Aprendiendo de San José

San Juan Pablo II

*Ver también Redemptoris Custos

Catequesis, Audiencia general, 19-03-2002

San José, patrono universal de la Iglesia

Celebramos hoy la solemnidad de san José, esposo de María (cf. Mt1, 24; Lc 1, 27). La liturgia nos lo señala como «padre» de Jesús (cf. Lc 2, 27. 33. 41. 43. 48), dispuesto a realizar los planes divinos, incluso cuando el hombre es incapaz de comprenderlos. A él, «hijo de David» (Mt 1, 20; Lc 1, 27), Dios Padre encomendó la custodia del Verbo eterno hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. San José, al que el Evangelio define como «hombre justo» (Mt 1, 19), es para todos los creyentes un modelo de vida en la fe.

La palabra «justo» evoca su rectitud moral, su sincera adhesión al cumplimiento de la ley y su actitud de total apertura a la voluntad del Padre celestial. Incluso en los momentos difíciles, y a veces dramáticos, el humilde carpintero de Nazaret nunca se arrogó el derecho de poner en tela de juicio el proyecto de Dios. Espera la llamada de lo altoy en silencio respeta el misterio, dejándose guiar por el Señor. Una vez recibida la misión, la cumple con dócil responsabilidad:  escucha solícitamente al ángel cuando se trata de tomar como esposa a la Virgen de Nazaret (cf. Mt 1, 18-25), en la huida a Egipto (cf. Mt 2, 13-15) y al volver a Israel (cf. Mt 2, 19-23). Con pocos rasgos, pero significativos, lo describen los evangelistas como solícito custodio de Jesús, esposo atento y fiel, que ejerce la autoridad familiar con una constante actitud de servicio. La Sagrada Escritura no nos dice nada más de él, pero este silencio refleja el estilo mismo de su misión:  una existencia vivida en la sencillez de la vida ordinaria, pero con una fe cierta en la Providencia.

Cada día san José tuvo que proveer a las necesidades de la familia con el duro trabajo manual.Por eso, con razón, la Iglesia lo presenta como patrono de los trabajadores.
La solemnidad de hoy constituye, por consiguiente, una ocasión propicia para reflexionar también sobre la importancia del trabajo en la existencia del hombre, en la familia y en la comunidad.

El hombre es sujeto y protagonista del trabajo y, a la luz de esta verdad, se puede percibir muy bien el nexo fundamental que existe entre persona, trabajo y sociedad. La actividad humana -recuerda el Concilio- procede del hombre y se ordena al hombre. Según el designio y la voluntad de Dios, debe ser conforme al verdadero bien de la humanidad y permitir «al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su vocación» (Gaudium et spes, 35).

Para cumplir esta tarea, hace falta cultivar una «comprobada espiritualidad del trabajo humano» (Laborem exercens26), fundada, con sólidas raíces, en el «evangelio del trabajo», y los creyentes están llamados a proclamar y testimoniar, en sus diversas actividades, el significado cristiano del trabajo (cf. ib.).

Que san José, santo tan grande y tan humilde, sea ejemploen el que se inspiren los trabajadores cristianos, invocándolo en todas las circunstancias. Al próvido custodio de la Sagrada Familia de Nazaret quisiera encomendar hoy a los jóvenes que se preparan para su profesión futura, a los que sufren a causa del desempleo, a las familias y a todo el mundo del trabajo, con las expectativas y los desafíos, los problemas y las perspectivas que lo caracterizan.

Que san José, patrono universal de la Iglesia, vele sobre toda la comunidad eclesial y, dado que era hombre de paz, obtenga para la humanidad entera, especialmente para los pueblos amenazados en estas horas por la guerra, el valioso don de la concordia y de la paz.

Ángelus, 17-03-2002

Pasado mañana, 19 de marzo, celebraremos la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. La gran discreción con que José desempeñó la función que Dios le encomendó hace resaltar aún más su fe, que consistió en ponerse  siempre a la escucha del Señor, tratando de comprender su voluntad, para cumplirla con todo su corazón y con todas sus fuerzas. Por eso, el Evangelio lo define hombre «justo» (Mt1, 19). En efecto, el justo es una persona que ora, vive de fe y procura hacer el bien en todas las circunstancias concretas de la vida.

La fe, sostenida por la oración: este es el tesoro más valioso que san José nos transmite. Han seguido sus huellas generaciones de padres que, con el ejemplo de una vida sencilla y laboriosa, han impreso en el alma de sus hijos el valor inestimable de la fe, sin el cual cualquier otro bien corre el riesgo de resultar vano. Desde ahora deseo asegurar una oración especial por todos los padres, en el día dedicado a ellos: pido a Dios que sean hombres de intensa vida interior, para cumplir de modo ejemplar su misión en la familia y en la sociedad.

Catequesis, Audiencia general, 20-03-1996

…san José, patrono de la Iglesia universal. La comunidad cristiana se dirige a san José con diversos títulos: ínclito descendiente de David; esposo de la Madre de Dios; custodio casto de la Virgen; modelo de los obreros; amparo de las familias (de las Letanías de san José). Estas invocaciones, y otras más, subrayan el papel de san José en el designio salvífico y en la vida de los creyentes. Al día siguiente de su fiesta, junto con vosotros, quisiera encomendar a su patrocinio la Iglesia y el mundo entero, sobre todo las familias y, de modo particular, todos los padres que en él tienen un modelo singular para imitar.

La liturgia nos invita a encontrarnos con san José en el itinerario cuaresmal hacia la Pascua. Se nos presenta como testigo insuperable del silencio contemplativo, pleno de escucha de la palabra de Dios, que se vislumbra en los evangelios como atmósfera característica de la casa de Nazaret. El silencio de José era un silencio activo, que acompañaba el trabajo diario, al servicio de la Sagrada Familia.

Que todos los creyentes, siguiendo el ejemplo de san José, logren en su propia vida una profunda armonía entre la oración y el trabajo, entre la meditación de la palabra de Dios y las ocupaciones diarias. En el centro de todo esté siempre la relación íntima y vital con Jesús, Verbo encarnado, y con su Madre santísima. A todos vosotros, mi bendición afectuosa.

Catequesis, Audiencia general, 19-03-1997

La solemnidad de hoy nos invita a contemplar la particular experiencia de fe de san José junto a María y Jesús. La Iglesia propone a José a la veneración de los fieles como el creyente plenamente disponible a la voluntad divina, como el hombre capaz de un amor casto y sublime a su esposa, María, y como el educador dispuesto a servir, en el niño Jesús, al misterioso proyecto de Dios.

La Tradición, en particular, ha visto en él al trabajador. «¿No es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13, 55), exclaman los habitantes de Nazaret ante los prodigios que realiza Jesús. Para ellos es, sobre todo, el carpintero de la aldea, aquel que con el trabajo se expresa a sí mismo, realizándose ante Dios mediante el servicio a los hermanos. También la comunidad cristiana ha considerado ejemplar la historia de san José para todos los que están comprometidos en el amplio y complejo mundo del trabajo. Precisamente por eso, la Iglesia ha querido encomendar a los trabajadores a su protección celestial, proclamándolo su patrono.

La Iglesia, se dirige al mundo del trabajo contemplando el taller de Nazaret, santificado por la presencia de Jesús y José. Quiere promover la dignidad del hombre frente a los interrogantes y problemas, los temores y esperanzas relacionados con la actividad laboral, dimensión fundamental de la existencia humana. Sabe que su misión consiste en «recordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos y contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad» (Laborem exercens1).

Frente a las insidias presentes en ciertas manifestaciones de la cultura y la economía de nuestro tiempo, la Iglesia no deja de anunciar la grandeza del hombre, imagen de Dios, y su primado en la creación. Cumple esta misión principalmente mediante la doctrina social, que «tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización»; en efecto, es doctrina que «anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa (…) de los derechos humanos de cada uno» (Centesimus annus54).

A cuantos procuran afirmar el predominio de la técnica, reduciendo al hombre a «mercancía» o instrumento de producción, la Iglesia les recuerda que «el sujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre», puesto que en el plan divino «el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo»» (Laborem exercens5-6). Por el mismo motivo, contrasta también las pretensiones del capitalismo, proclamando «el principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital»», puesto que la actividad humana es «siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental» (ib., 12) del proceso de producción.

Estos principios, a la vez que reafirman la condena de toda forma de alienación en la actividad humana, son particularmente actuales frente al grave problema del desempleo, que afecta hoy a millones de personas. Muestran en el derecho al trabajo la moderna garantía de la dignidad del hombre que, sin un trabajo digno, está privado de las condiciones suficientes para el desarrollo adecuado de su dimensión personal y social. En efecto, en quien lo experimenta, el desempleo crea una grave situación de marginación y un penoso estado de humillación.

Por tanto, el derecho al trabajo debe conjugarse con el de la libertad de elección de la propia actividad. Sin embargo, no hay que entender estas prerrogativas en sentido individualista, sino en referencia a la vocación al servicio y a la colaboración con los demás. La libertad no se ejerce moralmente sin considerar la relación y la reciprocidad con otras libertades. Éstas se consideran no tanto como un límite, cuanto como condiciones del desarrollo de la libertad individual y como ejercicio del deber de contribuir al crecimiento de toda la sociedad.

Por consiguiente, el trabajo es ante todo un derecho, porque es un deber, que nace de las relaciones sociales del hombre. Expresa la vocación del hombre al servicio y a la solidaridad.

La figura de san José recuerda la urgente necesidad de dar un alma al mundo del trabajo. Su vida, caracterizada por la escucha de Dios y la familiaridad con Cristo, se presenta como síntesis armónica de fe y vida, de autorrealización personal y amor a los hermanos, de compromiso diario y confianza en el futuro. Su testimonio recuerda a cuantos trabajan que, sólo acogiendo el primado de Dios y la luz que proviene de la cruz y de la resurrección de Cristo, podrán crear las condiciones de un trabajo digno del hombre y encontrar en la fatiga diaria un «tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los «nuevos cielos y otra tierra nueva», los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el mundo» (Laborem exercens27).

IMG: Fotografía de san Juan Pablo II en 1985