De la B.V. María se dice que es “espejo de justicia” en cuanto que en ella encontramos de modo acabadísimo las virtudes cristianas.[1]
María modelo de fe
La fe en María santísima nos viene testimoniada en el episodio de la Visitación por santa Isabel «Bienaventurada eres tú, porque has creído— le dice— , pues en ti se cumplirá lo que el Señor te ha dicho» (Lc 1,45). Ya los Santos Padres reconocen en ésta virtud de María su grandeza y el principio de su maternidad.
«…¿Acaso no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que por la fe creyó, por la fe concibió, elegida para que nos naciera la Salvación en medio de los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? La cumplió; santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta haber sido discípula de Cristo que haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, puesto que, antes de darlo a luz, llevó en su seno al maestro…era bienaventurada también María: porque escuchó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en su mente mejor que la carne en su seno. La Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: de más categoría es lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno»[2]
Ella también sufrió la prueba de la fe acompañando a su Hijo en los diversos momentos de su vida, así decimos que padeció la prueba de lo invisible (en un niño vio al Creador), la prueba de lo incomprensible (Dios se hizo hombre) y a la prueba de las apariencias contrarias (al pie de la Cruz). Su fe se sostuvo y crecía de modo sin igual ya que no estaba bloqueada por un interés sensual, ni el amor propio, ni el orgullo, y así dispuesta con la mente abierta a acoger la verdad revelada.[3]
Esperanza en María
A mayor fe, mayor esperanza, puesto que no sólo se cree en Dios y lo que ha revelado sino también que será fiel a sus promesas, aquellas a las que se refiere la virtud de la esperanza son la del cielo y la de los medios para lograrlo. En la B.V. María esto se dio de una manera sin igual, pues aquella que se abandonó en Dios con su sí para ser Madre del Salvador, luego de haberlo cuidado y acompañado durante toda su vida terrena, no podrá menos que aspirar a estar con el en el cielo, fiándose de su palabra, como lo muestra el libro de los Hechos de los apóstoles «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.» (Hch 1, 14) y lo mismo se ha de decir acerca de su esperanza acerca de los medios para alcanzarlo. Podemos ver en ella un abandono operante, cree y espera, pero hace lo que puede como vemos cuando busca a Jesús en el Templo[4] (Cf. Lc 2, 48).
Caridad en María
A mayor gracia, mayor caridad, y la B.V. Maria es la «llena de gracia» (Lc 1, 28) por tanto gozó de una gran caridad, está sólo por debajo de aquella Jesucristo. Esta virtud se funda en la semejanza y comunicación de bienes, así a la Madre de Dios se le comunicó el bien más grande todos, el Verbo de Dios encarnado del que deriva la semejanza mayor de María santísima con Dios, por la efusión de la gracia, por sus virtudes actualizadas o por la vida perfecta. En el don dado por Dios vemos cuanto la amó y en su sí ferviente en cada paso de la vida de su Hijo vemos como ella le amaba tanto como podía, pues no padecía los obstáculos que podrían derivarse del pecado, nada quiso que fuese contrario a la voluntad de Dios. De ahí también deriva su profundo amor de caridad hacia el prójimo, de quien sabía su Hijo sería el salvador por el anuncio del Ángel, deseando para los hombres la gracia y la gloria, para reparar la afrenta del pecado fue elevada a Madre de Dios, por ello mismo busca la salvación de los pecadores[5]
Prudencia en María
«Ella fue la Virgen prudentísima: prudentísima respecto al fin que se propuso, que fue el agradar siempre y en todo a Dios, sirviéndole y amándole con toda la capacidad de que era capaz su corazón; prudentísima en los medios por Ella empleados, que fueron escogidos con madurez, circunspección y consejo»[6] La prudencia se prueba en el silencio y en el hablar y de esto es modelo María santísima por ej. ante la profecía de Simeón calla y medita en su corazón; pero en el anuncio del Ángel, al saludo de santa Isabel o durante las bodas de Caná sabe hablar[7]
La justicia en María
La justicia se fundamente sobre la practica del bien y la evasión del mal, en la B.V. María por el testimonio que nos dan los Evangelios y la Tradición de la Iglesia sabemos que no hubo huella de pecado por lo que el mal no es concebible en ella, y siempre estuvo a disposición de la voluntad divina, por ende procurando el bien. En las virtudes conexas a la justicia podemos ver el testimonio de María, por ejemplo en razón de la virtud de la religión escuchamos por san Lucas «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), la vemos orante en el evangelio de Juan intercediendo en las bodas de Caná, sabemos que ofreció en Templo de las tórtolas como prescribía la Ley para su purificación así como presenta al niño Jesús a los 12 años, invocaba el nombre de Dios y estaba agradecida con Él como lo transparenta el Magnificat, y su piedad filial se manifiesta en su relación con san José, cuando encuentra al niño le dice «Tu padre y yo te buscábamos» (Lc 2, 48) anteponiendo a su esposo a sí misma[8].
Fortaleza en María
La virtud de la fortaleza se especifica por sus actos, de los cuales el más grande es el de saber resistir, siendo el sufrir por causa de la fe en Cristo el testimonio más grande de fortaleza que tiene su culmen en el martirio.
«el dolor de la Virgen fue el más extenso, porque abrazó toda su vida; el más profundo, porque procedía del más profundo de todos los amores: el amor hacia su Hijo, que era a la vez su Dios, y el más amargo porque no hay tormento ni amargura que se pueda comparar al martirio que sufrió María al pie de la cruz»[9].
Toda la vida de la B.V. María se vió caracterizada por este testimonio de fe, la huída a Egipto, la escucha de los que atentaban contra Jesús mientras el desarrollaba su ministerio público, hasta el contemplarlo al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25) “Mientras los discípulos huyeron ella se mantenía firme delante de la cruz, con ojos llenos de afecto contemplaba las heridas del Hijo, pues buscaba no la muerte del Hijo, sino la salvación del mundo…”[10]
Templanza en María
La virtud de la templanza fue practicada por ella no como una moderación de las pasiones desordenadas sino con suma facilidad y sin esfuerzo, debido a que el desorden viene derivado del pecado y ella fue concebida sin mancha de él. Lo mismo se puede decir de todas las virtudes derivadas de ésta como la abstinencia, la castidad (que en ella se considera mejor con el término de pureza) la mansedumbre, la clemencia y la humildad, bien lo canta el Magnificat hablando de las obras que el Señor ha realizado en ella «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes» (Lc 1,52). Todo esto no implica que no tenga mérito o que no sirva como modelo para el cristiano, al contrario nos muestra el fin al que tendemos puesto cuando una virtud más se práctica resulta más connatural al hombre, de modo que aquello que al principio requerría un esfuerzo grande se va haciendo más fácil conforme se va progresando en el desarrollo de la vida sobrenatural.[11]
Notas:
*Pintura de Raul Berzosa, año 2015
**Post anterior: La Gracia en María
[1] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid 19972, 273.
[2] Agustín de Hipona, Sermones, 72, 7.
[3] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 274–275.
[4] Ibid., 275–277.
[5] Cf. Ibid., 278–282.
[6] Ibid., 285.
[7] Cf. Ibid.
[8] Cf. Ibid., 287–296.
[9] Ibid., 296–297.
[10] Ambrosio de Milán, Cartas, 14, 109.
[11] Cf. A. Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 298–305.