Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 12.4)
(Cf. Dispensa de Teologia Spirituale – Corso APRA 2015-16 Prof. Angela Tagliafico)
La Purificación completa del alma no se puede alcanzar sin las purificaciones pasivas. El hombre no podrá purificarse del todo, aunque se empeñe y ejercite, hasta que no intervenga la acción divina. La razón teológica confirma plenamente la afirmación anterior ya que a causa de la herencia del pecado original nuestra naturaleza humana está inclinada hacia el mal. El egoísmo, que se radica en lo más profundo de nuestro ser ofusca la claridad del intelecto impidiéndosele la visión recta y objetiva de las cosas, particularmente cuando el amor propio está interesado en hacerle ver de un modo y bajo una luz particular.
La naturaleza misma de la realidad entonces exige las purificaciones pasivas. Ciertamente no todos habrán de sufrirlas con el mismo rigor ya que son diversos los grados de impureza que se adquieren. Sin embargo para vencer completamente todo aquello que se opone al espíritu de fe y confianza en Dios y llegar a amar al Señor perfectamente con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y el prójimo y los enemigos como a sí mismo, y ser firmes, fieles, pacientes y perseverantes en la caridad, suceda lo que suceda, es indispensable la plena renovación del alma a través de las dolorosas purificaciones pasivas que la introducen y le hacen progresar en la vida mística, abierta a todas las almas como natural desarrollo y expansión de la gracia santificante.
Las purificaciones pasivas no representan un estado de inercia espiritual y sufrimiento inactivo, sino que son la acción purificativa que se recibe en el alma sin que esta última la cause, aunque debe cooperar a ella activamente.
Dios queriendo siempre el alma para sí, le concede amorosamente nuevos y eficaces medios para desapegarse de las criaturas y del amor propio y darse enteramente Su Divina Majestad. Estos medios serán más penosos y purgativos cuanto mayor será la pureza que Dios requiere al alma, y cuanto menor habrá sido la labor de purificación activa que esa ha aplicado en sus ejercicios.
En los estados místicos las almas son guiadas por el Espíritu Santo e iluminadas por las luces de la contemplación con esplendores celestes, adquieren conciencia de su nada y de su miseria como de las insidias que le tientan, son más cautas, juiciosas, prudentes y dóciles a sus guías espirituales, justo a causa de las dolorosas purificaciones a las cuales se ven sometidas.
Veamos ahora las dos principales manifestaciones de estas purificaciones pasivas que san Juan de la Cruz llama “noche del sentido” y “noche del espíritu”
La noche pasiva del sentido
La noche del sentido consiste en una serie de prolongadas arideces y oscuridades sensibles producidas en el sujeto aún imperfecto. Psicológicamente se caracteriza por una serie de sequedades profundas, persistentes que sumergen al alma en una gran tristeza y ponen a prueba su perseverancia en el deseo de santificación.
Esta crisis del sentido es muy difícil de soportar, tanto así que la mayor parte de las almas retrocede asustada y abandona la vida de oración. La causa de esta noche es que la oración de quietud es recibida en un sujeto imperfecto o que aún no está lo suficientemente preparado. Estos dos elementos son necesarios. Sin la oración de quietud podría darse purificación activa pero no pasiva y sin la disposición imperfecta del alma, la oración no causaría tormento, oscuridad y aridez sino delectación, luz y suavidad inefable. San Juan de la Cruz en el primer libro de la Noche Oscura es el código fundamental para conocer los cánones fundamentales que regulan esta noche del sentido. Él describe, sobre todo, como los principiantes suelen experimentar suavidad y paz en el servicio de Dios. Pero aún no saben hacer buen uso de esto y se apegan fuertemente a las consolaciones espirituales, las que inadvertidamente, constituyen poco a poco, el único motivo que les mueve a practicar la oración.
Sintiéndose muy favorecidos por Dios, se creen ya santos o poco menos y aún se notan grandes imperfecciones acerca de los vicios. Por tanto, se impone una purificación. Ellos nunca la buscarían y en este punto entonces es que interviene Dios, con las primeras luces de la oración de quietud. Pura comunicación espiritual que llega directamente al intelecto apegado a lo sensible y que le produce oscuridad, vacío, negación y abandono. He ahí la noche del sentido.
Dice san Juan de la Cruz: “Es, pues, de saber que el alma, después que determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y regalando, al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le caliente, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala. Pero, a la medida que va creciendo, le va la madre quitando el regalo, y escondiendo el tierno amor, pone el amargo acíbar en el pecho y, abajándole de los brazos, le hace andar por su pie, para que, perdiendo las propiedades de niño, se dé a cosas más grades y sustanciales” (Noche Oscura I, 1, 2)
Son dos las causas de la noche del sentido: la oración de quietud y la imperfección del sujeto que aún no está listo para recibirla.
Continúa san Juan de la Cruz: “Porque como aquí comienza Dios a comunicársele, no ya por el sentido, como antes hacía por medio del discurso, que componía y dividía las noticias, sino por el espíritu puro, en que no cae discurso sucesivamente, comunicándosele con acto de sencilla contemplación, la cual no alcanzan los sentidos de la parte inferior, exteriores ni interiores; de aquí es que la imaginativa y fantasía no puedan hacer arrimos en alguna consideración ni hallar en ella pie ya de ahí adelante” (Noche I, 9, 8)
Los signos que distinguen la noche del sentido de las arideces que se experimentan en la vida ascética son tres y deben aparecer juntos (Seguimos Teología de la Perfección Cristiana p.398ss):
“La primera es que ‘así como no halla gusto ni consuelo en las cosas de Dios, tampoco lo halla en alguna de las cosas criadas’. Porque si lo hallara en estas últimas, es evidente que el disgusto de Dios obedece a la disipación del alma. Los tibios no hallan gustos en las cosas de Dios, pero sí en las del mundo. Pero como este disgusto universal ‘podría provenir de alguna indisposición o humor melancólico, el cual muchas veces no deja hallar gusto en nada, es menester la segunda señal y condición’.
La segunda señal es que ordinariamente trae la memoria en Dios con solicitud y cuidado penoso, pensando que no sirve a Dios, sino que vuelve atrás como se ve con aquel sinsabor en las cosas de Dios. Y en esto se ve que no sale de flojedad y tibieza este sinsabor y sequedad, porque de razón de la tibieza es no le dar mucho ni tener solicitud interior por las cosas de Dios. Y cuando obedece a una enfermedad, ‘todo se va en disgusto y estrago del natural, sin estos deseos de servir a Dios que tiene la sequedad purgativa’. El demonio por su parte tampoco puede inspirar deseos de servir a Dios. Esta es, pues, una de las señales más claras e inequívocas.
La tercera señal es ‘el no poder ya meditar ni discurrir en el sentido de la imaginación como solía, aunque más haga de su parte’. La causa de esta impotencia discursiva es la contemplación infusa inicial…Cuando se reinan esas tres señales de una manera clara y duradera, el alma y su director pueden pensar que se hallan en presencia de la noche del sentido y obrar en consecuencia.”
No todas las almas sufren la noche con el mismo rigor e intensidad. Depende del mayor o menor número de imperfecciones de las cuales han de ser purificadas y también de su vigor y de su docilidad y paciencia en el soportar la prueba. De cualquier modo, Dios concede siempre Su gracia y Su fuerza, en el grado y medida necesaria. El alma obrará con prudencia si sigue algunas indicaciones (Teología de la Perfección Cristiana p. 401ss):
“Sumisión completa y amorosa a la voluntad de Dios, aceptando con paciencia y resignación la dolorosa prueba por todo el tiempo que Dios quiera. Es preciso que el alma no tenga por malo este estado purgativo, sino que vea en él un medio de fortalecerse y adelantar en la vida espiritual…
Perseverancia en la oración a pesar de todas las dificultades, a imitación del divino agonizante de Getsemaní, que puesto en agonía oraba con mayor intensidad: ‘Factus in agonia prolixus orabat’ (Lc 22, 43). La oración en medio de estas terribles arideces y sequedades es un verdadero tormento para el alma, y sólo a fuerza de una violencia inaudita podrá mantenerse en ella; pero es menester que se la haga -pidiéndole a Dios la fortaleza necesaria-, si no quiere volver atrás y echarlo todo a perder…
‘Deje estar el alma en sosiego y quietud…, contentado sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios’ sin particular consideración y ‘sin gana de gustarle o sentirle’…No se esfuerce, pues el alma en meditar. Permanezca tranquila y sosegada ante Dios con una sencilla mirada amorosa, sin pensar ni discurrir en cosa alguna…
Docilidad a un director prudente y experimentado” en vida mística y buscando únicamente el beneplácito divino
Efectos de la noche del sentido
(Teología de la Perfección Cristiana p.404 comentando cap. 12 y 13 de “Llama de amor viva”)
-Conocimiento de sí mismo y de su miseria al verse tan llena de oscuridades e impotencias
-El tratar con Dios con más comedimiento y cortesía del que solía tenerlo cuando nadaba en consuelos y regalos.
-Luces mucho más vivas sobre la grandeza y excelencia de Dios, producidas por la contemplación infusa incipiente.
-Profunda humildad, ‘porque como se ve tan seca y miserable, ni aún por primer movimiento le pasa que va mejor que los otros, ni que les lleva ventaja como antes hacía’
-Amor al prójimo, ‘porque los estima y no los juzga como ante solía cuando se venía a sí con mucho fervor y a los otros no’
-Sumisión y obediencia, pues ‘como se ven tan miserables no sólo oyen lo que les enseñan, mas aún desean que cualquiera los encamine y diga lo que deben hacer’
-Limpieza y purificación de la avaricia, lujuria y gula espiritual, de que estaban llenos antes de esta noche sensitiva. Igualmente, de la ira, envidia, y pereza.
– ‘Ordinaria memoria de Dios, con temor y recelo de volver atrás’ lo cual es muy provechoso para el alma
– ‘Ejercicios de las virtudes de por junto’
– ‘Libertad de espíritu, en que se van granjeando los doce frutos del Espíritu santo’
-Victoria contra los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne.” (Teología de la Perfección Cristiana p. 404)
Esta noche es una fase de paso entre fase purgativa e iluminativa y por ello participa alternándose períodos de luz y oscuridad… “Hay almas que de este modo van pasando su noche del sentido sin que de una manera cierta y determinada pueda saberse cuándo la empezaron y cuando la terminaron. Como sucede en la naturaleza, el día y la noche alternan en esas almas…” (Teología de la Perfección Cristiana p. 405)
La noche pasiva del espíritu
Está constituida por “una serie de purificaciones pasivas extremadamente dolorosas que tiene por objeto completar la purificación del alma que la noche del sentido no hizo más que comenzar. Mediante las horribles pruebas de esta segunda noche, los defectos e imperfecciones del alma se arrancan en sus mismas raíces cosa que no pudo conseguir la primera purificación de los sentidos” (Teología de la Perfección Cristiana p.407)
“Las causas de la noche del espíritu son las mismas que las del sentido -contemplación infusa e imperfección del alma-, aunque en grado superior de intensidad por parte de la luz contemplativa. El exceso de esta luz atormenta y ciega el alma al mismo tiempo que le muestra al descubierto las más pequeñas e insignificantes imperfecciones de que ve completamente llena. El contraste entre la grandeza inefable de Dios, que barrunta a través de aquellos resplandores contemplativos, y la sentina de imperfecciones y miseria que el alma descubre en sí misma, le hacen concebir la idea de que jamás será posible la unión de tanta luz con tantas tinieblas, y que, por lo mismo, está irremisiblemente condenada a vivir eternamente apartada de Dios. Esta situación que al alma le parece evidentísima y sin remedio posible, la sumerge en un estado de angustia y de tortura tan espantosas, que no solamente suele superar a los tormentos del purgatorio -en el que las almas, al fin y al cabo, sabe que tienen asegurada su salvación eterna-, sino que, salvo la desesperación y el odio a Dios, se asemeja mucho a la pena de daño del infierno.
Asusta leer la descripción de ese estado hecha por las almas que han pasado por él. Sólo una particular asistencia de Dios, que las sostiene y conforta al mismo tiempo que las somete a tan terribles pruebas, hay que atribuir el que el alma no se abandone a la más negra y horrenda desesperación.
Efectos: para explicar ‘la raíz’ de la naturaleza y consecuencias de estas terribles pruebas purificadoras, usa san Juan de la Cruz la bellísima comparación del leño arrojado al fuego. He aquí sus propias palabras:
“De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma, purgándola y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí. Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor, y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios a fuego; y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle tan hermoso como el mismo fuego. En el cual término ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seca; está caliente, y calienta; está claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él estas propiedades y efectos.” (Noche oscura II, 10, 1)
Y a continuación va el santo Doctor aplicando esta imagen de la acción purificadora de la noche del espíritu y poniendo de manifiesto los admirables efectos de santificación que produce en el alma que la padece. El alma sale de esta prueba resplandeciente y hermosísima, completamente transformada en Dios y libre ya para siempre de sus flaquezas e imperfecciones y miserias. Habiéndose purificado plenamente de ellas -por el espantoso purgatorio místico que ha sufrido- ha escalado las cumbres más altas de la santidad, está confirmada en gracia y no le queda sino esperar que la muerte rompa los lazos que la retienen todavía a este mundo para penetrar- sin purificación alguna de ultratumba- en los resplandores eternos de la visión beatífica.
Necesidad. ¿Es absolutamente necesaria la noche del espíritu para alcanzar la perfección cristiana?
Es preciso distinguir. Para alcanzar una perfección relativa tal como corresponde a las almas que han logrado escalar las quintas y primeras manifestaciones de las sextas moradas de santa Teresa (oraciones de quietud y de unión). Evidentemente que no. Dios puede suplir- y suple de hecho en esas almas relativamente perfectas- las tremendas purificaciones del espíritu con otras pruebas dolorosas intermitentes, alternando la luz con las tinieblas, ‘haciendo anochecer y amanecer a menudo’ hasta elevarlas al grado de pureza y perfección a que las tiene predestinadas. Pero para remontarse hasta las séptimas moradas y escalar las más altas cumbres de la santidad, la noche del espíritu es absolutamente indispensable. Lo dice en cien lugares san Juan de la Cruz y se comprende que tiene que ser así por la naturaleza misma de las cosas: el alma no puede unirse con Dios en unión transformativa mientras no se purifique enteramente de todas sus miserias y flaquezas. Y éste es cabalmente el efecto propio de la noche del espíritu.” Por lo general estas purificaciones duran mucho tiempo, incluso años enteros antes de que el alma entre en la unión transformante, Dios le concede periódicamente un poco de alivio hasta que llega a los altos grados de perfección de la unión transformativa.