XXV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Am 8, 4-7; Sal 112; 1 Tim 2, 1-8; +Lc 16, 1-13
La Sagrada Liturgia en este día nos invita a poner la mirada en uno de los aspectos que más antiguos de la vida de la Iglesia, la atención al pobre y necesitado, alguno diría, la palabra de Dios hoy nos está haciendo un fuerte llamado a la dimensión de la solidaridad fraterna en nuestra vida de fe.
Nuestro Señor ha mostrado una atención particular por aquellos que pasan necesidad material, puesto que en ella así como la opresión injusta, las enfermedades psíquicas y físicas, y la muerte, son un signo de la miseria humana, miseria que deriva del pecado, y como decía Teresita de Liseux, “nuestra miseria atrae su misericordia”. Jesús ha venido para rescatarnos del pecado y sus consecuencias, a rescatarnos de la miseria, de ahí se deriva su compasión, de su deseo entrañable de hacer la voluntad del Padre, de su amor misericordioso que le llevó a dar su vida por nuestra salvación
Tanto Antiguo como el Nuevo Testamento nos manifiesta el cuidado de Dios por los más desprotegidos, en la antigua alianza encontramos las leyes acerca del año jubilar, la prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda de los pobres, obligación del diezmo, pago puntual y justo del jornalero, el derecho de rebusca de las uvas y granos de trigo después de la vendimia y la siega.
el anuncio de la Buena Nueva ya nuestro señor Jesucristo nos revela de modo especial como la atención al pobre es ocasión de gracia y bendición para nosotros, Él mismo se identifica con los pobres siendo uno entre ellos, llegando al punto de decir “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
El Papa Francisco nos invita a diferenciar pobreza y miseria, la primera es valor a tutelar en cuanto desprendimiento de los bienes terrenos vistos como un fin en sí mismo para ordenarlos rectamente a su valor de medio en la consecución de los bienes sobrenaturales; en cambio la miseria humana es una situación que atenta contra la dignidad del mismo ser humano, es esta la que buscamos combatir en sus diferentes tipos, de hecho el Romano Pontifice habla de la existencia miseria material, moral y espiritual (cf. Mensaje de la cuaresma del 2014).
“El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre.” Centissimus annus 58
El amor hacia el hombre sufriente a causa de la indigencia es intrínseco a nuestra vida cristiana, pues es una dimensión especial del amor al prójimo, no se trata simplemente una realización de practicas aisladas de limosna sino de un actitud que marca y diferencia nuestro estilo de vida, pues toda ocasión en la que podamos prácticar la justicia, se convierte en una ocasión de hacer manifiesto el amor por el hermano, de modo especial cuando esto implica salir de nuestra zona de comfort.
En toda ocasión hemos de estar dispuestos a reconocer a Cristo en el otro, ciertamente no es fácil, implica mucho vencimiento de sí mismo, de nuestra propia sensibilidad frente a aquel que muchas veces se nos presenta con un carácter duro forjado por su vida en la calle o quizás por el trajín de la jornada, o el vencimiento también de nuestra propia insensibilidad que nos ha llevado muchas veces a ignorar al otro por no querer meterse en líos.
«El amor de la Iglesia por los pobres… pertenece a su constante tradición» (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20 – 22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12, 41 – 44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de «hacer partícipe al que se halle en necesidad» (Ef 4, 28).” CEC 2444
Quizás este último punto sorprenda alguno, san Gregorio Magno, un Papa que vivió ya en siglo VI, nos los explica «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia». Esto es lo que se conoce como el destino universal de los bienes. Como diría un sacerdote anciano una vez en pocas palabras “los bienes sirven para resolver los males”
Se cuenta que Santa Rosa de Lima, una joven laica, la primera santa de nuestro continente americano, una vez que su madre le estaba reprendiendo porque usaba su casa para atender a los enfermos y pobres de la ciudad le dijo «cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».
En estas palabras sencillas de esta muchacha del Perú, quizás encontramos resumido el mensaje que hoy queremos transmitir, pero para que estas no sean flatus vocis (palabras vanas), comencemos por poner en práctica el Evangelio y ayudemos a nuestros hermanos necesitados, por ej. la próxima vez que des limosna a una persona en el semáforo o por la calle, pregúntale su nombre, esto ya hace una gran diferencia, aquella persona no es un anónimo, es una persona con dignidad, una persona por la que Cristo dio su vida, y muchas veces se trata de un bautizado.
Quien sabe quizás algunos de los aquí presentes pudieran comprometerse a ser voluntarios en un hospital o en un comedor de ancianos. Hay quienes incluso apartan una parte de su salario para destinarlo a obras de misericordia. Y si la edad o la enfermedad ya no nos permite realizar las acciones que quisiéramos, siempre podemos orar por aquellos que pasan necesidad, de hecho este es el motor que nos animará en cualquiera de nuestras acciones, como decía otro sacerdote en una formación a misioneros, “el éxito de la misión está en la oración”
Que el Señor nos conceda la gracia de saber vivir como auténticos discípulos suyos siendo compasivos con los más necesitados, recordemos “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” Mt 5,7
Alabado sea Jesucristo.
IMG: «Dar de comer al hambriento» )1795) bajo relieve de Antonio Canova