Catequesis 2/4
Ya hemos profundizado en qué es el adviento, ahora pasemos al siguiente punto, cómo hemos de vivir este período. Ciertamente hay muchas propuestas muy atinadas, elaborar un calendario con propósitos diarios, inscribirse en un centro de ayuda a los más necesitados u otras obras de misericordia, x o y prácticas de piedad, participación en las posadas o novenas, etc.
Sin embargo hay una cosa en particular que hemos procurar en este tiempo de espera, esto es la oración, la dulce espera de la llegada del Mesías salvador se enmarca en este contexto, uno prepara el camino y se dispone para recibir la bendición del Señor a través de una vida de oración.
Nadie está exento de ella, y el hecho que digamos que es un tiempo propicio para hacerla, no significa que lo hagamos hoy para dejarla de hacer después, al contrario, buscamos retomarla (si la hemos dejado) o intensificarla (si ya comenzamos a hacerla) con miras a que sea un hábito en nuestras vidas, que no pasemos ni un día sin dedicar tiempo, por breve que sea, para estar con Jesús.
La Iglesia nos enseña que:
La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.[1]
Dedicar tiempo a la oración sumamente provechoso para nosotros: “practicamos con ella un acto excelente de religión; damos gracias a Dios por sus inmensos beneficios; ejercitamos la humildad, reconociendo nuestra pobre y demandando una limosna; ejercitamos la confianza en Dios al pedirle cosas que esperamos obtener de su bondad; nos lleva a una respetuosa familiaridad con Dios ,que es nuestro amantísimo Padre; entramos en los designios de Dios, que nos concederá las gracias que tiene desde toda la eternidad vinculadas a nuestra oración; eleva y engrandece nuestra dignidad humana”[2]
La Sagrada Escritura nos invita numerosas veces a ella “Vigilad y orad” (Mt 26, 41) “Es precioso orar en todo tiempo y no desfallecer” (Lc 18, 1) “Pidan y se les dará” (Mt 7,7) “Oren sin cesar” (1 Tes 5, 17) “Permanezcan vigilantes en la oración” (Col 4, 2) etc. de hecho hay un libro entero dedicada sólo a ella, el libro de los Salmos, con ellos oramos con la misma palabra de Dios.
La oración para el cristiano es un constante entrar en relación con el Señor, un diálogo, un trato, un comunicarse con el Amor de su vida. Y existen diferentes formas o expresiones de la misma, puede ser pública o privada, comunitaria o personal, vocal o silenciosa, de acción de gracias, reparación, petición, expiación, adoración, alabanza, etc. De modo particular quiero centrarme hoy en lo que la tradición de la Iglesia ha venido a llamar la oración mental o meditación.
De la Oración Mental o Meditación
Santa Teresa de Jesús, una maestra en la vida de oración, nos propone entender este tipo de oración como un “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Orar es llegarnos a tratar con el Señor, como quien trata con un amigo, recogerse a solas en el silencio con Dios para simplemente estar con Él, para descubrir cómo hacer vida la Palabra que nos dirige, para conocerle mejor, para amarle más.
Sucede a menudo que nos hagamos preguntas sobre “qué tiene que ver X o Y enseñanza de la Iglesia conmigo”, pero nunca hagamos el tiempo para descubrirlo, y en el fondo lo que la Iglesia enseña es lo que Dios le ha comunicado a través de la Sagrada Escritura y la Tradición, la oración mental justamente nos ayuda a eso, a hacer vida lo que en la fe nos ha sido transmitido, por ello un maestro de vida espiritual decía que la meditación es “la aplicación razonada de la mente a un verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con la ayuda de la gracia”[3]
En la oración vamos discurriendo, pensando, reflexionando sobre algún aspecto o verdad de la fe, un pasaje de la Biblia, de la vida de Jesús o de un santo, una oración de la Misa, una virtud que la Iglesia nos propone practicar, etc. Para el adviento particularmente meditamos sobre la venida de Jesús, sea en Navidad sea al final de los tiempos y de ahí que, para ayudarnos en ello, se nos proponen este tipo de predicaciones o incluso podríamos tomar algún libro que nos ayude a ello.
Pero aunque eso es importante en la meditación, porque nos lleva “a convicciones firmes y enérgicas que resistan el embate de las influencias contrarias que puedan sobrevenir por los enemigos del alma”[4] o más importante es que por el conocimiento de esas verdades lleguemos al amor, por ello la oración de meditación se distingue del mero estudio.
El alma cristina “enardecida por la verdad sobrenatural que el entendimiento convencido le presente, prorrumpe en afectos y actos de amor a Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo”[5]. Se trata de un amor concreto, que no es puro sentimentalismo efímero, sino que es un amor que busca el bien, que se establece propósitos o resoluciones prácticas en vistas a vivir aquello que ha meditado y para ello suplicará la ayuda de la gracia de Dios.
Ahora bien, retomando a santa Teresa a la luz de lo que hemos dicho anteriormente, encontramos que este trato de amistad del que ella habla implica todo nuestro ser, porque a fin de cuentas orar es amar, y amamos desde nuestras realidades particulares, nos relacionamos con Dios desde un hic et nunc (aquí y ahora) concretos.
Enseñaba el Beato padre María Eugenio del Niño Jesús:
“Conforme a los temperamentos, este trato de amistad adoptará una forma intelectual, afectiva, o incluso, sensible. El niño cifrará su amor sobrenatural a Jesús en un beso, en una sonrisa enviada al sagrario, una caricia al Niño Jesús, una expresión de tristeza ante el crucifijo. El adolescente cantará su amor a Cristo y lo desarrollará utilizando las expresiones y las imágenes que más impresionan a su imaginación y su sentidos, esperando que su inteligencia más desarrollada le permita utilizar pensamientos animosos para hacer una oración más intelectual y reconfortante.”[6]
Una persona habituada a la reflexión y a análisis profundos debido a su profesión posiblemente ponga su énfasis en el discurrir de su pensamiento encontrando gran consuelo cuando da con la verdad que está considerando la grandeza del Dios del que procede toda la verdad.
Una madre a su niño pequeño le enseña a tratar con Dios poniéndose de rodillas al pie de la cama y juntando las manos y repitiendo junto con él el Padre Nuestro, o quizás lo llevará el día navidad frente al pesebre y cantará una canción de cuna para arrullar a Jesús y mostrar su amor.
Un joven adolescente buscará entrar en la oración a través de canciones y ritmos juveniles que tocan su sensibilidad y evocan sus grandes ilusiones de ser mejor anhelando aquella amistad profunda que encontrará en Cristo que no defrauda.
Un hombre o una mujer adultos que se encaminan antes que salga el sol a sus trabajos para llevar el pan de cada día a sus hogares elevaran súplicas quizás breves mientras van manejando o en el autobús, a veces incluso harán el esfuerzo de acercarse a una iglesia o capilla para recogerse unos minutos en oración y pedir luces al Señor sobre cómo llevar su hogar.
Una anciana quizás ya muy mayor probablemente tomará las cuentas de su rosario y comenzará a pasarlas entreve padresnuestros y avemarías para elevar una súplica fervorosa y llena de confianza por sus familiares, vivos y difuntos, a los que se une por el lazo de amor que nos une en el Corazón de Jesús.
“La oración se adaptará a las formas inestables de nuestras disposiciones. La tristeza, la alegría, las preocupaciones, la enfermedad o solamente la fatiga que hacen imposible la actividad o, al menos, la supremacía de tal o cual facultad diversificarán este trato que debe ser siempre sincero y vivo para cumplir la definición de trato de amistad.” [7]
Ante Dios nos presentamos tal y como somos. Siempre transparentes frente a Él, no sólo porque sabemos que a Él no podemos engañarlo, sino porque no queremos hacerlo, al contrario nos presentamos vulnerables, tal y como somos, a veces preocupados, otras veces llenos de alegría, a veces enojados por alguna situación, otras simplemente guardaremos silencio ante su presencia fatigados por la labor del día, siempre con la fe firme en que Él nos escucha, está ahí con nosotros anhelando que nosotros le abramos la puerta de nuestro corazón.
El Señor no es un Dios distante que no se interesa por nosotros o que nos condena por el simple hecho de hacer experiencia de nuestra sensibilidad humana, no, Él es infinitamente justo y conoce lo que pasamos, nunca llamará al bien mal, ni al mal bien, pero sabrá entendernos y por su misericordia infinita nos elevará y nos traerá nuevamente a nuestra realidad, la de hombres y mujeres que valen la sangre de Cristo.
“Este trato seguirá siendo esencialmente el mismo bajo estas formas diversas y a través de todas estas vicisitudes. Flexible y activo, el amor que lo anima utilizará de forma alternativa medios y obstáculos, ardor e impotencia, inteligencia o imaginación, sentidos externos o fe pura, para asegurar alimento a su vida o modos nuevos a su expresión.
Según los temperamentos o, incluso, los momentos, estará triste o alegre, emocionado o insensible, silenciosos o expansivo, activo o impotente, tendrá oración vocal o recogimiento apasible, meditación o simple mirada, oración afectiva o impotencia dolorosa, elevación de espíritu u opresión de angustia, entusiasmo sublime en la luz o anonadamientos suave en la humildad profunda; y entre estos modos u oraciones diversas, para él la mejor oración será la que mejor le una a Dios y le asegure el mejor alimento para su crecimiento y para la acción por que en definitiva: No está el amor de Dios en tener lágrimas, ni estos gustos o ternuras que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad (Santa Teresa)”[8]
Por tanto durante el tiempo de adviento conviene que hagamos tiempo en nuestra jornada, para dedicarnos a reflexionar sobre la Encarnación del hijo de Dios, sobre su nacimiento, sobre lo que hablaron los profetas acerca de Él, sobre el modo en que lo esperaron, de modo especial podríamos reflexionar como nuestra Buena Madre fue preparada para recibir a Jesús, como acogió el anuncio de que sería la Madre del Salvador, cómo vivió ese tiempo de gestación del Niño Dios.
Podríamos también ver a san José, a los pastores, a los magos venidos de oriente, buscando ver luego qué significa para nuestras vidas que todo aquello haya sucedido, nos podríamos platear la pregunta concreta “en mi vida ¿qué significa que Jesús asumió mi naturaleza humana, que conozca lo que es sufrir, lo que es ser niño, lo que es ser adolescente, lo que significa el trabajo, lo que es estar triste o alegre?”
Otro tanto también podríamos hacer con su segunda venida, no sólo para ver cómo será, sino ¿cómo me estoy preparando? ¿vivo como un hombre que se está preparando para conocer al que lo salvo? ¿al que lo amó no obstante a conocido mi historia de múltiples infidelidades y de continuos recomienzos? ¿al que dio su vida por mí aunque yo no le conocía ni amaba aún? ¿al que me enseñó un nuevo modo de vivir mis 30, 40 o 50 años?
Entremos en la atmosfera de la oración, independientemente de que experimentamos actualmente, con eso que somos, pensamos, sentimos, decimos y hacemos, entremos y dejemos que el Señor purifique lo que haya que purificar y anime lo que haya que animar. Recurramos a los textos que la Sagrada Liturgia nos propone en la Liturgia de la Palabra, las oraciones que el sacerdote eleva, o incluso a las novenas de preparación a la navidad, pero no perdamos el tiempo y volquemos a ese trato de amistad con el Señor.
“La oración, para mí, es un impulso del corazón, es una simple mirada lanzada al cielo, es un grito de agradecimiento y de amor, en medio de la prueba, como en medio de la alegría, en fin es una cosa grande, sobrenatural que ensancha mi alma y me une con Jesús…algunas veces, cuando mi espíritu se encuentra en una sequedad tan grande, que me es imposible sacar un pensamiento que me una con Dios, recito muy despacio un Padre Nuestro y también un avemaría; entonces estas oraciones me encantan; alimentan mi alma mucho más que si las hubiera recitado precipitadamente un centenar de veces”[9] Santa Teresa de Lisieux
3. Método de Oración Mental
Quizás convenga en este momento para ser prácticos presentar un método de oración de meditación. Existen muchos, cada cual va descubriendo aquel que va más acorde a su personalidad, sin embargo todos reúnen las características que hemos mencionado. El método sirve como una guía, como una andadera, es para comenzar el caminar, pero eventualmente se deja una vez se descubre como el Espíritu Santo, quien es el que anima nuestra oración, nos va guiando a cada uno.
La oración ha de ser preparada, no podemos llegar como un rayo a querer meditar, les propongo el esquema del Método de san Sulpicio según lo presenta el P. Antonio Royo Marín[10] .
Preparación
Remota: una vida de recogimiento y de sólida piedad (vida de gracia)
Próxima: escoger el punto la víspera por la noche: para ver las principales consideraciones y propósitos que habremos de formar; dormirse pensando en la materia de la meditación, al levantarse aprovechar el primer tiempo libre para hacer la meditación.
Inmediata: ponerse en la presencia de Dios (especialmente en nuestro corazón), humillarnos profundamente: acto de contrición; invocar al Espíritu Santo.
Cuerpo de la oración
Adoración, Jesús ante nosotros: Considerar en Dios, en Jesucristo o en algún santo sus afectos, palabras y acciones en torno a los que hemos de meditar; rendirle homenaje de adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, amor, gozo o compasión.
Comunión, Jesús en nuestro corazón: Convencernos de la necesidad de practicar aquella virtud, afectos de contrición por el pasado, de confusión por el presente y de deseo para el futuro; pedir a Dios esa virtud (participando así de las virtudes de Cristo) y por todas nuestras necesidades y las de la Iglesia.
Cooperación, Jesús en nuestras manos: Formar un propósito particular, concreto, eficaz, humilde; renovar el propósito de nuestro examen particular.
Conclusión
Dar gracias a Dios por las luces y beneficios recibidos en la oración, pedirle perdón por las faltas cometidas en ella, pedirle que bendiga nuestros propósitos y toda nuestra vida, formar un “ramillete espiritual” para tenerlo presente todo el día, ponerlo en manos de Nuestra Buena Madre.
El Adviento es un tiempo fuerte en la vida de la Iglesia, un tiempo en el que buscamos hacer arder cada vez más nuestro deseo de recibir al Señor, la oración nos ayudará a ensanchar el corazón para preparar el camino del Señor.
Claro está, lo que hemos hablado hoy, es una expresión de la vida de oración, la cual apunta a disponernos mejor para la celebración de la Sagrada Liturgia y la recepción de la gracia de Dios a través de los sacramentos, pero también para disponernos a vivir de mejor manera la vida nueva que Cristo nos ha dado a través de obras de misericordia con aquellos que pasan necesidad.
Los tiempos de Adviento y Navidad para el cristiano no son sólo épocas de llevar buenos sentimientos y propósitos, sino es hacer presente el amor de Dios en las vidas de los demás, es anunciar que Dios no fue indiferente con la humanidad ni con sus problemas, sino que tanto le ha amado, que Él mismo asumió nuestra naturaleza, para rescatarnos del pecado y de la muerte, y llevarnos a gozar de una nueva vida.
En adviento se acentúa la preparación pero también es anuncio, testimonio, adoración y acción de gracias, es tiempo de transformación en Aquel que sabemos que nos amó primero, pero para ello es necesario conocerlo, hablar con él, imitarlo, pero sobre todo estar con Él, con nuestro amado Jesús en el silencio de la oración. Un silencio que se vuelve un diálogo de corazón a corazón.
San Juan de la Cruz resumiría todo cuanto dicho anteriormente en su Suma de Perfección, ¿qué es la oración?:
Olvido de lo creado,
Memoria del creador,
Atención al interior,
Estarse amando al Amado
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Notas
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2697
[2] A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, n. 477
[3] Ibid, n. 498
[4] Idem
[5] Idem.
[6] Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, Ed. De Espiritualidad, p. 69
[7] Idem
[8] Ibid. p.69-70
[9] Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrito C, r°-v° (Historia de un alma)
[10] A. Royo Marín, Teología de la Perfección cristiana n.500