Purificaciones activas

Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 12.3)

En nuestro camino de unión con Dios, no basta el vencer a los enemigos del alma, la conversión es un cambio de actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos, hasta el punto en que lleguemos a configurarnos totalmente con Cristo Jesús, por ello se trata de un proceso más profundo, es un proceso de purificación de aquello que en nuestra alma se encuentra viciado. Conforme el hombre se va purificando va creciendo en su conocimiento y amor de Dios, porque su luz aumenta y su voluntad se desembaraza de aquello que le impide la divina unión.

El P. Royo Marín lo explica de la siguiente manera:

“Como la gracia no excluye de por sí más que el pecado mortal, deja al hombre que la recibe con todas las imperfecciones naturales y adquiridas que tenía en el momento de la justificación. El alma sigue sometida a toda clase de tentaciones, malas inclinaciones, hábitos viciosos adquiridos, etc. Y la práctica de la virtud se le hace muy difícil y penosa. Es que las virtudes infusas que ha recibido con la gracia santificante, como hábitos sobrenaturales que son, le dan la posibilidad y, en cuanto está de su parte, la facilidad para los actos sobrenaturales correspondientes, pero no le quitan los malos hábitos adquiridos ni las indisposiciones naturales que pueda tener el sujeto para la práctica de la virtud. Esto hábitos adquiridos e indisposiciones naturales sólo se quitan con el ejercicio o repetición de los actos naturales o sobrenaturales de las virtudes opuestas, que, despojando a la potencia del hábito vicioso contrario a la virtud, la acondicionen en el orden natural o psicológico para obrar conforme a esa virtud. Cuando el hábito sobrenatural deje de encontrar en su ejercicio la resistencia u obstáculo del hábito natural contrario, el acto virtuoso se producirá con facilidad y sin esfuerzo, con verdadero deleite y agrado de la potencia correspondiente. Mientras tanto no podrá producirse con facilidad a pesar del hábito sobrenatural del que proviene, porque falta la disposición física de la potencia” (Teología de la Perfección Cristiana p. 341)

Ahora bien, este proceso ocurre de una doble manera, por un lado, la llamada purificación activa, es decir lo que el hombre, colaborando a la acción de la gracia en él, puede y debe hacer; por otro lado, las llamadas purificaciones pasivas, esta es la parte mayor y es lo que Dios hace en nosotros.

Purificación activa

Los sentidos externos

En el combate espiritual uno de nuestros mejores aliados es nuestro cuerpo, si bien es cierto en nuestro estado actual de naturaleza caída, tiende de suyo a cuanto puede provocarle un placer sensible, cuando los sentidos son rectamente gobernados por la razón iluminada por la fe, pueden convertirse en un motor que dé un nuevo impulso a nuestra vida espiritual. Por tanto, no se trata de anular o eliminar nuestra sensibilidad, sino de purificarla y ordenarla hacia nuestro fin último que es la divina unión.

San Juan de la Cruz nos da un criterio de discernimiento para saber valorar las experiencias sensibles en nuestra vida espiritual:

“Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando los efectos que de ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales usan de las dichas recreaciones de los sentidos con pretexto de oración y de darse a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios. Y aunque la intención que tienen es para Dios, el efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios.

Por lo cual quiero poner aquí un documento con que se vea cuándo lo dichos sabores de los sentidos hacen provecho y cuándo no. Y es que todas las veces que, oyendo músicas u otras cosas, y viendo cosas agradables, y oliendo suaves olores o gustando algunos sabores y delicados toques, luego al primer movimiento se pone la noticia y afición de la voluntad en Dios, dándole más gusto aquella noticia que el motivo sensual que se le causa y no gusta de tal motivo sino por eso, es señal que sacar provecho de lo dicho y que le ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y en esta manera se puede usar, porque entonces sirven los sensibles para el fin que Dios los crió y dio, que es para ser por ellos más amado y conocido.

Pero el que no sintiere esta libertad de espíritu en las dichas cosas y gustos sensibles, sino que su voluntad se detiene en estos gustos y se ceba en ellos, daño le hacen y debe apartarse de usarlos. Porque, aunque con la razón se quiera ayudar de ellos para ir a Dios, todavía, por cuanto el apetito gusta de ello según lo sensual y conforme al gusto siempre es el efecto, más cierto es hacerle estorbo que ayuda y más daño que provecho. Y cuando viere que reina en sí el apetito de tales recreaciones, debe mortificarle; porque cuanto más fuerte fuere, tiene más de imperfección y flaqueza” (Subida al Monte Carmelo III, 24, 4-6).

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Veamos uno a uno los sentidos, seguimos al P. Royo Marín en su Teología de la Perfección Cristiana (p. 347ss)

Vista[1]: aunque se dice ser el más noble de los sentidos corporales hemos de recordar que sus representaciones tienen un enorme influjo seductor en el alma, fácilmente se deja llevar e impresionar por ella. Por ello hemos de cuidar evitar:

-Las miradas gravemente pecaminosas: Toda mirada voluntaria a una persona u objeto gravemente provocativo, sobre todo si va acompañado de un mal deseo es pecado grave. Lo dice el Evangelio: “Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28)

Miradas peligrosas: Cuando sin mal deseo, pero también sin causa ni razón suficiente, se fija la mirada en una persona, fotografía, escaparate, espectáculo, etc. Que puede inducir a pecado, se comete una imprudencia extremadamente peligrosa

Miradas curiosas: Son aquellas que, sin recaer sobre un objeto malo ni siquiera peligroso de suyo, no tiene otra finalidad que la del simple recreo de la vista….de suyo, no son reprensibles y hasta pueden ayudarnos-rectificando la intención-a elevarnos a Dios…Pero cuando el alma se entrega a estas cosas con excesivo apasionamiento o demasiada frecuencia, representa un obstáculo serio para la vida de recogimiento y de oración…Se impone así la mortificación del sentido de la vista aún en cosas lícitas o no peligrosas de suyo.

“Del gozo de las cosas visibles, no negándole para ir a Dios, se le puede seguir derechamente vanidad de ánimo y distracción de la mente, codicia desordenada, deshonestidad, descompostura interior y exterior, impureza de pensamientos y envidia” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 2)

El oído y la lengua: se reúnen porque están íntimamente asociadas, proporcionando la lengua el pasto principal a nuestros oídos. Menos noble y excelente que el de la vista, pero de amplitud más vasta y universal, es el sentido del oído. Por el nos entra la fe: fides ex auditu (Rm 10, 17) y por el oído, asociado a la palabra humana, adquirimos, pues más noticias que por cualquier otro sentido. Importa mucho, pues, someterle enteramente al control de la razón iluminada por la fe “Si alguno no pecada de palabra, es varón perfecto” dice el apóstol Santiago (3,2)

Hemos de evitar:

-Conversaciones malas: cuando se dicen o escuchan voluntariamente y con agrado cosas que ofenden gravemente a la pureza, la caridad, la justicia o cualquier otra virtud cristiana.

-Conversaciones frívolas: son las que, sin constituir pecado grave por su objeto o intención, no están justificadas ni por la necesidad ni por la utilidad propia o ajena. Entre ellas se cuenta todo el capítulo de las palabras ociosas, de las que dice Nuestro Señor que tendremos que dar cuenta en el día del juicio (Mt 12, 36)

“Del gozo de oír cosas inútiles derechamente nace distracción de la imaginación, parlería, envidia, juicios inciertos y variedad de pensamientos y de estos otros muchos y perniciosos daños” (san Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo III, 25, 3)

Hemos de fomentar:

-Las conversaciones útiles: todo lo que, siendo en sí mismo perfectamente honesto y sin perjuicio para nadie, pueda contribuir al provecho espiritual o material del prójimo o de nosotros mismos es lícito, conveniente y aconsejable.

-Las conversaciones santas: son las que tienen por finalidad inmediata el aprovechamiento espiritual propio y ajeno. Nada hay que conforte tanto a un alma y la empuje hacia la virtud como una santa conversación con personas animadas de un sincero deseo de santificarse.

Para lograr esto conviene practicar la mortificación positiva de estos sentidos: abstenerse a veces de oír alguna melodía, conversación etc. gratos al oído por amor a Dios. Guardar silencio riguroso algunos ratos al día. Renunciar a noticias o curiosidades innecesarias cuando buenamente y sin llamar la atención puedan evitarse.

El olfato: es el sentido menos peligroso y que menos guerra nos hace en orden a nuestra santificación, para trabajarlo habrá que tener presente que hemos de aprender a) la tolerancia de malos olores cuando la caridad o la conveniencia lo exijan sin manifestar al exterior la menor repugnancia y si proferir jamás una queja, b) la renuncia al lujo y moderando el uso de perfumes que, aunque no constituyan pecado de suyo, pueden redundar en sensualidad.

“Del gozarse en los olores suaves le nace el asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo; enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su apetito” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 4)

El gusto: se trata de moderar el ansia de comer y beber. Hemos de regularlo actuando por contrarios respecto a las manifestaciones del vicio de la gula, esto es:

  • No comiendo fuera de horario o necesidad
  • No comiendo con demasiado ardor
  • No buscando manjares exquisitos
  • No buscando alimentos preparados con excesivo refinamiento
  • No comiendo excesivamente

Otros remedios:

-No comer ni beber nunca sin haber rectificado la intención (oración antes de comer y acción de gracias correspondiente)

-Evitar conversaciones sobre comidas y bebidas o prolongar excesivamente las sobremesas con tal de seguir comiendo nuevos postres y bebiendo licores

-Ensayar la disminución progresiva de alimentos hasta llegar al límite exacto de lo que necesita nuestro organismo

-Evitar singularidad y distinciones en calidad o cantidad de la comida, sobre todo viviendo en comunidad

-No quejarse de la comida, renunciar a ciertas satisfacciones lícitas como agregar más sal, abstenerse voluntariamente de algún manjar que causa mayor gusto o servirse un poco más de aquello que causa disgusto, abstenerse de bebidas alcohólicas o reducirla a su mínima expresión, etc.

“Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace la gula y la embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón, que comía espléndidamente (Lc 16, 19). De ahí nace el destemple corporal, las enfermedades; nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria. Críase derechamente gran torpeza de espíritu y estragase el apetito de las cosas espirituales, de manera que no pueda gustar de ellas, ni aún estar en ellas, ni tratar de ellas. Nace también de este gozo distracción de los demás sentidos y del corazón en descontento acerca de muchas cosas” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 25, 5)

El tacto: es el sentido más grosero, y en cierto modo, el más peligroso de todos por su mayor extensión y por la vehemencia de algunas de sus manifestaciones. Hay dos modos principales de mortificarlo:

-Privándole de lo que lo halagaría, como por ejemplo evitando buscar siempre la silla más cómoda o la sábana más suave.

-Practicando la mortificación positiva del mismo sobretodo con el trabajo físico y las pequeñas mortificaciones corporales ordinarias, hechas de pequeñas renuncias practicadas con asiduidad y perseverancia.

“Del gozo acerca del tacto en cosas suaves, muchos más daños y más perniciosos nacen, y que más en breve trasvierten el sentido al espíritu y apagan su fuerza y vigor. De aquí nace el abominable vicio de las molicies e incentivos para ella, según la proporción de gozo de este género. Críase la lujuria, hace el ánimo afeminado y tímido y el sentido halagüeño y melifluo y dispuesto para pecar y hacer daño. Infunde vana alegría y gozo en el corazón, y cría soltura de lengua y libertad de ojos, y a los demás sentidos embelesa y embota según la cantidad del apetito. Empacha el juicio, sustentándole en insipiencia y necedad espiritual, y moralmente cría cobardía e inconstancia y con tiniebla en el alma y flaqueza de corazón, hace temer aún donde no hay que temer. Cría este gozo espíritu de confusión algunas veces e insensibilidad acerca de la conciencia y del espíritu, por cuanto debilita mucho la razón y la pone de suerte que ni sepa tomar buen consejo ni darle, y queda incapaz para los bienes espirituales y morales, inútil como un vaso quebrado” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 6)

Los sentidos internos:

“Del sentido común y la estimativa nada especial hay que decir en orden a su purificación. El primero depende enteramente de los sentidos externos cuyas impresiones recoge y unifica. De donde la mortificación de esos sentidos…basta para preservarle de toda información peligrosa o inútil. Y en cuanto a la facultad estimativa, si la imaginación anda bien arreglada y el juicio intelectivo ejerce sin trabas su legítimo imperio, desaparecerán las apreciaciones falsas o ridículas de la estimativa”

La imaginación, es importante purificarla porque “Toda idea adquirida por el mecanismo natural de nuestras facultades responde a una imagen previa que suministra la imaginación al entendimiento. Sin imágenes el entendimiento no pude naturalmente conocer” … “Tiene la imaginación una influencia soberana sobre el apetito sensitivo, que se mueve con gran ímpetu hacia sus objetos propios cuando la imaginación se los reviste y colorea de encantos y atractivos especiales” … “Puesta al servicio del bien, puede prestarnos servicios incalculables; pero nada hay que tanta guerra nos pueda dar en el camino de la santificación como una imaginación exaltada que haya sacudido el yugo y control de la razón iluminada por la fe. Profundamente afectada por el pecado original, obedece con dificultad al impulso de la razón y de la voluntad, que no ejercen sobre ella un imperio despótico como sobre los sentidos externos, sino solamente político, que falla muchas veces” (Teología de la Perfección Cristiana p. 358-359)

Medios para purificar la imaginación

-La guarda de los sentidos externos, ya que con ella le sustraemos la materia de la que se alimenta

-La cuidadosa selección de lecturas (todo aquello que alimenta nuestro interior sean hoy en día videos, imágenes, espectáculos, etc.)

-Combatir la ociosidad: la imaginación nunca esta quieta si la sujetamos proporcionándole una ocupación buena y provechosa, ella misma se buscará materia para desplegar su actividad. Y como está mal inclinada y siente natural propensión a todo lo que halaga a los bajos apetitos bien pronto nos pondrá en trance de peligrosa tentación.

-Ofrecerle objetos buenos: lecturas espirituales, pintura, música, etc.

-Acostumbrarse a proceder siempre con atención a lo que se está haciendo (Age quod agis)

-No conceder demasiada importancia a sus distracciones e impresiones.

La memoria sabemos puede entenderse en cuanto sensitiva, es decir aquella que tiene por objeto únicamente lo sensible, particular y concreto, reconoce las especies en cuanto pasadas; y la intelectiva, que según santo Tomás de Aquino viene a ser una función de la inteligencia en cuanto que retiene las especies inteligibles, y se refiere a lo suprasensible, abstracto y universal. En este punto nos referimos sobre todo a la primera

-Eliminar los recuerdos pecaminosos

-Combatir los recuerdos inútiles

-Olvidar por completo las injurias o desprecios recibidos

-Recordar los beneficios recibidos de Dios

-Recordar los motivos de la esperanza cristiana

Sobre este último punto veamos lo que nos dice el P. Garrigou Lagrange:

“El olvido de Dios hace que nuestra memoria esté como sumergida en el tiempo, del que no ve la relación que tiene con la eternidad, con los beneficios y las promesas de Dios. Esta falta inclina a nuestra memoria a contemplar las cosas horizontalmente en la línea del tiempo que va huyendo, y del cual sólo es real el momento presente, entre lo pasado, que ya ha desaparecido, y lo futuro, que todavía no ha llegado. El olvido de Dios nos impide ver que aún el momento presente se halla en la línea vertical que lo une al único instante de la inmoble eternidad y que hay una manera divina de vivir ese presente momento, para que por los méritos pertenezca a la eternidad. Mientras que el olvido de Dios no nos levanta de la trivial y plana vista de las cosas en la línea del tiempo que pasa, la contemplación de Dios es como la visión vertical de las cosas, que no duran y del lazo que las une con Dios que no pasa jamás. Vivir como sumergidos en el tiempo es olvidar su valor, es decir, su relación con la eternidad. ¿Cuál será la virtud capaz de sanar este grave defecto del olvido de Dios? San Juan de la Cruz responde: ‘la memoria que olvida a Dios ha de ser curada por la esperanza de la bienaventuranza eterna, del mismo modo que la inteligencia tiene que serlo por el progreso de la fe, y la voluntad, por el aumento de la caridad’…Somos viajeros, y olvidamos que estamos de viaje. Cuando vamos en un tren y vemos que algunos viajeros descienden en una estación, nos hace recordar que pronto tendremos que descender también; de la misma manera, en nuestro viaje a la eternidad, cuando alguien baja, es decir, cuando uno muere, nos hace recordar que también nosotros hemos de morir y que estamos en viaje a la eternidad” (Las tres edades de la vida interior, II, 8)

Las pasiones

(Cf. Teología de la Perfección Cristiana p. 369-371)

Hemos de considerar cómo proceden:

  1. “Toda idea tiende a producir el acto correspondiente: este principio es particularmente verdadero si esa idea o sentimiento va acompañado de emociones fuertes y vivas representaciones. De este principio se deprende, como norma de conducta, la necesidad de fomentar en sí ideas conformes a las acciones que se quiere realizar y eivtar cuidadosamente las que se refieren a acciones que se quieren evitar. De esa manera se gobiernas los actos por medio de las ideas”
  2. “Todo acto suscita el sentimiento del cual es expresión normal: la regla de conducta que se desprende de aquí es que para adquirir el sentimiento que se desea- o sea para intensificar la pasión que queremos fomentar-es preciso obrar como si se tuviera ya. De esta forma se gobiernan los sentimientos por medio de los actos”
  3. “La pasión acrecienta las fuerzas psicológicas del hombre hasta elevarlas a su mayor intensidad y las utiliza para conseguir lo que pretende: de donde se deduce la necesidad de procurarse una pasión muy bien escogida para llevar al máximo rendimiento nuestras energías psicológicas. De esta manera, por medio de los sentimientos se gobiernan las ideas y los actos”

Medios:

-Actuar sin descanso sobre las causas de la pasión: huir las ocasiones peligrosas.

-Impedir con energía nuevas manifestaciones de la pasión, ya que todo nuevo acto da a la pasión nuevas y redobladas energías.

-Dar a la pasión objetos distintos de los que se la quiere apartar, para ello es preciso orientarlas hacia el bien:

1° el amor hay que encauzarlo: a) en el orden natural: a la familia, las amistades buenas, la ciencia, el arte, la patria; b) en el orden sobrenatural: a Dios, a Jesucristo, a María, a los ángeles y santos, a la Iglesia, etc.

2° El odio hay que orientarlo hacia el pecado, los enemigos del alma (mundo, demonio y carne) y todo aquello que pueda rebajarnos y envilecernos en el orden natural o sobrenatural

3° El deseo hay que transformarlo en legítima ambición: natural, de ser provechoso a la familia y a la patria; y sobrenatural, de alcanzar a toda cosa la perfección y la santidad.

4° La fuga o aversión tiene su objeto más noble en la huida de las ocasiones peligrosas, en evitar cuidadosamente todo aquello que pueda comprometer nuestra salvación o santificación

5° El gozo hemos de hacerlo recaer en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre nosotros, en el triunfo de la causa del bien en el mundo entero, en la dicha de sentirse, por la gracia santificante, hijo de Dios y miembro vivo de Jesucristo….

6° La tristeza y el dolor hallan su expresión adecuada en la contemplación de la pasión de Jesucristo, de los dolores de María, en los sufrimientos y persecuciones de que es víctima la Iglesia o los mejores de sus hijos, del triunfo del mal y la inmoralidad en el mundo…

7° La esperanza ha de alimentarse en la soberana perspectiva de la felicidad inenarrable que nos aguarda en la vida eterna, en la confianza omnímoda en la ayuda de Dios durante el destierro, en la seguridad de la protección de María ‘ahora y en la hora de nuestra muerte’.

8° La desesperación hay que transformarla en una discreta desconfianza en nosotros mismos, fundada en nuestros pecados y en la debilidad de nuestras fuerzas, pero plenamente contrarrestada por una confianza omnímoda en el amor y misericordia de Dios y en la ayuda de su divina gracia.

9° la audacia ha de convertirse en animosa intrepidez y valentía para afrontar y superar los obstáculos y dificultades que se interpongan ante el cumplimiento de nuestro deber y en el proceso de nuestra santificación, recordando que ‘el reino de los cielos padece violencia, y solamente los que se la hacen a sí mismos lo arrebatan’ (Mt 11, 12)

10° El temor ha de recaer en la posibilidad del pecado, único verdadero mal que puede sobrevenirnos, y en la pérdida temporal o eterna de Dios, que sería su consecuencia; pero no de manera que nos lleve al abatimiento, sino como acicate y estímulo para morir antes que pecar.

11° La ira, en fin, hay que transformarla en santa indignación que nos arme fuertemente contra el mal

El entendimiento

(cf. Teología de la Perfección Cristiana p. 373-382)

Hay que evitar:

Los pensamientos inútiles: “con frecuencia ocupamos nuestro espíritu con una multitud de pensamiento inútiles, que nos hacen perder un tiempo preciosos y desvían nuestra atención hacia lo caduco y perecedero con descuido y menoscabo de los grandes intereses de nuestra alma en orden a su propia santificación”

Ignorancia: “es preciso combatir la ignorancia sobre todo en materia de religión y espiritualidad. Ciertamente que -rectificando la intención- podemos y debemos estudiar también las ciencias humanas, sobre todo las que se refieren a la propia profesión y deberes del propio estado. Sería un absurdo inverosímil dedicar todos nuestros afanes a la ciencia humana y perecedera, que ha de acabar muy en breve (1 Co 13, 8) y descuidar la ciencia suprema de nuestros intereses eternos”

Curiosidad: “En directa oposición a la virtud de la estudiosidad, de la que es su vicio contrario, está la curiosidad o deseo inmoderado de saber lo que no nos interesa o puede sernos perjudicial”

Es exigente san Juan de la Cruz en este punto:

“Y así, jamás se entremeta, ni de palabra ni de pensamiento, en las cosas que pasan en la comunidad ni de las particulares, no queriendo notar ni sus bienes, ni sus males, ni sus condiciones; y, aunque se hunda el mundo, ni querer advertir ni entremeterse en ello, por guardar el sosiego de su alma; acordándose de la mujer de Lot, que, porque volvió la cabeza a mirar los clamores y ruido de los que perecían, se volvió en dura piedra (Gn. 19, 26).
Esto ha menester guardar con gran fuerza, porque con ello se librará de muchos pecados e imperfecciones y guardará el sosiego y quietud de su alma, con mucho aprovechamiento delante de Dios y de los hombres. Y esto se mire mucho, que importa tanto, que por no lo guardar muchos religiosos, no sólo nunca les lucieron las otras obras de virtud y de religión que hicieron, mas fueron siempre hacia atrás de mal en peor.” (Avisos a un religioso para alcanzar la perfección n.2)

La precipitación en el juzgar: “es preciso acostumbrarse a proceder siempre con calma y reflexivamente, evitando la ligereza y precipitación en nuestros juicios y la inconstancia y volubilidad en nuestra manera de pensar, que tiene su fundamento en la falta de firmeza en nuestro espíritu de los principio o normas de acción”

El apego al propio juicio.

La voluntad

(Cf. Teología de la Perfección Cristiana p. 383-389)

Se trata de poner todo nuestro querer en Dios y desapegarlo de las criaturas en cuanto que ellas no colman nuestro anhelo de la bienaventuranza eterna, no se trata de “aniquilar las tendencias naturales de nuestra voluntad sustrayéndolas su objeto y dejándolas suspendidas en la nada, sino orientarlas hacia Dios, hacer de Dios el objeto único de ellas, reduciendo así sus fuerzas a la unidad” podríamos parafrasear la máxima del “tanto cuanto” de san Ignacio de Loyola diciendo, la cosas he de quererlas tanto cuanto me acercan a Dios y de rechazarlas tanto cuanto me alejan de Él. A esto hay que aunar el desprendimiento de nuestro propio yo de toda actitud egoísta, existen personas que al final se buscan a sí mismas en todo, incluso en las cosas más santas, si buscamos unirnos a Dios es preciso el examen continuo de sí buscando rectificar la intención de modo que la única voluntad que aspiremos cumplir es la de Dios, sólo entonces la nuestra encontrará toda su libertad y su pureza.


[1] “…En los humanos la más poderosa habilidad sensorial es la vista. El cuerpo humano tiene un promedio de 11 millones de receptores sensoriales. Aproximadamente 10 millones de ellos están dedicados a la vista. Algunos expertos estiman que la mitad de los recursos del cerebro son usados para ver. Dado el hecho de que dependemos más de la vista que de cualquier otro sentido, no debería sorprendernos que las señales visuales sean el mayor catalizador de nuestro comportamiento. Por esta razón, un pequeño cambio en lo que ves puede conducir a un enorme cambio en lo que haces. Como resultado, puedes imaginar lo importante que es vivir y trabajar en ambientes que estén colmados de señales productivas y son carentes de señales improductivas” (James Clear, Hábitos atómicos, p.108-109)