La Compasión de Jesús

Sábado – IV semana del tiempo ordinario – Año par

1 Re 3, 4-13; Sal 118; +Mc 6, 30-34

La oración de Salomón pidiendo sabiduría para gobernar se nos presenta como un modelo de aquellas actitudes internas que hemos de mantener a la luz de la fe de todas aquellas actividades donde somos responsables por otros, pues son para nosotros ocasión de santificarnos a través del servicio de dirección.

Sin embargo, también nos presenta la actitud general que hemos de mantener frente a Dios en los momentos de acercarnos en este diálogo amoroso con quien sabemos que nos ama. En primer lugar la humildad de reconocer quienes somos y que, a pesar de que en ocasiones hagamos experiencia de nuestras debilidades, no estamos solos. Hay un Padre amoroso que nos sostiene y nos da los auxilios necesarios de su gracia para vivir en santidad.

En segundo lugar, la confianza, este Dios Padre misericordioso nos escucha, no es indiferente frente a nuestra realidad, y la muestra más grande de ello la tenemos en que envió a su Hijo único para salvanos, hoy por ejemplo vemos en el Evangelio como Jesús tuvo compasión por aquellas multitudes que andaban como ovejas sin pastor. En Él encontramos ese amor de un Dios que sale a nuestro encuentro.

En tercer lugar podemos contemplar como Salomón no se puso primero a sí mismo, su fama o poder, sino que pensó en aquellos que le habían sido encomendados, los miembros del Pueblo de Dios, el rey vio su vida en referencia a la vocación de gobierno que le había sido encomendada, y pidio el poder juzgar y discernir bien para custodiar el tesoro más grande que Dios le había concedido, el pueblo elegido.

Dice un experto director espiritual Luis Mendizábal s.j. en uno de sus libros que los hombres habitualmente cuando empiezan a aprender a hacer oración observan un orden, siguiendo la estructura del Padre Nuestro. La meta es lograr salir de sí para considerar el dar la gloria y honra a Dios en primer lugar siempre.

No obstante esto, generalmente lo primero que una persona pide cuando aprende que se puede dirigir a Dios es pedir que le libre de las situaciones negativas, el «líbranos de todo mal» conforme va saliendo de sí se da cuenta de su propia debilidad frente a las combates que enfrenta y comienza a pedir la ayuda divina para no caer «no nos dejes caer en tentación» y poco a poco se da cuenta que en ocasiones ha ofendido a Dios y a los hermanos y comienza pedir perdón por las faltas cometidas «perdona nuestras ofensas…» reconociendo luego que esta gracia le viene del altisimo comienza a reconocer la necesidad de lo que realmente cuenta en lo material pero sobre todo en esta sana ordenación de su existencia comienza pedir la vida en Cristo que viene del «danos hoy nuestro pan de cada día» y progresando en la vida de fe se preocupa cada vez por vivir según la voluntad de Dios «hágase Tú voluntad… » hasta que llega al punto de que purificada de sus egoísmos llega interesarse sólo de que Dios sea honra «santificado sea tu Nombre» pero movido fundamentalmente por el amor a Dios y al prójimo no le queda nada más que llamar a Dios «Padre nuestro».

Si nosotros queremos hacer un examen de cómo esta nuestra oración siempre convendrá cortejarla con el Padre Nuestro, que es la oración con la que el Dulce Jesús nos enseñó que debíamos de orar, decía san Agustín que:

«Todas las demás palabras que digamos, ya las que formula el fervor precedente hasta adquirir conciencia clara, ya las que considera luego para crecer, no dicen otra cosa sino lo que se contiene en la oración dominical, si es que rezamos bien y apropiadamente»

Carta 130,12,22

Al ver al Señor compadecido por las multitudes recurramos hoy a ese Corazón amabilisimo que busca darnos el consuelo y la fuerza para perseverar con fe en nuestro camino hacia a la Patria eterna dando frutos de esa vida en este mundo para la mayor gloria de Dios, y con toda confianza acudamos a Él para suplicar las gracias que necesitamos para colaborar Él en su proyecto de salvación.

Nota: Mosaico del Buen Pastor en Ravenna