Enviados por amor, enviados para amar

Jueves – IV semana del tiempo ordinario – Año par

1R 2, 1-4.10-12; Sal: 1 Cro 29, 10-12; +Mc 6, 7-13

Hoy se concluye la lectura del ciclo de David, con la narración de su muerte. Las últimas palabras de David a Salomón son de alguna manera su testamento espiritual. Lo más grande que le dejó a su hijo no fue un reino temporal, riquezas, palacios, etc. Sino una alianza con el Señor.

En punto de muerte, hacer memoria del gran amor misericordioso y generoso de Dios que se manifiesta en una promesa, revela el profundo sello que había marcado el Señor en el corazón de David, y no sólo eso, puesto que la promesa de un descendiente suyo en el trono llegará a cumplimiento en plenitud con el reinado eterno de Cristo.

Por lo general ante la muerte de un personaje en los ultimos días vimos como se hacía gran luto en Israel, sin embargo la Sagrada Liturgia hoy, presenta junto a la muerte de David un salmo de alabanza, y es que en la vida del rey más famoso de Israel, brilla al ojo de la fe, la presencia constante de Dios.

David no fue un hombre libre de errores y debilidades, sin embargo fue uno que siempre supo arrepentirse de sus faltas y enmendarse confiando en el Señor.

A veces puede venirnos la idea de creer que en el camino de santidad no habrán dificultades o caídas, y producto de ello surge la tentación de la desesperanza, puesto que «no logramos lo que queremos». La vida de David nos debería llevar hoy a reflexionar que más importante que nuestras caídas, será la conversión y la gracia de Dios que nos levanta, que la santificación de nuestras vidas es una obra de Dios en nosotros, y que requiere de nuestra parte docilidad y perseverancia para ponernos en camino hacia la plenitud de vida con Él y en Él.

Consecuencia de esta constante acción de Dios en nuestras vidas es el impulso misionero que experimenta todo cristiano, esa sed de llevar a otro a gozar de la plenitud de vida que se vive en el caminar con Jesucristo.

Descubrimos en nosotros ese envío que hace el Señor a anunciar la Buena Nueva así como hizo con sus discípulos, el Evangelio de hoy nos recuerda que de las cosas más importantes que hemos de tener en cuenta es la libertad que la pobreza evangélica da al misionero.

No llevar dos túnicas, alforja, etc. Quiere dar a entender que no son nuestras muchas planificaciones las que garantizan el éxito de la misión, sino la gracia de Dios. En el momento en el que Jesús salvó a la humanidad entera no llevaba nada consigo, en la cruz lo único que tenía en sus manos eran dos clavos, en sus pies otro y en su cabeza una corona de espinas. Ello nos debe llenar de gran confianza y esperanza, pues el que en nuestra vida seamos capaces de llevar a otros a la vida de Cristo viene de la fidelidad que guardemos a su Palabra.

Eso no significa que nos hemos de quedar de brazos cruzados, sino que en medio de la organización o proyectos de evangelización hemos de tener presente que no se trata de nosotros, sino de Él y por ello la misión siempre producirá frutos aunque no sean los que nosotros esperábamos.

La misión se realiza no sólo a niveles grandes como una parroquia o movimiento, sino también en el día a día en el contacto y diálogo con los que tenemos a nuestro lado, en cada circunstancia de nuestra vida podemos tener ocasión de ser discípulos y misioneros siempre que buscamos amar a Jesucristo, hacerlo amar y dejando que el ame a través de nosotros.

«En el Evangelio Jesús advierte a los Doce que podrá ocurrir que en alguna localidad sean rechazados. En tal caso deberán irse a otro lugar, tras haber realizado ante la gente el gesto de sacudir el polvo de los pies, signo que expresa el desprendimiento en dos sentidos: desprendimiento moral —como decir: el anuncio os ha sido hecho, vosotros sois quienes lo rechazáis— y desprendimiento material —no hemos querido y nada queremos para nosotros (cf. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden conformarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo de Jesús, la curación de los enfermos; curación corporal y espiritual. Habla de las sanaciones concretas de las enfermedades, habla también de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma que están oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, no pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es siempre el mandato de los discípulos de Cristo. Por lo tanto la misión apostólica debe siempre comprender los dos aspectos de predicación de la Palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega.

Benedicto XVI, homilía 15-07-2012

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de perseverar en la Caridad apostólica que inflamó el corazón de aquellos primeros misioneros para que perseverando en una vida que anhela la santidad podamos también salir nosotros al encuentro de los demás anunciadoles la Buena Nueva del Reino.

Nota: san Pablo predicando en el Aeropago, pintura de Rafaello