Santa María Reina

22 de agosto

Memoria

-Is 9, 1-6. Un hijo se nos ha dado

-Sal 113, 1-8. El Señor lo sentó con los príncipes de su pueblo.

†Lc 1, 26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo

Cada vez que hacemos memoria de nuestra Buena Madre, hemos de alegrarnos profundamente y dar gracias al Padre eterno que en su gran designio universal de salvación, se fijó en ella para que, por obra del Espíritu Santo, fuese la madre de su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo.

La realeza de María santísima[1], antes que encontrar fundamento en analogías a los reinados de la tierra, lo encuentra en la realeza del mismo Cristo, pues todo mérito y privilegio de María tiene su raíz última en haber sido preparada para ser la Madre de Dios. Por ello conviene que en primer lugar considerar algunos aspectos de la realeza de Nuestro Señor.

Cristo es rey no sólo en sentido metafórico, es decir por la excelencia que posee entre todos los hombres, sino en sentido estricto, literal y propio pues Él, verdadero Dios y verdadero hombre, es el Creador y Conservador de todo lo que existe, por ello con toda razón nosotros lo aclamamos en la Sagrada Liturgia diciendo “tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor”.

Se dice también que Cristo es rey por derecho de conquista, pues al habernos redimido por su Pasión y Muerte en la Cruz Él nos adquirió como pueblo de su propiedad, “con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra” (Ap 5, 9-10) Su reino sabemos no es temporal y terreno, lo cual no quiere decir que no tiene pleno dominio sobre cuanto sucede sobre la tierra sino que la naturaleza de su reino es espiritual y va más allá del tiempo, es un Reino eterno y Universal, de Verdad y de Vida, de Santidad y Gracia, de Justicia y Paz, y que tiene por ley el precepto del amor.

El fundamento de la realeza de María decíamos está en haber sido la Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, ella es reina porque engendró en su seno al Rey del Universo, san Juan Damasceno dirá “Verdaderamente fue Señora de todas las criaturas cuando fue Madre del Creador”. También sabemos que nuestro Señor Jesucristo asoció los dolores de su madre al pie de la Cruz a su sacrificio redentor, por ello decimos que ha participado de una manera activa en el misterio de la redención.

Si Eva asoció consigo a Adán en la caída, Cristo Jesús nuevo Adán asocia a su obra redentora a María santísima Nueva Eva. El Papa Pio XII diría que “fue Ella la que, libre de toda culpa personal y original, unida estrechamente a su Hijo, le ofreció en el Gólgota al Eterno Padre, sacrificando de consuno el amor y los derechos maternales, cual nueva Eva por toda la descendencia de Adán”[2].

Ciertamente en sentido pleno, propio y absoluto sólo Jesucristo es Rey, pero sentido relativo a Él también la B.V. María es Reina, sea como su Madre, sea como asociada a la obra del divino Redentor. A través de santa María Reina, llegada la plenitud de los tiempos, el Padre ejecutó el plan divino de salvación uniendo por obra del Espíritu Santo en su vientre nuestra naturaleza humana con la naturaleza divina de su Hijo. Santa María Reina nos enseña a vivir la Ley Nueva del mandamiento de la Caridad en el Reino de Cristo, amando a Dios como ella amó a su Hijo y amando a nuestro prójimo tal y como ella se puso en camino a auxiliar a su prima Isabel. Santa María Reina es el medio por el que la justicia divina distribuye todas las gracias, puesto que ella fue el camino que el Padre pensó para que viniera a nosotros la fuente de toda bien y el juez de todos los hombres.

«…la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejará más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte…»[3]

Por ello hermanos en este día celebremos las maravillas que el Señor ha querido realizar en nuestra Buena Madre, puesto que en su realeza brilla la misericordia de un Dios tan bueno, que nos atrae hacia sí con lazos de amor.

Anexo:

Lectura del Oficio Divino para esta fiesta, tomado las homilías de san Amadeo de Lausana (Obispo del siglo X)

San Amadeo de Lausana (S.X):

“Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo; el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.”

IMG: «Coración de la Virgen» del Beato Fra Angelico

[1] Meditación hecha en base al artículo de Fray Antonio Royo Marín “La Virgen María. Teología y Espiritualidad marianas”, BAC, Madrid 1968

[2] Pio XII, Ad Coeli Regina

[3] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n.59