«No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción. Poca luz hay en nosotros, y presto la perdemos por nuestra negligencia. Y muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma. Muchas veces también obramos mal, y lo excusamos peor. A veces nos mueve la pasión, y pensamos que es celo.
El hombre recogido antepone el cuidado de sí mismo a todos los cuidados; y el que tiene verdadero cuidado de sí, poco habla de otros. Nunca estarás recogido y devoto, si no callares las cosas ajenas, y especialmente mirares a ti mismo. Si del todo te ocupares en Dios y en ti, poco te moverá lo que sientes de fuera. ¿Dónde estás cuando no estás contigo? Y después de haber discurrido por todas las cosas ¿qué has ganado si de ti te olvidaste? Si has de tener paz y unión verdadera, conviene que todo lo pospongas, y tengas a ti solo delante de tus ojos.
Mucho aprovecharás, si te guardas libre de todo cuidado temporal. Muy menguado serás, si alguna cosa temporal estimares. No te parezca cosa alguna alta, ni grande, ni acepta, ni agradable, sino Dios puramente, o lo que sea de Dios. Ten por vana cualquier consolación que te viniere de alguna criatura. El alma que ama a Dios desprecia todas las cosas sin Él. Sólo Dios eterno e inmenso que todo lo llena, gozo del alma y alegría verdadera del corazón. »[1]
Estas sabias palabras que hemos querido transmitir de manera íntegra, nos iluminan acerca del sentido rico y profundo que tiene en el itinerario de santidad la práctica del examen de conciencia, la cuaresma es ciertamente un tiempo de oración, de silencio, de mortificación y penitencia así como de práctica de la solidaridad fraterna, sin embargo no hemos de olvidar que todo esto tiene sentido cuando con esas prácticas vamos corrigiendo los vicios en que tendemos a caer, precisamente porque hemos de aprender a discernir en qué puntos concretos de nuestra vida hemos de trabajar de modo especial es importante que aprendamos a escudriñar nuestros corazones, si vamos camino hacia el cielo, conviene descubrir los obstáculos que habitualmente se nos presentan en este peregrinaje, cuáles son las resistencias que ponemos, de dónde nos vienen, hacia dónde nos llevan, cuáles son los mecanismo de defensa que operamos cuando alguien nos hace salir de nuestra zona de comodidad, etc.
En la tradición cristiana, siempre que se habla de un proceso de conversión, hablamos de un autoexamen de nuestra vida a la luz de las enseñanzas del Divino Maestro, que nos han sido transmitidas por la Iglesia, al cual hemos venido a llamar examen de conciencia. En él descubrimos no sólo las acciones que hemos realizado sino más importante aún las mociones que animan nuestro corazón, aquí buscaremos exponer como entre esos movimientos de nuestro interior siempre hay uno que sobre sale de modo especial y al que debemos de prestar una particular atención para ordenar rectamente todo nuestro modo de pensar, de actuar, de sentir y de comportarnos, lo cual se hace bajo un doble examen, el práctico y el general.
En vista a nuestro proceso de conversión hemos de buscar descubrir y trabajar en aquel defecto o pasión dominante, es uno que tiende a prevalecer entre los demás y que se hace presente en nuestro modo de opinar, juzgar, simpatizar, querer y obrar[2] así hay quienes tienden hacia la sensualidad, otros al orgullo, algunos a la pereza, otros a la indolencia, etc. El modo de trabajar esos defectos es a base del ejercicio de la virtud contraria al mismo.
El defecto o pasión dominante es tanto más peligroso, cuanto que con frecuencia compromete nuestra primera cualidad, que es una buena y recta inclinación de nuestra naturaleza; cualidad que debe ser cultivada y sobrenaturalizada por la gracia…hay en cada hombre sombras y luces; existe el defecto dominante y a la vez, excelentes cualidades. Mientras vivimos en la divina amistad, existe en nosotros un especial dominio o atracción de la gracia, que generalmente perfecciona en nuestra naturaleza lo que en ella hay de más hermoso, para irradiar luego sobre lo que vale menos…es precioso que el defecto dominante no sofoque nuestras buenas inclinaciones ni aquel atractivo de la gracia[3]
El hombre ha sido creado bueno por Dios, pero las heridas del pecado lo llevan muchas veces a inclinarse hacia el mal, sin embargo, cuando procura vivir en la amistad con el Señor, sus cualidades salen a la luz, resplandecen de la hermosura del Señor y dan frutos exquisitos de santidad. La fidelidad a la gracia es un elemento clave para vencer el pecado en general y el defecto o pasión dominante en particular.
La pregunta que surge por tanto es, ¿cómo identificamos ese defecto? Diferentes maestros de vida espiritual dan diversos modos, y ciertamente al inicio del camino de conversión es más fácil identificarlo que cuánto más se avanza, porque tiende a transformarse y ocultarse, por ej. Bajo la máscara de humildad se puede esconder un ánimo apocado, dejado y tibio que revela una profunda timidez. Aquí nos atenemos a las sabias palabras de uno de los grandes teólogos del siglo XX que buscaron profundizar en el desarrollo de la vida espiritual del hombre, del P. Reginald Garrigou-Lagrange o.p., él, como buen teólogo lo primero que nos sugiere es impetrar del Señor la gracia de poder conocer ese defecto o pasión dominante, es decir, llevar a nuestra oración una súplica para que el Señor nos conceda la luz necesaria para poder identificarlo. Luego, hay que entrar en el propio interior y preguntarse ¿a dónde van mis ordinarias preocupaciones? ¿cuál es generalmente la causa de mis tristezas y alegrías? ¿de dónde me vienen habitualmente mis estados de ánimo y reacciones? Y así ir progresando hasta identificar el origen habitual de los propios pecados “no de una u otra falta accidental, sino de los pecados habituales que crean en mí como un estado de resistencia a la gracia, especialmente si tal estado es permanente y me lleva a omitir los ejercicios de piedad”[4]
Otro elemento importante para discernir esto es consultar al propio director espiritual, pues nadie es buen juez de sí mismo, y es muy oportuno para todo cristiano tener alguien que le acompañe en este combate al cual se acerca.
El defecto dominante puede conocerse también a través del examen de las tentaciones que vienen con más frecuencia, el enemigo busca atacarnos donde conoce somos débiles. “En fin en los momentos de verdadero fervor, las inspiraciones del Espíritu Santo acuden solícitas a pedirnos sacrificio en tal materia”[5]
Una vez identificado hemos de combatir con la oración, la penitencia y el examen. Parafraseando al beato Columbia Marmion, si la Eucaristía es el alimento para el alma, la oración es como su respiración, este es un importante medio puesto que la amistad con Dios nos hace crecer en la caridad y nos fortalece en las dificultades; la penitencia es una mortificación que hemos de proponernos en vista a practicar de modo especial cuando se manifieste el defecto, es como una palanca que nos ayuda a avanzar, busca reparar por la falta y satisfacer por la pena, recordemos la penitencia en sentido cristiano tiene un sentido medicinal, siempre busca la salud del alma, y conviene consultar con el director espiritual o con el confesor antes de imponernos una. Toda victoria en esta lucha contra el hombre viejo siempre hemos de atribuirla a Dios, es la victoria de Cristo crucificado y resucitado.
Pero para mantener encendido el espíritu de oración y adecuar la penitencia según vamos progresando en la vida espiritual es necesario recurrir al examen de conciencia, el cual será para nosotros la ocasión para ponernos como el centinela en la torre de vigilancia, pronto a combatir al enemigo que merodea.
Toda nuestra vida es un combate espiritual, siempre estamos buscando obrar según la voluntad de Dios en este itinerario nuestro hacia el cielo , y el examen de conciencia es un elemento muy importante que nos ayudará a permanecer fieles al Señor y progresar en nuestra amistad con Él, aunque en este período de tiempo llega a su culmen en la semana santa, un tiempo en que habitualmente la gente toma vacaciones, sabemos nosotros que nadie puede tomarse vacaciones del cultivo de su vida espiritual, porque ésta no es estática, es siempre dinámica, uno avanza o retrocede.
Conforme avanzan los años cada quien va perfeccionándose en el conocimiento de sí mismo, y esto es positivo, pero recordemos que la finalidad de este conocerse es un configurarnos cada vez más a Cristo, a sus actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos. Descubrir aquellos aspectos que en nuestras vidas no están caminando según la voluntad de Dios nos sirve para redireccionarlos, vamos buscando continuamente corresponder a las gracias que el Señor nos da.
Sobre el cómo hacer un examen de consciencia sabemos que en primer lugar el punto de partida es recogernos interiormente, ponernos en presencia de Dios y suplicar la gracia de conocernos realmente. Como lo dice una de las fórmulas de acogida al sacramento de la reconciliación “El Señor que ilumina nuestros corazones te dé un verdadero conocimiento de tus pecados y de su infinita misericordia”
Los maestros de vida espiritual habitualmente nos hablan de dos tipos de examen de consciencia: el examen práctico y el examen general.
El Examen práctico
Se practica en tres momentos: al inicio, a mitad y al final de la jornada. Al inicio de la jornada habitualmente se le llama examen preventivo se trata de que, poniéndonos en presencia de Dios, hemos de hacer memoria de la virtud con la cual estamos buscando combatir nuestro defecto dominante, es lo que actualmente queremos trabajar y que habitualmente nos proponemos bajo el esquema más general de un plan de vida que muchos hacen al inicio del año. El objetivo del examen preventivo es renovar la resolución.
A media jornada y al final, conviene detenernos un momento, el cual puede coincidir con una visita al Santísimo o el rezo del ángelus u otra oración, para poder valorar cómo ha estado nuestra jornada. En este campo hay dos tipos de iniciativas:
Por un lado, tenemos la escuela ignaciana que enseña que hemos de repasar la jornada vivida hasta ese momento viendo los momentos en que la vivencia de la virtud que nos propusimos cultivar se puso a prueba y anotar cuantas veces fallamos; hacernos nuevamente el propósito de vivir esa virtud para lo que resta de la jornada[6].
Por otro lado, hay quienes parten de la pregunta ¿dónde está mi corazón en este momento? Con la cual buscan dirigir un golpe de vista rápido sobre el centro profundo e íntimo del alma y recoger inmediatamente la nota dominante, hacia donde se encuentra inclinada el alma ¿hacia sí misma? ¿hacia las creaturas que la disgregan y disipan? O ¿Hacia Dios? De lo cual se sigue un acto de contrición para redireccionar lo que esté torcido y una resolución para afirmar lo recto.
Escuchemos a Joseph Tissot, un misionero de san Francisco de Sales de finales del siglo XIX, que nos presenta este método del golpe de vista.
«Muchas impresiones, muchas aspiraciones y muchos sentimientos se aglomeran apretadamente en el corazón, es éste un depósito insondable; pero sea cualquiera el número y la naturaleza de estas disposiciones, hay siempre una que domina.
No siempre es la misma; el corazón humano tiene tantas fluctuaciones: un afecto sucede a otro afecto, una impresión sustituye a otra, pero hay siempre una que, ocupando el primer lugar, da al corazón su dirección y determina su movimiento. Ésta es, en suma, la que da la nota verdadera del alma, de ésta es preciso que yo me apodere ante todo si quiere tener la fisonomía de corazón…
Algunas veces veré que la disposición que me domina es el ansia del aplauso, o el deseo de alabanzas, o el temor de una censura; otras veces es el desabrimiento, nacido de una contrariedad, de una conversación o de un proceder que me ha mortificado, o bien el resentimiento procedente de una reprensión agria y dura; otras veces es la amargura producida por la suspicacia o el malestar mantenido por una antipatía, o tal vez la cobardía inspirada por la sensualidad o el desaliento causado por una dificultad o un fracaso; otras veces es la rutina, fruto de la indolencia, o la disipación, fruta de la curiosidad y de la alegría vana, etc. o, por el contrario, el amor de Dios, la sed de sacrificio, el fervor encendido por un toque señalado de la gracia, la plena sumisión a la voluntad de Dios, el gozo de la humildad, etc. Buena o mala, lo que urge averiguar es cuál es la disposición principal y dominante, porque hay que ver el bien lo mismo que el mal, pues lo que se trata de conocer es el estado del corazón: es preciso que yo vaya directamente a examinar el gran resorte que hace mover todas las piezas del reloj.»[7]
El Examen general
Busca darnos una visión de conjunto sobre toda nuestra vida, es el que habitualmente hacemos antes de una confesión, lo podemos hacer repasando nuestras relaciones ¿cómo están mis relaciones conmigo mismo, con Dios y con los demás?; lo podemos hacer repasando nuestra vivencia de las virtudes sea humanas (prudencia, justicia, templanza y fortaleza) sea teologales (fe, esperanza y caridad); podemos hacerlo repasando los mandamientos de la ley de Dios. San Ignacio de Loyola lo dividía en cinco momentos: dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, pedir la gracia de conocer los propios pecados y que sean eliminados; examinar los pensamientos, palabras y obras; pedir perdón a Dios por las faltas cometidas, y proponer enmendarse con la gracia de Dios. Concluyendo con un Padre Nuestro.[8]
Para meditar sobre este punto repasemos un ejemplo a partir de un extracto de un texto de Silvano Fausti s.j. que busca explicarnos el modelo ignaciano del examen general.
«“Puesto en la presencia de Dios primero recuerda sus beneficios y dale gracias. Que tu mirada se pose ante todo sobre Él, para que pueda posarse correctamente sobre ti. Mírate con simpatía, con la misma complacencia con la que el Padre mira a su hijo Jesús (cfr. Jn 17, 23). Acostúmbrate a verte como Él te ve: ¡tú eres como Él te ve! Acto seguido, antes de tomar conciencia de tus faltas, toma consciencia de sus dones, y a continuación, de Él mismo, que se entrega en sus dones.
«Lo más gordo del pecado es el olvido»: el olvido de Dios y de lo que hace por ti. El olvido es el camino del exilio; el recuerdo el del regreso. El primer don que te hace eres tú mismo. El segundo es el mundo entero: una especie de anillo de compromiso, pequeña señal y prenda de su amor por ti. El último y definitivo don que te hace es Él mismo, cuyo amor actúa para ti en toda la creación y la historia (cfr. Sal 136).
La fe cristiana es la experiencia de ser amado, que hace ver la realidad como signo de amor: «nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4, 16). La fe no es otra cosa que la interpretación «más hermosa» de la realidad, que nos hace tomarla en sentido positivo y gozar en plenitud. Haz memoria y eucaristía de todo: es la actitud del Hijo, que todo lo recibe del Padre con gratitud. «Dad gracias por todo, pues ésta es la voluntad de Dios con respecto a vosotros como cristianos» (1 Tes 5, 18), así como esta es vuestra consagración (cf. 1 Tes 4, 3), vuestra «diferencia» como hijos con respecto a quienes no lo saben.
El creyente re-cuerda, es decir, lleva en el corazón el amor de Dios y se goza con ello. Y, puesto que expresamos lo que tenemos dentro, siempre vivimos este amor y esta alegría. Es necesario que te acostumbres a recordar a Dios y a disfrutar con Él, lo mismo que el amado habita en el gozo de la amante y viceversa. Conviene que en tu examen insistas durante algunos meses únicamente en este punto, hasta que adquieras el hábito de contemplar las acciones de Dios en ti. Si no te acostumbras a recordar, todo lo que está ocurriendo es como si no hubiera ocurrido para ti. El recuerdo descongela el pasado y lo convierte en presente. El hombre es lo que recuerda: toda la historia está viva, pero sólo en quienes saben hacer de ella memoria inteligente y amada. El olvidadizo no tiene identidad, está sin pasado y sin futuro.
Segundo, pídele la gracia de conocer tus pecados y eliminarlos.
Sólo después de haber hecho memoria y eucaristía de sus dones puedes pasar a ti, pero no para encerrarte en tus pecados, sino para hacer en ellos memoria y eucaristía de su perdón. Por eso el conocimiento del pecado es una gracia. Es la gracia de la salvación, en la que entiendes el mal en sí mismo y en él acoges al sumo bien: ¡el don del per-dón! No dejes «congelada» en el inconsciente la miseria que tienes dentro: sácala al sol de su misericordia.
Este conocimiento no es sólo teórico, sino práctico. Sirve para eliminar el mal. Al desaprobarlos, la voluntad se despide de su esclavitud y opta por la libertad.
Tercero, examina objetivamente, en primer lugar, los pensamientos.
Estamos acostumbrados a examinar nuestras acciones. Puesto que cada día son más o menos las mismas, nuestro examen se vuelve rutinaria y aburrido, prácticamente inútil. Por el contrario, ante todo tienes que examinar los pensamientos de tu corazón. Se trata de los sentimientos más profundos que has tenido: ¿que «sentimientos» han acompañado tus «acciones»? ¿que «color» han tenido los distintos momentos de tu jornada? ¿alegría o tristeza, recuerdo u olvido, agradecimiento u orgullo, confianza o desconfianza, depresión en tu propio yo o «entusiasmo» con Dios?
El modo en que actúas es más importante que lo que haces. Y el modo procede del corazón. Cada acción se puede hacer con sentimientos opuestos, estos son los que determinan su valor. Por ejemplo, puedes comer con avidez, tristeza y rabia, o con gratitud, alegría y amor. Lo mismo vale para todo lo demás.
A continuación, examina tus palabras.
Toda relación -el hombre es sus relaciones- Es palabra o recibe de ella su sentido, verdadero o falso. Para el hombre, la palabra no lo es todo, pero todo es palabra: no sólo la ciencia y sus resultados, sino también la política, la economía, las injusticas, las opresiones, las guerras; toda su historia es fruto de la lengua. Ésta es un miembro pequeño, pero, al igual que el timón, gobierna el barco (cf. Santiago 3, 4). Verdaderamente mata más la lengua que la espada (cf. Eclo 28,18) y quien no peca al hablar es perfecto (cf. Sant 3, 2)
¿Corresponden tus palabras a tus pensamientos? ¿A qué pensamientos? ¿Son palabras y pensamientos de mentira o de verdad, de orgullo o de humildad, de dominio o de servicio, de posesión del otro o de entrega, de bloqueo o de apertura?
Finalmente, examina tus acciones.
Toda acción nace de una intención movida por una palabra interior del corazón ¿corresponde tu acción a tu intención? ¿es lo que querías? ¿Y lo que tú querías es realmente bueno? ¿qué sentimiento experimentas ante tu acción: armonía o contrariedad, paz o desasosiego?
Es importante saber interpretar, además de las intenciones, también las acciones: en ellas es donde compruebas tus intenciones, del mismo modo que en el árbol se confirma la calidad de la semilla. Puedes tener intenciones que consideras buenas, pero que en realidad no lo son. Pero en la acción vas a ver inexorablemente si cumplen o no su promesa. El bien y el mal lo averiguas con la experiencia, o al menos siempre después de la acción, fijándote bien en el furto interior que te ha dejado, si es de gozo y paz o si no lo es.
Cuarto: una vez que has tomado conciencia de todo, que has dado gracias a Dios por sus dones y has examinado tus pensamientos, palabras y acciones, pide perdón. Si en el don das gracias, en el mal experimentas la gracia del perdón de Dios, que siempre es fiel a ti. Si el bien te hace avanzar, el mal tampoco te bloquea, ya que se convierte en el espacio del conocimiento de Dios como amor gratuito, sin condiciones ni límites. En el perdón experimentas tu esencia y la de Dios: Él es el Padre que ama infinitamente, y tú el hijo que es infinitamente amado…
Quinto: proponte la conversión. «Convertirse» significa «volverse en dirección contraria»: te vuelves de tu yo a Dios, de tus sendas retorcidas a su camino. El objetivo de toda experiencia espiritual es cambiar de dirección, salir de nuestros delirios y extravíos para encontrar el camino de regreso al hogar.
A un anciano Padre del desierto, a punto de morir, le pidieron que dijera una palabra. Y dijo «Acabo de empezar a convertirme».
Cuando «te conviertes a Él», vuelves a reflejar en tu rostro la realidad de la que eres imagen; te transfiguras en Él, en una libertad cada vez mayor, de gloria en gloria, bajo la acción de su Espíritu (cf. 2, Cor 3, 18)»[9]
Lo importante aquí no es sólo enumerar qué pecado cometimos sino como se manifiesta, es decir, en qué actitud, comportamiento o pensamiento se concretó, qué sentimientos y acciones lo precedieron y cuál fue su resultado. Ello nos permitirá estar atentos a cuando se puedan volver a repetir. Lo más importante del examen no es descubrir lo que se ha hecho, sino lo que ha ocurrido en nuestra conciencia.
Habituarnos al examen de conciencia, es un educarnos a advertir con transparencia que llevamos dentro, éste busca ayudarnos a arrojar luz, a darnos lucidez, de manera que estemos claros y conscientes de lo que estamos viviendo. Buscamos aprender a ver nuestra historia no sólo como un conjunto de palabras, acciones, sentimientos y pensamientos, sino como lo que es una verdadera historia de salvación.
[1] Tomas de Kempis, La Imitación de Cristo, Libro II, Cap. 5
[2] Cf. Reginald Garrigou Lagrange, Las tres edades de la vida interior. Ed Palabra, Madrid 2007. p.365
[3] Ibid. p.366
[4] Ídem.
[5] Ibid. 369
[6] Cf. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n.24-31
[7] Joseph Tissot, La vida interior, Ed. Herder 1958, p.466-468
[8] Cf. Ibid., n.32-42
[9] Silvano Fausti s.j., ¿Ocasión o tentación? El arte de discernir Ed. San Pablo 2018, p.64-68