Ex Maria Virgine

IV Domingo de Adviento – Ciclo A

Durante el período de adviento hemos venido contemplando misterios tan grandes como la segunda venida del Señor o como las profecías de la antigüedad anunciaban el nacimiento de Jesucristo, de modo especial el domingo pasado poníamos nuestra atención en aquel precursor del Señor, que había nacido para “preparar el camino del Señor”. En esta ocasión, la Iglesia nos invita a poner nuestra atención en otro misterio particular, la madre virgen de la cual nacería el redentor.


«Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10 – 64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido «absque semine ex Spiritu Sancto» (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra: Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, … Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato … padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (Smyrn. 1 – 2).

Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18  – 25; Lc 1, 26  – 38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo» (Is 7, 14  según la traducción griega de Mt 1, 23).

A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese «nexo que reúne entre sí los misterios» (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: «El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios» (Eph. 19, 1;cf. 1Co 2, 8).» CEC 496-498


Sublime misterio que Dios había previsto para la salvación de la humanidad, en él se encierra una serie de enseñanzas que no hemos de obviar, ciertamente es un hecho milagroso que una muchacha virgen, sin concurso de varón conciba en su vientre, pero ¿qué más se esconde detrás de este suceso?

«La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48  – 49).»  (CEC 503) No hemos sido nosotros los que hemos descubierto y amado a Dios por primero, no fue idea grandiosa de ningún sabio, la maravilla del cristianismo, es que Dios se nos ha manifestado, y Él nos amó primero, aun cuando muchas veces habíamos vivido bajo el pecado o incluso antes que nosotros le conociésemos, Él ya nos amaba.

«Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque Él es el Nuevo Adán (cf. 1Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: «El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo» (1Co 15, 47).» (CEC 504) Jesús nos enseña la vocación altísima del hombre, abre la posibilidad de una vida nueva que tiene como fin la gloria de Dios y la santidad de los hombres.

«Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe «¿Cómo será eso?» (Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu.» CEC 505. Esta vida nueva es una gracia de Dios, su misma vida fluye por nuestro ser desde que hemos sido incorporados por el Bautismo es su gran familia, somos hijos de Dios.

«María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe «no adulterada por duda alguna» (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1Co 7, 34  – 35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: «Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo» (S. Agustín, virg. 3).» CEC 506. ¿No debería ser acaso también nuestra fe? Una fe sencilla y pura, en la que las dudas son purificadas al reconocer la grandeza de Dios y de su amor por la humanidad entera. De ahí se deriva que «María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia» (cf. LG 63) por ello se dice en una letanía que es “modelo de santidad”

 Al contemplar el misterio de la virgen madre podamos también nosotros dejar que la iniciativa del amor de Dios obre en nuestras vidas para que acogiéndolo con atención y docilidad podamos vivir la acción del Espíritu Santo que busca formar en nosotros hombres y mujeres santos a semejanza del Hijo de Dios.

IMG: Theotokos Aeiparthenos (Madre de Dios siempre virgen) icono del siglo XIII