Notas utilizadas para dar un Curso básico de Teología Espiritual (Tema 12.5 )
Pars construens
La parte positiva es lo que propiamente podríamos denominar el crecimiento espiritual, en este sentido se dice que por tres medios crece el hombre: por vía de las buenas obras o ejercicios de la vida virtuosa, por vía sacramental y vía de oración.
Crecimiento en las virtudes
La Virtud de la Fe
El Catecismo de la Iglesia nos enseña que:
“La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo […] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).” (Catecismo de la Iglesia Católica 1814)
Es sugestiva también la definición que nos ofrece la carta a los hebreos: “La fe es el fundamento de las cosas que se esperan y la prueba de aquello que no se ve” (11,1)
“El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos […] vivan preparados para confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf. DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo […] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).” (Catecismo de la Iglesia Católica 1816)
Aunque es un acto personal también tiene una clara dimensión eclesial, puesto que es la Iglesia quien nos transmite la fe:
“La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (Catecismo de la Iglesia Católica 166)
La fe es operante: Tanto en la Carta de Santiago (capítulo 2) y Pablo en Ga 5,6 nos recuerdan que la fe se muestra con las obras y obra por la caridad.
La fe por tanto es virtud que Dios infunde en nuestro entendimiento para creer aquello que nos es revelado y obrar conforme a ello. Al revelarnos su vida íntima y los grandes misterios de la gracia y la gloria, Dios nos hace ver las cosas, por decirlo así, desde su punto de vista divino, tal como las ve Él. Las verdades reveladas permanecen para nosotros oscuras e inevidentes, ha de intervenir la voluntad, movida por la gracia, para imponer al entendimiento el asentimiento firmísimo de la fe.
La fe informada por la caridad produce entre otros dos grandes efectos en el alma: le da un temor filial hacia Dios que le ayuda mucho a apartarse del pecado…y le purifica el corazón elevándolo hacia las alturas y limpiándole del afecto a las cosas terrenales.
El Catecismo de la Iglesia (nn. 2088-2089) nos habla de los siguientes pecados contra la fe:
“Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu. La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos” (CIC can. 751).”
Ahora lo que más nos interesa en este ejercicio es aprender como crecer en la fe, en su dimensión subjetiva (mi asentimiento a la verdad revelada) y en su dimensión objetiva (mi conocimiento de esa realidad). Recordemos que el ejercicio de la virtud de la fe colabora a la purificación de nuestro entendimiento. (Seguimos la Teología de la Perfección Cristiana p.478-480)
Los principiantes:
El principal cuidado habrá de ser nutrirla y fomentarla para que no se pierda o corrompa. Convencidos de que es un don de Dios, pedirán al Señor en oración ferviente que les conserve siempre en sus almas esa divina luz que nos enseña el camino del cielo en medio de las tinieblas…su jaculatoria favorita será “Creo Señor; pero ayuda tú a mi poca fe” (Mc 9, 23).
Rechazarán con energía, mediante la divina gracia, todo cuanto pueda representar un peligro para su fe: a) las sugestione diabólicas (dudas, tentaciones contra la fe) que combatirán indirectamente – distrayéndose o pensando en otra cosa- nunca directamente, o sea, enfrentándose con la tentación, buscando razones, etc., que más bien aumentarían la turbación del alma y la violencia del ataque enemigo; b) las lecturas peligrosas o imprudentes en las que se enjuician con criterio anticristiano o mundano las cosas de la fe o de la religión en general y c) la soberbia intelectual.
Procurarán extender y aumentar el conocimiento de las verdades de fe estudiando los dogmas católicos con todos los medios a su alcance (catecismos explicados, obras de formación religiosa, conferencias y sermones etc.) aumentando con ello su cultura religiosa y extendiendo sus conocimientos a mayor número de verdades reveladas.
En cuanto al crecimiento de la fe subjetiva, procurarán fomentarlo con la repetición enérgica y frecuentes de actos de fe y con la práctica de las reglas de Sentir con la Iglesia que da San Ignacio de Loyola, repetirán con fervor la súplica de los apóstoles al divino Maestro “Señor auméntanos la fe” (Lc 17, 5)
Las almas adelantadas.
Buscarán con todo esmero aprender a ver y juzgar todo a la luz de la fe “El justo vive por la fe” (Rm 1, 17):
Hemos de ver a Dios a través del prisma de la fe, sin tener nada en cuenta los vaivenes de nuestros sentimientos o de nuestras ideas antojadizas. Dios es siempre el mismo, infinitamente bueno y misericordioso, sin que cambien su naturaleza los consuelos o arideces que experimentemos en la oración, las alabanzas o persecuciones de los que nos rodean, los sucesos prósperos o adversos de que se componga nuestra vida.
Hemos de procurar que nuestras ideas sobre los verdaderos valores de las cosas coincidan con las enseñanzas de la fe, a despecho de lo que el mundo pueda pensar o sentir. Y así hemos de estar íntimamente convencidos de que en orden a la vida eterna es mejor la pobreza, la mansedumbre, las lágrimas del arrepentimiento, el hambre y sed de perfección, la misericordia, la limpieza de corazón, la paz y el padecer persecución (mt 5, 3-10) que las riquezas, la violencia, las risas, la venganza, los placeres de la carne y el dominio e imperio sobre todo el mundo. Hemos de ver en el dolor cristiano una auténtica bendición de Dios, aunque el mundo no acierte a comprender estas cosas. Hemos de estar convencidos de que es mayor desgracia cometer a sabiendas un pecado venial que la pérdida de la salud y de la misma vida… Que la vida larga importa mucho menos que la vida santa…renunciando en absoluto a los criterios mundanos e incluso a los puntos de vista pura y simplemente humanos.
Consideraremos que el sufrir pasa, pero el premio de haber sufrido bien no pasará jamás…y que después de las incomodidades y molestias de esta “noche en una mala posada” – que eso es la vida del hombre en la tierra, en frase de santa Teresa (Camino40,9) nos aguardan para siempre los resplandores eternos en la ciudad de los bienaventurados. Y al deshacerse la casa de esta morada terrena se nos prepara en el cielo una mansión eterna. (Prefacio de la Misa de difuntos)
Los perfectos: iluminados por el Espíritu Santo llegan a vivir tan intensamente esta virtud que se encuentra en el preludio o aurora de la visión beatífica del cielo.
Se ve potenciada por el don de entendimiento que es un “hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante por el la cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, se hace apta para una penetrante intuición de las verdades reveladas especulativas y prácticas hasta de las naturales en orden al fin sobrenatural” (Teología de la Perfección Cristiana p.480)
Y por el don de ciencia, que es un “hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante, por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin sobrenatural” (Teología de la Perfección Cristiana p.488)