A menudo la palabra devoción se utiliza para designar prácticas de piedad que tienen como objetivo el meditar sobre algún aspecto de la fe o suplicar a algún santo su intercesión, en este sentido se dicen devociones marianas diversas prácticas, entre ellas: los cinco primero sábados, el Ave María, el Angelus, el oficio parvo, el escapulario y la medalla de la Virgen. Destacando de modo particular el Santísimo Rosario, «Ningún devoto de María que se precie de tal omitirá un solo día el rezo del santísimo rosario-al menos una tercera parte [el autor escribe antes del pontificado de Juan Pablo II]-aunque por circunstancias inesperadas tenga que omitr cualquiera otra práctica de devoción mariana: el rosario las suple todas y a él no le suple ninguna»[1];
Consagración a María santísima
Sin embargo, la palabra devoción tiene un acepción clara y distinta que no debe de confundirse con las anteriores, aunque aquellas pueden expresar y preparar para ésta. Strictu sensu devoción es una «prontitud de la voluntad, que debe permanecer firme, a pesar de las sequedades de la sensibilidad, nos inclina a dar a nuestro Señor y a su santa Madre el culto que les es debido»[2] y en sentido la llamada Consagración o santa Esclavitud (según san Luis María Grignon) a la B.V. María no es una práctica de piedad entre otras, sino que es un auténtico modo de vivir la relación con María en la vida cristiana, es darse todo a Ella, como en calidad de esclavo, y a Jesús por ella. Implica una entrega total (o consagración) y el esforzarse en vivir las exigencias que conlleva, en modo que todo se hace por María, con María, en María y para María[3]. Se trata de una verdadera y auténtica devoción
Según el P. Garrigou Lagrange – siguiendo al a San Luis Ma. Grignon de Monfort- la devoción se puede describir en tres grados, en primer lugar de aquel que realiza oraciones vocales con cierta frecuencia, luego la de aquellos que dirigen sus sentimientos hacia ella a través del rezo del santísimo rosario cotidiano y un tercero sería la consagración mariana a Jesucristo[4]
A la base de la consagración está la doctrina sobre la comunicabilidad de las gracias, por la que en las buenas obras realizadas, el mérito de condigno no se puede comunicar mientras el de congruo sí, el primero produce un aumento de caridad y la vida eterna; el segundo tiene un carácter de reparación, satisfacción y súplica. Así las buenas obras ofrecidas a la B.V. María hacen que el mérito de condigno sea conservado y fructifique, mientras que con el mérito de congruo obtiene beneficios en favor de otros. No se ha de proponer la consagración a quienes lo dejaran en mera exterioridad sin apreciar su peso o que la tomasen a la ligera, debe ser sugerida a personas que fervorosas y dispuestas a vivir en coherencia a lo que ella significa particularmente en fiestas dedicadas a la Virgen.[5] «La fórmula más completa de la devoción a la Virgen ha sido y será siempre a Jesús por María, o sea María como camino más corto y expeditivo para llegar a Jesús, así como El es el único camino que conduce directamente al Padre»[6]
Los que viven está consagración mariana viven como los predestinados, a saber:
- “Permanecen siempre en casa con su madre, es decir aman el retiro, se aplican a la oración, a ejemplo y en compañía de su Madre, la Virgen María”[7]
- “…Aman tiernamente y honran a la Virgen María como a su cariñosa Madre y Señora”[8]
- “…viven sumisos y obedientes a la Virgen María…”[9]
- “…tienen una gran confianza en la bondad y poder de María, su Madre. Reclaman sin cesar su socorro…”[10]
- “La imitan, y por esto son verdaderamente dichos y devotos”[11]
Esta práctica está muy en armonía con otra que pone el énfasis en la piedad filial, se trata de amar a María con el Sagrado Corazón de su divino Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Se fundamenta en la maternidad divina, nuestra incorporación a Cristo en la Iglesia su cuerpo místico y la obligación de imitar a Jesucristo[12]
La consagración a la B.V. María tiene una fuerte repercusión en la vida interior del cristiano, pues si se dispone a ella y se asume con todos sus empeños le hace avanzar, según el testimonio de S. Luis María Grignon de Monfort, de manera rápida y segura en la perfección cristiana poniéndo el alma en fase unitiva. Esto implica que en María comenzará a participar de sus virtudes y de su modo de vivir los dones, así se unirá a su fe (pura, viva, firme, inquebrantable, activa, penetrante, emprendedora y valiente) perfeccionada por los dones de sabiduría e inteligencia; tendrá una gran confianza en Dios por la participación en la esperanza de María, tendiendo y buscando siempre su fin. Vivirá la gracia del amor puro y la transformación de su alma por la perfección de la caridad, llevandola a vivir como ella en la libertad de hijos de Dios. Existen almas que gozarán de un don particular caracterizado por la presencia habitual de la Santísima Virgen, percibiendo su influencia pero no se trata de una presencia como inhabitación sino que siente a la Madre de Dios junto a ellos. A otros les lleva a vivir una piedad en base a sacrificios y desprendimientos que les llevan a entrar en el conocimiento de verdades sublimes como las contenidas el Magnificat[13].
La consagración en cuanto vida de unión íntima con nuestra Buena Madre, es el camino más breve para la santidad, porque es el que recorrió el mismo Jesucristo al encarnarse en el seno de tan beata Madre, así como cuando le fue sumiso durante su infancia como buen hijo; es el modo más perfecto, porque enriquece el valor de nuestras buenas obras, y es el más seguro, porque nos protege de las ilusiones iniciales que al ojo del principiante son imperceptibles, y a todos les fortalece y previene de caer en faltas graves[14].
Nota: La imagen es el Mosaico del ábside santa María in Trastevere, Roma
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[1] A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 95.
[2] R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, 833.
[3] Cf. Ibid., 96.
[4] Cf. Ibid., 834–835.
[5] Cf. Ibid., 835–836.
[6] A. Royo Marín, La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas, 250.
[7] L. M. Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 196.
[8] Ibid., 197.
[9] Ibid., 198.
[10] Ibid., 199.
[11] Ibid., 200.
[12] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 99.
[13] Cf. R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, 276–283.
[14] Cf. R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, 838.