Natividad de María

8 de septiembre

Fiesta

-Mi 5, 1-4a. Dé a luz la que debe dar a luz.

-Sal 12. Desbordo de gozo con el Señor.

†Mt 1, 1-16.18-23. La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo

La celebración del nacimiento de Nuestra Buena Madre es un hecho particular en la Iglesia, de hecho, sólo de ella, de san Juan Bautista y de Nuestro Señor Jesucristo se hace memoria de sus nacimientos, surge la pregunta ¿Qué tiene de especial esta celebración? ¿Qué es lo que celebramos con este nacimiento? ¿Qué tiene que ver con la vida de los creyentes?

Podemos proponernos la siguiente respuesta: con este nacimiento celebramos que Dios no dejó el hombre sometido al pecado y a la muerte, sino que lo salvó estableciendo un plan de salvación, así como también festejamos el don de la Santísima Virgen María, que es modelo de santidad para nosotros y viva intercesora.

En el Antiguo Testamento encontramos diversos testimonios del plan de Dios de salvación que Dios tenía para el hombre, por ejemplo Miqueas había profetizado el nacimiento del Mesías en Belén, ligándolo así a la descendencia de David; por su parte el Nuevo Testamento lo hace patente en Nuestro Señor Jesucristo, san Mateo nos presenta su árbol genealógico, es decir sus orígenes hasta ligarlo a Abrahán.

Con esto la Sagrada Liturgia nos recuerda que la venida de Nuestro Salvador fue preparada por Dios desde antiguo, se formó un Pueblo en el cual nacería, y entrando en la historia de hombres concretos preparó el camino de Jesús. Así eligió a una mujer, Nuestra Buena Madre la Siempre Virgen María, a la cual preparó liberándola de la esclavitud del pecado desde su concepción, para hacer una digna morada de su Hijo y a la cual llamó a formar parte de historia de salvación. Toda dádiva que se nos ha dado en ella, ha sido porque Dios la eligió para Sí. Por su obediencia a la voluntad del Señor fue que  “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14)

Luego, quien dice amar a Jesucristo, ama también lo que Él ama, y seguramente amó con amor entrañable a su madre. Prueba de eso, es que, en medio de los más grandes sufrimientos en el Calvario, se recuerda de ella, no la deja desamparada cuando está por morir en la cruz, y no se la confía a cualquiera sino a su “discípulo amado” (cf. Jn 19, 27) y la tradición nos enseña que en él estamos representados todos los cristianos.

Que gran amor nos ha tenido el Señor al encomendarnos al cuidado de santa María. A la mujer que se había preparado para nacer, a la mujer que había colmado de gracia, a la mujer que había adornado con tantas virtudes, a esa mujer que lo amó hasta el pie de la Cruz, a esa mujer también la preparó para ser nuestra Madre, por ello la llamamos Madre de la Iglesia.

Y los cristianos han encontrado en ella un ejemplo a seguir, ella también crecía en amor al Señor y vivió una vida virtuosa, por ello la llamamos modelo de santidad. Es modelo de humildad, la cual encontramos por ejemplo en sus palabras en el momento de la anunciación: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), ella es modelo de caridad la cual vive en el servicio al prójimo como cuando se pone encamino a encontrar a santa Isabel (cf. Lc 1, 39), ella es modelo de fortaleza como nos cuenta san Juan que permaneció al pie de la cruz junto a otras santas mujeres (cf. Jn 19, 25).

Los Padres de la Iglesia recuerdan su obediencia y su fe, san Irineo de Lyon (siglo II) dirá:

“…la Virgen María fue obediente…Eva por su parte, desobediente…Como Eva…hízose desobediente, se convirtió en causa de muerte tanto para sí como para todo el género humano; así también María, que era Virgen, obedeciendo, se convirtió en causa de salvación tanto para sí como para todo el género humano….Así por tanto, el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María:  porque lo que la virgen Eva con su incredulidad había anudado, lo desató la Virgen María con su fe”[1]

A lo largo de la historia de Iglesia encontramos numerosos testigos que nos presentan a la Reina del Cielo como modelo para los cristianos, entre ellos san Bernardo, san Alfonso María de Ligorio, y hacia nuestros días san Maximiliano María Kolbe y san Juan Pablo II, por mencionar algunos nombres. Porque ha sido ejemplo para tantos es que en las letanías le llamamos “Reina de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes y de todos los santos”.

Pero no es sólo modelo, sino también una viva intercesora, muchos fieles han acudido ante sus necesidades, hasta el punto de darle el título de “auxilio de los cristianos” “refugio de los pecadores” “consuelo de los afligidos” “salud de los enfermos” “estrella del mar”, y es que en el Calvario también Jesús nos puso en sus manos (cf. Jn 19, 26), por eso no es extraño a los oídos de los cristianos escuchar las palabras que dijo a san Juan Diego “¿no estoy aquí Yo, que soy tu Madre?”. Ella continúa orando por nosotros, aquel “no tienen vino” (Jn 2, 3) de las bodas de Canaán, se repite hoy con tantos hombres que han perdido el vino de la fe, de la esperanza o del amor, se repite al contemplar todos aquellos que sufren a causa de la guerra, de la violencia, de las injusticias y de la cultura del descarte.

Así en esta fiesta celebramos el gran amor que el Señor ha tenido por los hombres, no nos dejó abandonados a la perdición sino que en un historia de amor, preparó un Pueblo y en él una mujer, cuyo nacimiento anuncia el nacimiento el Divino Salvador del Mundo, nuestro Señor Jesucristo, de quién, por su infinita misericordia, hemos recibido la misma vida divina y todos los medios para llevarla a su plenitud. Entre ellos destaca uno de modo particular, el don de Nuestra Buena Madre la Virgen María, modelo de santidad y viva intercesora nuestra.

En este día demos gracias a Dios por este gran don que nos ha hecho, amemos a María como Jesús la amó, y así también amaremos lo que ella ama, y ¿a quién ama ella con todo su corazón Inmaculado? a Nuestro Salvador, su Hijo bendito, por ello amando a María amaremos más a Jesús entraremos en su escuela del amor, un amor que es afectivo y efectivo. Así sea.

IMG: «Natividad de María» de Lorenzo Pasinelli

[1] San Irineo de Lyon, Adversus Haereses, III,22,4