Ite ad Joseph

  • 2S 7, 4-5a.12-14a.16. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc 1, 32).
  • Sal 88. Su linaje será perpetuo.
  • Rm 4, 13.16-18.22. Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza.
  • Mt 1, 16.18-21.24a. José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

En medio de este tiempo de preparación para la Pascua, nuestra madre la Iglesia, nos invita a hacer un alto en el camino, y levantar la mirada y contemplar en el cielo a uno de los grandes santos que en el silencio de la cotidianidad de la vida asumen la misión que Dios les confía con generosidad y sencillez, hoy la Iglesia nos invita a contemplar la figura de su protector, san José.

San José en la Historia de la Salvación

La figura del padre adoptivo de Jesús no es casual ni poco importante, más bien, es fundamental en la historia de la salvación, ya que por su pertenencia a la tribu de Judá, él, “unió a Jesús a la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente hijo de David” (Benedicto XVI, 19/03/2006). Por él se cumple la profecía anunciada por Natán que hemos escuchado en la primera lectura, el trono de David se perpetúa en Jesús de modo legal al ser el hijo de José. Como diría el salmista «Una alianza pacté con mi elegido, a mi siervo David, yo le he jurado: ‘Perpetuaré tu descendencia y firmaré para siempre tu reinado’» (Sal 88, 4-5)

Por ello podemos afirmar que “José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.” (San Bernardino de Siena, Homilía Dios da la gracia para la misión confiada) Es más no sólo se perpetúa, sino que en Jesús el verdadero Rey de Israel se hace presente en medio de su Pueblo, un Rey que tendrá por corona las espinas, por trono la cruz, por cetro y estrado de sus pies unos clavos y por vestidura real nuestra humanidad, pero desde ese trono adquirirá para sí hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, y entregándose por nosotros en su pasión y muerte, nos hará formar parte de su familia, haciéndonos hijos de Dios. He aquí el Rey de la Gloria «¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios del universo, Él es el Rey de la gloria.» (Sal 23, 10)

El ángel apareciéndose en sueños a José nos ilustra como es el patriarca de la Iglesia es introducido en el misterio de la salvación y de modo especial en el misterio de la maternidad de María, ella, que según la ley es su “esposa”, permaneciendo virgen, se ha convertido en madre del Salvador por obra del Espíritu Santo. De ahí que el varón justo de Israel asume una nueva misión ser custodio de nuestro Señor Jesús y de la santísima Virgen María, él es el siervo “fiel y prudente” (Mt 24, 45) al que el Padre eterno encomienda los cuidados de su casa.

“En José, el Señor encontró, como en David, «un hombre según su corazón» (1S 13,14), a quien pudo confiar con toda seguridad, el secreto más grande de su corazón. Le reveló «los secretos más profundos de su Sabiduría» (Sal. 50,8), le reveló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le otorgó ver «lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron», y oír lo que muchos desearon «oír y no oyeron» (Lc 10,24). Y no sólo verlo y oírlo, sino que llevarlo en sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo sobre su corazón, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.”

San Bernardo de Claraval, Homilía Dios le confió el secreto más grande

San José, modelo de virtudes cristianas

Vemos también al ángel encomendar una misión a José, se le confía la tarea de ser un padre terreno-adoptivo para Jesús. Así desde el comienzo hay un encuentro entre la fe de María y la de José, aunque si bien es cierto él no recibió un anuncio tal y como el de su esposa, sí fue dócil de corazón e hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a María. Lo que él hizo es la genuina obediencia de la fe, una fe pura, una fe que le fue tenida por justicia como decía de Abraham la segunda lectura. Es la fe del hombre que sabe que Dios es fiel a su palabra y se juega la vida por dar testimonio de su adhesión personal a Él, pues la alianza entre Dios y su Pueblo se realiza también en el sí de cada uno al Señor.

“En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo —la humildad y el ocultamiento— en su existencia terrena.”

Benedicto XVI, 19 de marzo de 2006

El ejemplo de san José nos estimula a ver nuestra vida como hombres y mujeres llamados a la santidad, a asumir el plan de Dios en nuestras vidas, a saber corresponder a esa llamada a la vida en el amor siendo fieles, perseverando en su santa voluntad no obstante las incomprensiones; siendo sencillos, sin andar con rodeos sino actuando con prontitud confiando en el Señor; y siendo humildes, puesto que no es en base a nuestros méritos que Dios nos asigna una misión particular, sino que todo es fruto de su divina misericordia.

“¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación.”

Papa Francisco, 19 de marzo de 2013

De modo especial, pueden volver su mirada a él aquellos que han sido llamados a ser padres de familia y descubrir en la cotidianidad de cada día como se convierten en una clara vocación del servicio al prójimo en sus hijos, desgastando sus vidas al atenderles y educarles tal y como él se donó totalmente en el amor doméstico cuidando de Jesús. A la luz de este ejemplo de san José el Papa Emérito Benedicto XVI interpelaba un día a unos padres de familia preguntándoles: “¿confían en que Dios les hace padres y madres de sus hijos de adopción? ¿Aceptan que Él cuente con ustedes para transmitir a sus hijos los valores humanos y espirituales que han recibido y que les harán vivir en el amor y el respeto de su santo nombre?” (Benedicto XVI, 19 de marzo de 2009)

Maravilloso misterio que se desarrolla en la vida de este santo varón, pero sabemos que toda misión que llevamos a cabo es la expresión de una realidad interna que la alimenta y la hace fructificar, existe un principio filosófico muy antiguo que dice “el obrar sigue al ser” en él descubrimos que toda la respuesta que san José dio al Señor brota de una profunda interioridad, sus silencios en la Sagrada Escritura no son silencios pasivos, sino operantes, no es un hombre sin voz, sino que habla con sus obras. En el silencio de José encontramos al hombre que obra movido por la fe y el amor.

“El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta”

San Juan Pablo II, Redemptoris Custos n. 26

San José, el Patriarca que vela e intercede por nosotros

Pero además de ser un gran modelo sabemos también que es un gran intercesor que no descuida a aquellos por los cuales su hijo adoptivo dio la vida, los Papas a lo largo de los siglos lo han reconocido como el protector de la Iglesia, el Beato Pio IX al declararlo patrono de la Iglesia Universal nos daría la razón

“Porque tuvo por esposa a la inmaculada virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació nuestro señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel comería como pan bajado del cielo para la vida eterna. Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la Virgen Madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia”

Beato Pio IX, 8 de diciembre de 1870

Así el Magisterio de la Iglesia ha confirmado lo que los amigos cercanos de Jesús han sabido reconocer con un corazón sencillo, son varios los testimonios que los santos nos dan de la confianza que hemos de poner el señor san José, súplicando su intercesión en nuestra lucha contra el pecado y en nuesta búsqueda de una vida virtuosa, hemos de apelar a su patronicio para impetrar de Dios la gracia de la humildad, de la confianza, de la perseverancia, de la castidad, de la abnegación etc. por ejemplo, santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia y maestra de oración, nos narrará en su autobiografía su experiencia personal al acudir al Patriarca de Iglesia sobre todo para fomentar la vida interior.

“Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío…Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará el camino.”

Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, 7-8

Conclusión

Queridos hermanos, con esta confianza y amor encomendémonos a san José, protector, intercesor y modelo para nosotros, Dios quiera y resuenen en nuestro corazón las palabras que san Óscar Arnulfo Romero tan dulcemente pronunció al pueblo humilde y sencillo al contemplar las misericordias que el Señor nos ha concedido a través del varón justo de Israel.

“…yo quiero que nos fijemos en este concepto, sobre todo, que José, siendo el padre legal de Cristo, ve que ese Cristo se prolonga en su Iglesia y siente que todos nosotros los cristianos somos también hijos suyos, estamos bajo su protección, y con el mismo cariño con que cuidaban a su niño Jesús en el taller de Nazaret nos cuida también a nosotros, su Iglesia.”

San Óscar Arnulfo Romero, 19 de diciembre de 1977

IMG: «San José con el Niño» de Raúl Berzosa

Anexo: Ver también «Antología de textos sobre San José»