigan. En la misma línea, sentir gusto por alguien no significa de por sí que sea un bien. Si con ese gusto yo busco que esa persona se convierta en mi esclava, el sentimiento estará al servicio de mi egoísmo. Creer que somos buenos sólo porque «sentimos cosas» es un tremendo engaño. Hay personas que se sienten capaces de un gran amor sólo porque tienen una gran necesidad de afecto, pero no saben luchar por la felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios deseos. En ese caso, los sentimientos distraen de los grandes valores y ocultan un egocentrismo que no hace posible cultivar una vida sana y feliz en familia.
Por otra parte, si una pasión acompaña al acto libre, puede manifestar la profundidad de esa opción. El amor matrimonial lleva a procurar que toda la vida emotiva se convierta en un bien para la familia y esté al servicio de la vida en común. La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su libertad, brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos.”
A nivel suprasensible o intelectual (común al hombre y al ángel)
El entendimiento: es la facultad del alma por la cual aprehendemos las especies inteligibles, es decir “las cosas en cuanto inmateriales. Su efecto propio son las ideas, que abstrae de los objetos exteriores a través de los fantasmas de la imaginación iluminados por la fuerza abstractiva del propio entendimiento, llamada en filosofía entendimiento agente. El conocimiento intelectual es completamente distinto e infinitamente superior al de los sentidos. El sentido recae siempre sobre objeto singulares, concretos y determinados (este árbol que veo, esta melodía que oigo, este objeto que toco), mientras que las ideas -objeto del conocimiento intelectivo- son siempre universales, abstractas e indeterminadas: el árbol (aplicable a todos ellos), la melodía (común a todas las posible, etc…)
Cuando el entendimiento compara dos ideas afirmando o negando algo de ellas, emite un juicio, v.gr. Dios es bueno, el animal no es inteligente. Si compara dos juicios para deducir un tercero, realiza un raciocinio; v.gr. todo hombre es mortal; Juan es hombre, luego Juan es mortal. El raciocinio explícito, en la forma que acabamos de exponer, recibe en filosofía el nombre de silogismo.
Es conveniente advertir que nuestra inteligencia funciona de tal modo, que no podemos tener nunca dos pensamientos a la vez. Si estamos ocupados en algún pensamiento, nos será imposible tener al mismo tiempo conciencia de otro distinto. Este fenómeno es la base de la atención, que no es otra cosa que la “aplicación de la mente a un objeto”. La guarda de los sentidos, el silencio y la tranquilidad del espíritu lo favorecen mucho y pueden sostenerla durante largo tiempo. Tiene gran importancia en la práctica.
El entendimiento es fino y sutil cuando descubre sin esfuerzo multitud de aspectos en una idea. Es profundo cuando fácilmente descompone hasta sus últimos elementos, una noción concreta. Se llama sólido si sabe encadenar sus razonamientos hasta llegar de consecuencia en consecuencia a un principio inquebrantable e indiscutible. Es previsor si de los antecedentes y de los hechos actuales deduce lo que ocurrirá en el futuro por la fuerza de una observación sagaz” (Teología de la Perfección Cristiana p. 373-374). El acto propio del entendimiento es el conocer y su objeto la verdad.
La voluntad: también es llamada apetito racional y es “la facultad por la cual buscamos el bien conocido por entendimiento…el objeto propio de la voluntad es el bien que le propone el entendimiento como conveniente para sí. Pero en la apreciación de ese bien cabe perfectamente el error. El entendimiento puede juzgar como verdadero bien algo que sólo lo es aparentemente; y la voluntad -que es potencia ciega y sigue siempre las aprehensiones del entendimiento- se lanzará a él tomándolo como verdadero bien. Esta es la explicación del pecado: la voluntad ha tomado como bien lo que en realidad era un mal. Todo pecado se consuma en la voluntad por el libre consentimiento, pero tiene su raíz en un error del entendimiento, que ha tomado como bien real algo que sólo era aparentemente. Por eso en el seno de la visión beatífica los bienaventurados son intrínsecamente impecables; porque en su inteligencia, completamente ocupada por la Verdad infinita que contemplan, no puede infiltrarse el más mínimo error; y su voluntad, completamente saciada con el Bien infinito que gozan, no puede desear nada fuera de él; de donde el pecado es intrínsecamente imposible.
El acto propio de la voluntad es el amor, o sea la unión afectiva de la voluntad con el bien conocido. Todos los movimientos o aspectos parciales del acto humano que tienen lugar en la voluntad –simple volición, tendencia eficaz, consentimiento, elección de los medios, uso activo de las potencias y fruición– proceden del amor o son una consecuencia de él.
El amor puede dividirse de muchas maneras. Las principales para nuestro objeto son las siguientes: por razón del objeto puede ser sensual y espiritual; por razón del fin, natural o sobrenatural; por razón del objeto formal o motivo a que obedece, de concupiscencia, de benevolencia y de amistad. Se llama de concupiscencia cuando apetecemos el bien en cuanto bien para nosotros; de benevolencia, si lo amamos únicamente en cuanto que es bueno en sí mismo bueno y amable; de amistad, si amamos a nuestro amigo no sólo porque es bueno en sí mismo, sino porque por su parte corresponde a nuestro amor. Y así, el sensual ama con amor de concupiscencia el objeto que le proporciona placer; los bienaventurados en el cielo aman habitualmente a Dios con amor de benevolencia, complaciéndose en sus infinitas perfecciones y gozándose de que sea infinitamente feliz en sí mismo; y los mismos bienaventurados en el cielo y el hombre santificado por la gracia acá en la tierra aman a Dios con amor de amistad e impulsos de la virtud de la caridad.
Los actos voluntarios pueden ser de dos clases: elícitos e imperados. Se llaman elícitos los que proceden directamente de la voluntad, son emitidos por ella misma y en ella misma se reciben (v.gr. consentir, elegir, amar, etc.) y se llaman imperados cuando son realizados por cualquier otra potencia bajo la ordenación del entendimiento y moción de la voluntad (v.gr. estudiar, pintar, mortificarse voluntariamente, etc.) El imperio es esencialmente un acto de la razón práctica- porque pone orden en lo que hay que hacer, y sólo la razón percibe el orden- pero para que la razón mueva imperando necesita el impulso de la voluntad.” (Teología de la Perfección Cristiana p. 383-384)
[1] “…todo lo que se recibe en algo se recibe según el modo del receptor. El entendimiento es de una naturaleza más estable e inmóvil que la materia corporal. Por lo tanto, si la materia corporal retiene las formas que recibe no sólo mientras obra en acto por ellas, sino también después de cesar en su acción, con mucha mayor razón el entendimiento ha de recibir de modo más estable e inamovible las especies inteligibles, tanto si provienen de los objetos sensibles como si dimanan de un entendimiento superior. Así, pues, si por memoria entendemos tan sólo la facultad de archivar las especies, es necesario decir que la memoria está situada en la parte intelectiva.
En cambio, si a la razón de memoria pertenece el que su objeto sea lo pasado en cuanto tal, la memoria no estará situada en la parte intelectiva, sino sólo en la sensitiva, que es la que percibe lo particular. Pues lo pasado, en cuanto tal, por expresar el ser sometido a un tiempo determinado, pertenece a una condición particular” – STh I, 1, q.79, a.6