XXXII Domingo – Tiempo Ordinario Ciclo «C»
2 Mc 7, 1-2.9-14; Sal 16; 2 Tes 2, 16–3,5; Lc 20, 27-38
Nos vamos aproximando hacia el final del año litúrgico, la Liturgia de la palabra nos va sugiriendo algunos argumentos de nuestra fe cristiana relativos hacia el final de los tiempos como una manera de introducirnos en el misterio de Jesucristo, rey del universo, en quien todo se recapitula, es decir en quien todo encuentra su sentido orgánico. Y es curioso como en ese contexto la Iglesia nos invita a meditar acerca del tema de la resurrección de los muertos, encontramos ya esta noción presente en el libro de los macabeos cuando estos jóvenes en medio de los tormentos que vivían por ser fieles a su fe responden a su opresor “tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que morimos por fidelidad a sus leyes” o la otra “vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza que Dios nos resucitará”, y Jesús nos los revelará con sus palabras de un modo explícito al decirnos “que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven.”
Este tema de la resurrección podría parecer un tanto lejano, en ocasiones podríamos decir que a grandes rasgos asentimos a esta verdad de fe, de hecho la rezamos todos los domingos, pero quizás hace falta un poco de profundización para llegar a darnos cuenta de las implicaciones que tiene para nosotros aquí y ahora:
Primero, “¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.” (CEC 997)
Segundo, “¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto:»los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).” CEC 998
Tercero, “¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo» (Lc 24, 39); pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El «todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora» (Cc de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será «transfigurado en cuerpo de gloria» (Flp 3, 21), en «cuerpo espiritual» (1Co 15, 44)” CEC999
Y aunque, ciertamente todo esto permanece para nosotros un misterio que no podemos agotar, sobre pasa nuestra imaginación entendimiento, y cuyo cumplimiento anhelamos con esperanza cristiana, la Iglesia a partir de la sagrada Teología nos dice algunas características de este cuerpo glorificado.
En primer lugar hemos de tener claro que estas características de cuerpo resucitado son la correspondencia al alma que ha comenzado a gozar de la vida eterna, de la vida nueva que se ha inaugurado con la resurrección de Jesús de entre los muertos. No es un simple recobrar la vida terrenal sino es un nuevo modo de existir.
El Catecismo del Concilio de Trento dispuesto por san Pio V incluso explicará las características del cuerpo glorificado según lo que se conoce a partir de la Escritura acerca del cuerpo glorioso de Cristo:
- Impasibilidad: “esto es, una gracia y dote que hará que no puedan padecer molestia ni sentir dolor ni quebranto alguno”
Ya no tendrán hambre, ni tendrán sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno; porque el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará y los guiará a las fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (Ap, 7 16-17)
- Sutileza, en razón de la cual el cuerpo “se sujetará completamente al imperio del alma y la servirá perfectamente dócil a su voluntad”.
Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo espiritual. Pues si hay cuerpo animal también lo hay espiritual (1 Cor 15, 44)
- Agilidad, por ella “se librará el cuerpo de la carga que le oprime ahora y se podrá mover hacia cualquier parte a donde quiera el alma con tanta velocidad, que no pueda haberla mayor”.
Pero los que confían en Yahvé renuevan sus fuerzas, y echan alas como de águila, y vuela velozmente sin cansarse, y corren sin fatigarse (Is 40, 31)
- Claridad, “cierto resplandor que rebosa al cuerpo de la suprema felicidad del alma”, el cuerpo reflejará la gloria del alma que le dota de hermosura y resplandor.
Los justos brillaran como el sol en el reino de su Padre (Mt 13, 43)
- Nuestros sentidos también gozarán de los buenos deleites de la bienaventuranza eterna.
Debemos recordar que se trata de un cuerpo material, Cristo comió con sus apóstoles, incluso santo Tomás tocó las heridas de sus manos y costado. Existe una identidad entre el cuerpo terreno y el glorioso, vemos como Jesús mantiene las heridas de su pasión. Aunque también hay una distinción misteriosa en forma y apariencia.
Ahora bien, luego de conocer un poco más podríamos preguntarnos ¿qué consecuencias prácticas tiene esto para mí?
La Resurrección, junto con la Encarnación y la Creación nos revelan el plan de Dios para nosotros, y en ese plan la constitución del hombre como cuerpo y alma ha sido prevista como algo bueno, nuestra dimensión corpórea así como nuestra dimensión espiritual tiene valor, en ella se expresa nuestra persona también.
Hemos de asumirnos como tales, sin despreciar una dimensión sobre la otra, hemos de ser conscientes que así como cuidamos de nuestra voluntad y de nuestra mente, también lo hemos de hacer de nuestros sentidos, afectos y pasiones.
Queridos hermanos, todo nuestro de ser debe manifestar nuestra vida de hijos de Dios. Con la resurrección al final de los tiempos llegará a su plenitud y forma definitiva nuestra existencia en cuerpo y alma. Pero mientras llega debemos buscar vivir haciendo el bien en correspondencia a esa vida nueva a la que ya comenzamos a renacer por el bautismo, para que llegado el momento del regreso de nuestro Amado Jesús, resucitemos con la alegría de aquellos que se saben que gozarán eternamente de Él, por tanto hagamos nuestras las palabras del salmista “Yo, por serte fiel contemplará tu rostro, y al despertarme me saciaré de tu semblante” (Sal 16).
IMG: «Juicio Final» de Miguel Ángel