21 de noviembre
Memoria
-Za 2, 14-17. Goza, Sion, que yo vengo
-Salmo: Lc 1, 46-55. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo.
†Mt 12, 46-50. Extendiendo su mano hacia los discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos»
En el calendario litúrgico la Iglesia nos propone la celebración de ésta memoria, ella se encuentra profundamente arraigada entre las celebraciones de nuestros hermanos del oriente cristiano, quienes la enumeran como una de sus doce fiestas mayores llamándola “el Ingreso de la Toda Santa en el Templo”. Según una antigua tradición los padres de la santísima Virgen la habrían presentado al Templo de Jerusalén durante su infancia para ser consagrada a su servicio.
Nuestra liturgia romana antiguamente meditaba en esta fiesta el siguiente texto:
“Joaquín se casó con Ana, mujer excelente y digna de admiración. Pero, como aquella otra Ana de la antigüedad, que era estéril, obtuvo a Samuel a través de la oración y la promesa divina; así también ella, a través de la oración y la promesa de Dios, obtuvo del Señor como hija a la Madre Dios, superando a causa de esta gracia a todas las ilustres matronas. Así la “gracia” (este es el significado de Ana) genera a la “señora” (esto quiere decir el nombre de María):
En efecto se convirtió en la Señora de todas las criaturas, desde el momento en que fue hecha la Madre del Creador. María fue dada a luz en la casa rural de Joaquín y fue conducida al Templo. De ahora en adelante, trasplantada en la casa de Dios y nutrida por el Espíritu, ella se convertirá en receptáculo de toda virtud, como olivo fecundo, abstrayendo su mente de todo deseo de la vida presente y de la carne y conservando virgen junto con el cuerpo también su alma, como convenía a aquel que debía recibir a Dios en su seno.”[1]
Contemplar a María es siempre contemplar a la mujer del Sí, a la mujer que supo hacer vida la palabra del Señor, que entró en su voluntad, es esto lo que en última instancia desea siempre una persona que se entrega al servicio del Señor, es el espíritu que anima la vida de todo consagrado, por ello la Iglesia nos invita a meditar en el evangelio de este día, Jesús no considera sólo el vínculo biológico con su familia, sino que lo eleva a un nivel sobrenatural, pues la familia de Dios se conforma de aquellos que entran en la voluntad del Padre, por eso dice «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 50)
«Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo.»[2]
Que el Señor nos conceda la gracia de que al meditar en la presentación de María en el Templo, también nosotros podamos disponernos a presentarnos con corazón generoso al Señor.
IMG: «Presentación de María en el Templo» del Giotto
Anexo
De una Meditación del santoral del padre Juan Esteban Grosez S.J. (IV)
I. Desde los tres años de edad, es decir, lo más pronto que puede, María se consagra al servicio del Señor. Sus padres la ofrecen con gusto a Aquél que se las había concedido accediendo a sus plegarias. ¡Dichosos los que desde tierna edad comienzan a servir a Dios! ¿Qué esperas tú para darte a Dios? Dale todo lo que tengas; nada perderás en el cambio, porque Él se dará a ti enteramente. Es un cambio ventajoso abandonar todo por un bien que es superior a todo (San Bernardo)
II. María, en este día, ofrece al Señor todo lo que tiene, todo lo que puede hacer, y todo lo que es; en una palabra, se da a Él sin reserva. ¿Imitas a María, tú que das a Dios una partícula de tu corazón y que lo reservas por entero para el mundo y para ti mismo? Quieres dividir tu corazón entre las creaturas y Dios; es imposible. ¡Señor, es tardar demasiado no darme a un Señor tan bueno! Os ofrezco mi cuerpo y mi alma, todo lo que tengo, todo lo que puedo y todo lo que soy.
III. María se consagra para siempre al servicio de Dios, y si sale del Templo es solamente porque Ella es el templo vivo en que debe habitar Jesús. ¿No es verdad acaso que te has presentado alguna vez a Dios para servirlo? Pero, cobarde de ti, pronto te has cansado de servir a un Señor tan bueno: te has retractado, con tus acciones, de la promesa que le habías hecho! Virgen Santa, preséntame a tu Hijo muy amado; quiero ser todo de Él hasta el fin de mi vida. En un cristiano, no es el comienzo, sino el fin lo que merece elogios (San Jerónimo).
[1] Breviario Romano, Oficio Matutino en la Presentación de María en el Templo
[2] San Agustín, Sermón 25, 7-8