Inmaculada Concepción de María

8 de diciembre

Solemnidad

-Gn 3, 9-15.20. Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer.

-Sal 97. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

-Ef 1, 3-6.11-12. Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo.

†Lc 1, 26-38. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Que hermoso es contemplar la grandeza y la bondad de nuestro Creador, Él dispuso un plan de salvación para la humanidad, Él ha querido hacernos partícipes de la gloria del cielo, Él ha querido hacerse hombre como nosotros para llevarnos hacia sí. Y es en esa historia de salvación que previó a María santísima, la quiso preservar desde su concepción de toda mancha para prepararse una morada digna en la cual habitar, Él hizo de ella una morada inmaculada, que resplandece como un faro colmada de esplendor y santidad iluminándonos el camino, recordándonos la misericordia del Padre de la cual gozó ella desde antes de ser concebida pues el pecado no la tocó, gozó de los frutos de la redención en preparación a la llegada del redentor. Ella nos recuerda la altura y belleza de la vocación a la cual hemos sido llamados “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.” (Ef 1, 4)

Dichosa nuestra Buena Madre que gozó de este privilegio santo, dichosos nosotros también ya ella fue preparada así para ser la madre de aquel que habría de salvarnos, misterio sublime el de la comunión de los santos y que elimina cualquier egoísmo porque aquí como familia e Iglesia de Dios nos gozamos en saber que el bien de uno es bien para todos.

«A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María «llena de gracia» por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: «… la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS 2803).

Esta «resplandeciente santidad del todo singular» de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha «bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1,4).»[1]

Al recordar a la Inmaculada hacemos memoria que Dios ha hecho maravillas por su Pueblo, ha hecho maravillas también por nosotros, ella ciertamente resplandece por la belleza original de quien se encuentra libre de pecado, ella colmada de la gracia de Dios se convierte en arca de la nueva alianza que habría de contener no ya las tablas de la ley sino a la mismísima Palabra de Dios hecha hombre como diría san Juan en el prólogo “y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”.

El Señor también quiere embellecer nuestras vidas, también quiere que acojamos su Palabra y la custodiemos en nuestro interior, María santísima es imagen y figura de la Iglesia, lo que ha hecho en ella busca realizarlo también la segunda, la Purísima busca recordarnos que el combate espiritual del cristiano es en el fondo un proceso de purificación, llegar a liberarnos del peso de aquello que nos impide elevarnos a las grandezas del amor de Dios para el cual hemos sido creados y redimidos, esta purificación no es otra cosa sino disponernos a la acción de la gracia, vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Dios.

«Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez curados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada»[2]

Que el Señor nos conceda por intercesión de la Inmaculada Virgen María el sabernos disponernos a la acción de su gracia, para que al contemplar su belleza y santidad nos alegremos y recordemos de la grandeza de la vocación a la cual hemos sido llamados.

IMG: «Inmaculada» de Murillo

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n.491-492

[2] San Agustín, De natura et gratia, 31