Miércoles – V semana del Tiempo Ordinario – Año Par
1 Re 10, 1-10; Sal 36; +Mc 7, 14-24
La Reina de Saba llegó de lejos para corroborar lo que se decía de Salomón, pero lo increíble no fue sólo que reconoció la grandeza del Rey, sino su origen, pues llega a reconocer a Dios como autor de todo lo bueno que sucede en el pueblo de Israel.
Jesús en su época reprochando a algunos les habla sobre Reina y se declara a sí mismo como uno que es más grande que Salomón. Ella que no pertenecía al pueblo elegido supo ver a Dios que actuaba en él, y los coetáneos del Señor supieron hacer lo mismo al contemplar no solo la sabiduría que salía de la boca del Divino Maestro sino también los grandes portentos con acompañaba su predicación.
Ojalá no nos pase a nosotros lo mismo, que teniendo en frente las grandes obras y las palabras profundas que el Señor nos hace llegar por diversos medios, particularmente por su Iglesia, no sepamos reconocer su paso en nuestras vidas. Que este texto nos sirva de exhortación a estar atentos y vigilantes al paso y presencia de Dios en nuestras vidas.
A continuación para meditar el Evangelio de este día un extracto de uno de los mensajes para la cuaresma de Benedicto XVI
«¿De dónde viene la injusticia?
El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21).
Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”(Sal 51,7).
Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?
[…] para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?
[…] [Cristo es la justicia de Dios, puesto que] todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (cf. Rm 3,21-25).
¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia,donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás.»
Que el Señor nos conceda la gracia de alzar la mirada, saliendo de nosotros mismos, purificando nuestro corazón, para poder descubrir su paso por nuestra vida y su amor misericordioso para con todos sus hijos.
Nota: La imagen es una pintura del siglo XIX de Giovanni Demin que representa el encuentro entre Salomón y la Reina de Saba