La Gracia en María

La B.V. María al igual que todos los hombres recibió la gracia de Dios, es más, el ángel en la anunciación la llama “la llena de gracia”, todo en virtud de su Maternidad divina, así su gracia inicial fue muy superior a la de las demás creaturas, estando solamente por debajo de aquella recibida por la humanidad de Jesucristo .

Sin embargo, esto no significa que no la haya desarrollado después, ya que la gracia puede y debe crecer en el alma fiel mientras se encuentra en status viator, es decir que en esta vida la unión con Dios Uno y Trino debe ser cada vez más íntima, y esto se puede hacer de tres maneras: por vía de mérito sobrenatural, por vía ex opere operato y por vía de impetración gratuita.

Así, en un primer modo, ella creció en gracia por el ejercicio de las buenas obras (vía de mérito sobrenatural) que no es otra cosa sino el vivir una vida virtuosa.

Sus obras eran objetivamente excelentísimas sea que se desarrollaran en un plano contemplativo durante su infancia en el Templo antes de la Encarnación o, en un plano activo de servicio a su Hijo durante su infancia y ministerio público o durante el período que acompañó a la Iglesia apostólica hasta su gloriosa Asunción .

Y lo fueron de modo objetivo, porque lograban su fin, y de modo subjetivo, porque estaban informadas por la caridad
Se dice incluso que sus obras eran numéricamente incontables ya que:

«Desde su concepción Inmaculada a su gloriosa Asunción…no hubo una sola hora, un solo momento, un solo instante, en que no hayan aumentado sus méritos. Casi sin interrupción dé ninguna clase, con la mente fija en Dios, pensaba en cosas divinas, y, conservando el pleno dominio de sus actos, no padecía jamás distracción alguna, ni siquiera involuntaria. Cooperaba continuamente, de manera admirable, a la gracia divina. Todos los instantes de la vida de la Virgen, pues, fueron meritorios en el grado más perfecto.» (Haciendo la salvedad que incontables no quiere decir infinitas)

A. ROYO MARÍN, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid 199, 255.

El crecimiento en la virtud no se realiza por un mayor número de actos sino por una mayor intensidad en los mismos, y siguiendo el principio según el cual, la caridad en la vida de los santos se acentúa más cuanto más se acercan a Dios, se puede afirmar que en María Santísima dicho crecimiento se producía rápida y acelaradamente , por eso ella amaba cada vez más intensamente a Dios y al prójimo.

Ahora bien la caridad no crece por voluntad humana sino por voluntad divina puesto que se trata de una virtud infusa, no obstante esto, el hombre colabora de dos maneras: por mérito (moralmente) y por disposición a recibirla (físicamente en el orden espiritual) y de estos dos modos coloboró siempre la Madre de Dios.

Sobre su crecimiento por vía ex opere operato se ha de reconocer que, aunque no hay documentos históricos que demuestren que la B.V. María recibió los sacramentos según la práctica actual de los mismos, a lo sumo se podría decir que de las primeras comunidades cristianas y de modo especulativo se deduce: Que al menos la Eucaristía y el Bautismo les debió haber recibido, probablemente junto con lo que llamamos hoy Confirmación, aunque sin duda alguna en Pentecostés recibió una aumento de gracia particular. El sacramento del orden no lo habría recibido puesto que está reservado a los varones. El matrimonio que vivió con san José era el de la Ley Antigua ya que no había sido elevado aún a la categoría de sacramento. La Reconciliación y Unción de los enfermos, en cuanto que están finalizados al perdón de los pecados y de las últimas reliquias que dejan, no los debió haber recibido puesto que en ella era Inmaculada desde su concepción .

Pero hemos de reconocer que este discurso es limitado para hablar del caso de María Santísima (e incluso para los primeros discípulos) pues ella tuvo contacto con el mismo Jesucristo, cuya humanidad es el Sacramento por excelencia. Él le habrá porfiado innumerables gracias mientras lo lleva en su vientre, mientras vivió junto a ella y aún mientras le seguía cuando predicaba anunciando la Buena Nueva.

Lo mismo podríamos decir de su relación con el Espíritu Santo, pues obró en ella al cubrirla con su sombra al engendrar en ella al mismo Jesús, y como si esto fuera poco, también los Hechos de los Apóstoles nos confirman su presencia en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14)

Sobre el tercer modo de desarrollo de la gracia, es decir, la oración de súplica o impetratoria, ésta, tiene su fundamento en la infinita bondad divina y en la caridad ferviente del alma fiel, que creciendo cada vez más por la infusión divina y la disposición a la física en el orden espiritual que el hombre procure, logrará un aumento de gracia en el cristiano. Siguiendo al P. Royo Marín se puede decir que:

«…la oración de María era, desde su infancia, no sólo muy meritoria, sino que tenía un valor impetratorio que no podríamos apreciar, pues era proporcional a su humildad, a su confianza y la perseverancia de su no interrumpida generosidad, siempre en aumento. Obtenía, pues, conforme a estos principios certísimos, un amor cada vez más puro y más intenso.»

A. ROYO MARÍN, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid 199, 264

Es imposible a nosotros conocer hasta que punto se desarrolló la gracia en la B.V. María hacia el final de su vida terrena, pero sí sabemos que debe haber sido en modo superlativo puesto que ya desde sus inicios era sumamente especial en atención a la Encarnación del Verbo.

Acerca de su rol en el cielo y su visión beatífica se puede decir que:

La bienaventuranza esencial de la Madre de Dios supera por su intensidad y extensión a la de todos los otros bienaventurados. Es doctrina cierta. La razón es que la beatitud celestial o la gloria esencial está proporcionada al grado de gracia y de caridad que precede a la entrada en el cielo. Ahora bien, la plenitud inicial de gracia en María superaba ya ciertamente a la gracia final de todos los santos y de los ángeles más encumbrados…A su beatitud accidental contribuyen, finalmente, un conocimiento más íntimo de la humanidad gloriosa de Cristo, el ejercicio de su mediación universal y de su maternal misericordia, y el culto de hiperdulía que recibe como Madre de Dios…La gloria del cuerpo, irradiación de la del alma, la posee en grado proporcionado, lo mismo que la claridad, agilidad, sutileza e impasibilidad

A. ROYO MARÍN, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid 199, 270-271

Nota: imagen miniatura de Giovanni di Paolo, 1440, San Bernardo y la Virgen con el Niño