Catequesis 1/4
1. La Sagrada Liturgia – Viviendo los Misterios de la vida de Cristo
Al comenzar este domingo el tiempo de adviento, se nos abre un nuevo panorama desde la fe, puesto que sabemos que con este tiempo comenzamos el año litúrgico, sí, hoy es año nuevo en la Iglesia, la celebraciones de los misterios de nuestra fe han sido organizadas y ordenadas por la sabiduría de nuestra santa madre Iglesia a través de diferentes períodos de tiempo de manera que podamos meditarlos, contemplarlos y hacerlos vida a lo largo del año a través de la Sagrada Liturgia, ella por definición es el culto de adoración y alabanza que como Pueblo elegido le damos a nuestro Dios, unidos a Cristo, como el cuerpo místico se une a su cabeza.
Nosotros a través de la celebración solemne de los misterios de nuestra fe, particularmente a través de la Santa Misa, buscamos dar a Dios un culto en espíritu y verdad, puesto que al contemplar el amor misericordioso del Padre en su Hijo Único no podemos sino corresponder a ese amor que nos amó primero, con un amor que se vuelve adoración.
¿Cómo no se conmoverá nuestro corazón al hacer experiencia de la obra salvadora de Jesucristo? Él que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo, se encarnó en María la Virgen, padeció bajó el poder de Poncio Pilato, fue crucificado muerto y sepultado, resucitó al tercer día, y subió a los cielos y habrá de regresar de nuevo con gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos. Ya lo decía san Juan de la Cruz: “amor con amor se paga”.
La Iglesia, nuestra madre y maestra, nos enseña que hemos de reproducir en nosotros los misterios de la vida de Cristo según nuestra vocación particular.
Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15, 5; Flp 2, 5): Él es el «hombre perfecto» (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11 – 12).
Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre»(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia … Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.)[1]
Ahora bien, siendo conscientes que la celebración de la Sagrada Liturgia nos hace entrar en los misterios de la vida de Cristo, y que el año litúrgico a través de sus diferentes tiempos se nos presenta como un modo especial en el que estos pueden transformar nuestra vida, podríamos hacernos diferentes preguntar al iniciar el adviento ¿qué es? ¿qué misterio propone? ¿qué virtudes me invita a vivir? ¿cómo puedo aprovecharlo para sacar frutos abundantes de vida espiritual? ¿de qué manera me acerca más a Dios? ¿de qué modo el amor de Dios puede transformarme en este tiempo? Etc.
Muchas son las preguntas que podríamos plantearnos y muchas más las respuestas. Sin embargo quisiera proponerles trabajar tres puntos: en primer lugar el significado del adviento; en segundo lugar la oración en el adviento y en tercer lugar: la esperanza y la vigilancia como virtudes a potenciar en este período del año.
2. Tiempo de Adviento: Las dos venidas del Señor
El Tiempo de Adviento en la Iglesia es una período del año litúrgico que se extiende por cuatro semanas antes de la navidad, la palabra adviento, viene del latín ad venire, que hace referencia a la llegada de algo que está por venir.
Se trata de un tiempo de preparación a la navidad, a la celebración del nacimiento del Hijo de Dios en la carne, al nacimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Pero al imbuirnos en el ambiente de la llegada de Jesús, podríamos decir de su primera venida como un niño recién nacido en Belén, también nos abre el horizonte a la parusía del Señor, es decir a su segunda venida, cuando vendrá de nuevo con gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos, como profesamos en el Credo.
Las oraciones de la Iglesia, nos lo recuerdan en estos días, “Quien al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne, dio cumplimiento al antiguo designio y nos abrió el sendero de la salvación. Y así cuando venga por segunda vez en el esplendor de su grandeza, revelando su obra plenamente realizada alcanzaremos los bienes prometidos”.
Por un lado, el adviento es un tiempo en el que nos preparamos a celebrar con gozo el misterio de la Encarnación y nacimiento del Hijo de Dios, Él siendo de condición divina, se hizo uno de nosotros, asumió nuestra humanidad, para redimirla y salvarla, es más, haciéndose hombre como nosotros nos ha enseñado la altura y grandeza de la vocación para la cual fuimos creados, lo diría san Juan Pablo II “Cristo Redentor…revela plenamente el hombre al mismo hombre”[2], Él nos enseña lo que significa ser seres humanos salidos de la mano del Padre con la altísima vocación de haber sido creados para ser hijos de Dios.
Por su cercanía con la navidad, se nos presenta el adviento como un tiempo de dulce espera del niño Dios, se nos invita a meditar con el profeta Isaías, san Juan Bautista y con nuestra Buena Madre, la santísima Virgen María, la llegada de este niño, que habrá de transformar la historia de la humanidad.
Ella desde su humildad, silencio, sencillez, confianza y valentía, nos enseñará el modo de acoger a Jesús en nuestro corazón, es un tiempo de caminar con ella, la Madre de la esperanza, y aprender con aquella que meditaba en su corazón los acontecimientos que vivía por y con su Hijo, como hemos también nosotros de aprender a llevar la oración el paso de Dios por nuestra historia, Él no pasa como un bárbaro saqueando y violentando todo cuanto se encuentra en el camino, tampoco pasa como un nómada que una vez ha terminado su tiempo en el lugar se muda, no, Dios llega a nuestras vidas para quedarse.
Por otro lado, el adviento es un tiempo en el que recordamos que el Señor, que ha subido a los cielos después de pentecostés, habrá de volver con gloria y majestad para un juicio. Si por el nacimiento de Cristo recordamos un acontecimiento del pasado, por su segunda venida, se nos abre una perspectiva de futuro, esta es una verdad de fe que no podemos olvidar, lo decimos todos los domingos en el Credo, lo proclamamos anhelantes luego de la consagración en la Santa Misa “anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús” y lo pedimos al Padre eterno antes de la comunión “Venga a nosotros tu Reino”.
Ciertamente la idea del juicio final, podría sembrar en algunos cierta angustia, pero como dice el refrán popular “el que nada debe, nada teme”, es más, la segunda venida de Jesús nos debería llenar de alegría, puesto que aquel día, “Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).”[3] Se cuenta que el santo Cura de Ars solía decir que sólo en aquel día se conocería cuanto bien se hizo en un confesionario
Aquel día será el día en que podremos reencontrarnos con nuestro Amado, presentarnos ante Él con frutos de amor, en este sentido podemos decir que la segunda venida del amor de nuestras vidas nos invita a la vigilancia, los profetas nos lo recordarán constantemente en estos días, de tal manera que perseveremos en el bien, que perseveremos en el amor, la materia del juicio ya nos fue anunciada.
«Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna». (Mt 25, 33-46)
Dice el Catecismo: “El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (2Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la «bienaventurada esperanza» (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído» (2Ts 1, 10).”[4]
Precioso misterio que vivimos en este tiempo, Dios se nos hace compañero de camino, transforma nuestra historia y busca que vivamos en fidelidad, una fidelidad que es oración, que es vigilancia y a la vez también dulce espera de su segunda venida.
Por ello nosotros sabemos que en este mundo somos extranjeros, puesto que nuestra patria, es la Jerusalén celeste, ahí donde esta Cristo y desde donde Cristo reina, donde la única ley es el amor, y la condición de los cristianos, la de hombres libres porque han sido comprados con la sangre del cordero de Dios.
3. El sentido del adviento en nuestras vidas
De alguna manera al hacernos entrar en un tiempo de preparación la Iglesia busca estimularnos y disponernos a una mejor vivencia de la espera del Señor “Para que el alimento sea de provecho, es necesario que el cuerpo haya experimentado el hambre. Dios no busca imponer su gracia a las almas satisfechas. Es una de las leyes más antiguas del reino de Dios. Es por ello, que durante cuatro semanas, la Iglesia nos hace volver a experimentar el hambre espiritual, la necesidad de redención, para hacernos dignos de recibir la gracia de la redención” (Dom Pius Parsch)
“Hacernos capaces de ver el Reino nuevo. Así, todo el Adviento será un momento espiritual que nos preparará a la celebración de una nueva Navidad, fruto de la encarnación del Verbo. Pero el Adviento también será figura de toda nuestra vida, verdadero ‘retiro’ que nos dispondrá a descubrir la cara más importante de este Tiempo Litúrgico: la segunda Venida de Jesús, al fin de los tiempos, en el cierre de la Historia.
En cada Adviento con la llegada de Cristo se nos presenta la llegada del mundo nuevo, de la nueva Jerusalén, del nuevo maná, del torrente de agua que salta hasta la vida eterna. Él es la Buena Noticia que durante siglos fue esperada y anunciada por los profetas, el cumplimiento de la palabra enviada a María santísima que durante 9 meses lo gesta, y la promesa que durante siglos anhelamos se cumpla cuando lo volvamos a ver en su segunda venida.
¿Nuestra alegría y nuestra esperanza? Saber que la espera concluirá, cuando llegue el Esperado y cuando Él nos encuentre a quienes lo aguardamos.”[5]
Lo confiesa la Iglesia al decir que “Jesucristo fue anunciado por los profetas, la Virgen Madre lo engendró con amor inefable, Juan Bautista proclamó la inminencia de su venida y reveló su presencia entre los hombres. Él nos concede ahora participar con alegría el misterio de su nacimiento, para que su llegada nos encuentre perseverantes en la oración y proclamando gozosamente su alabanza” (Prefacio III, Adviento)
La espera del alma a la venida del Señor según Santa Faustina Kowalska[6]
No sé, oh Señor, a qué hora vendrás,
por eso vigilo continuamente y preso atención.
Yo tu esposa por ti escogida.
Porque sé que te gusta venir inadvertidamente
pero el corazón puro desde lejos te sentirá, Señor.
Te espero, Señor, entre la quietud y el silencio,
Con gran añoranza en el corazón,
Con un deseo irresistible,
Siento que mi amor hacia ti se vuelve fuego
y como una llama ascenderá al cielo al final de la vida
y entonces se realizarán todos mis deseos.
Ven ya, mi dulcísimo Señor y lleva mi corazón sediento,
allí, donde estás Tú, a las regiones excelsas del cielo
donde tu vida dura eternamente.
La vida en la tierra es una agonía continua,
mientras mi corazón siente que está creado para grandes alturas
y no lo atraen nada las llanuras de esta vida.
Porque mi patria es el cielo. Esta es mi fe inquebrantable.
Img: «El juicio universal» del beato Fra Angelico
Entrada siguiente: La oración en el adviento
Notas
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 520-521
[2] San Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n.10
[3] Catecismo de la iglesia Católica n. 1040
[4] Catecismo de la iglesia Católica n. 1041
[5] Héctor Muñoz, Los distintos colores del tiempo, Ed. Bonum, Argentina 2006, p.19-20
[6] Santa Faustina Kowalska, Diario, Quinto Cuaderno 1589