Miércoles – IV semana de cuaresma
Is 49, 8-15; Sal 144; +Jn 5, 17-30
«¿Jesús quién eres Tú?» son las primeras palabras de un conocido canto religioso popular que nos podrían servir de guía para contemplar la Liturgia de la Palabra que la Iglesia nos presenta en este día.
El profeta Isaías nos habla de la promesa del Señor de hacer volver a su pueblo del destierro, sus palabras son conmovedoras, nos revelan la ternura de Dios, cuyo amor se compara con el de una madre por su hijo pequeño, e incluso se pone como superior a éste, el Señor nos revela su amor misericordioso.
Este texto al verlo en su contexto vemos que esta situado justo después de uno de los llamados «cánticos del siervo sufriente» de Dios, estos han sido leídos en la Iglesia como un anuncio del mesías redentor, como un anuncio de Jesucristo.
Dios viene a nosotros en aquel Niño Divino que un día nació en Belén, el mismo que años más tarde caminaría por las calles de Galilea anunciando la Buena Nueva, sanando a enfermos, liberando posesos e invitando a la conversión del corazón, y que un día moriría en la Cruz para el perdón de nuestros pecados.
En Jesús se nos revela el amor misericordioso de Dios, en Él hemos conocido al Padre, en Él hemos sido hechos hijos de Dios, por Él podemos volver del destierro en que podemos haber estado como consecuencia de nuestros pecados, ¿y a dónde volvemos? A la casa del Padre.
Las palabras del Señor que escuchamos en este día en el evangelio de san Juan, nos revelan su obra, hacer la voluntad del Padre, Él es la luz que nos ha sido dada para iluminar el camino de regreso a Dios, y no sólo, sino que nos da la gracia que ha brotado de su Corazón bendito, para que podamos emprender este camino.
Abramos nuestros corazones y emprendamos el camino de regreso al Señor para que gocemos de esa vida eterna de la que gozan los que creen en Él
«Por lo mismo que los hombres tienen amor a ésta vida de la tierra, se les prometió la vida; y por lo mismo que tienen miedo de morir, se les prometió un eterno vivir… Amemos la vida eterna. Cuanto valga la pena trabajar por la vida sin fin, cabe inferirlo de ver el amor de los hombres a la vida presente, temporal y finita, y de cómo luchan por ella; pues, cuando hay miedo a la muerte, agotan sus capacidades, no para eliminar, sino para diferir la muerte. ¡Cómo trabaja el hombre cuando la muerte se le viene encima, huyendo, ocultándose, haciendo todo lo que puede para evadirla; fatigandose, sufriendo torturas y desazones, trayendo médicos, y en fin, cuanto entra en sus posibilidades! Y ved cómo, en fuerza de sacrificios y de gastar lo que tiene, puede lograr vivir un poco más; vivir siempre no lo consigue. Si, pues, con tantos afanes, y tantos esfuerzos, y tantos gastos, y tanto tesón, y tantos desvelos y cuidados se procura vivir una migaja más, ¿qué no debe hacer uno para vivir para siempre? Y si dan nombre de discretos a quienes hacen todos los caminos por diferir la muerte, para vivir más días, para no perder unos días, ¿no son necios de remate quienes viven de forma que pierden el día eterno? »
San Agustín, Sermones, 127, 2
Volver a la casa del Padre, es entrar en una comunión cada vez más íntima y cordial con Él por Cristo en el Espíritu Santo. Y cuando decimos Cristo nos referimos al Cristo total, cabeza y cuerpo, es decir que la comunión con Dios se la hacemos como Iglesia, por lo cual tampoco podemos ser indiferentes con nuestros hermanos.
Que el Señor nos conceda la gracia de descubrir en este día en Jesús el camino de regreso al Padre, para que por la fuerza del amor que nos da su Santo Espíritu podamos llegar a entrar en una comunión más profunda en el amor con Él y nuestros hermanos en una comunión que se traduzca en nuestras vidas en actitudes y comportamientos concretos.
Nota: la imagen es una fotografía de la iglesia de San Pedro en Spoleto, arquitectura románica, presenta en una sección un pavo real simbolo de la inmortalidad del alma, la cual se alimenta del fruto de la vid, quiere darnos a entender como el hombre nutriéndose de Cristo goza de la vida eterna.