Gozo y paz

Jueves de la octava de pascua

  • Hch 3, 11-26. Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
  • Sal 8. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
  • Lc 24, 35-48. Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

El milagro de curación del cojo de nacimiento nos recuerda aquella expresión que ya utilizase Jesús cuando curó un ciego de nacimiento en aquella ocasión le preguntaban ¿por que este padece esta dolencia? A lo que respondió con certeza “Para que se manifieste la gloria de Dios”.

Sí, este hombre que durante muchos años había sufrido la enfermedad, las incomprensiones de la gente que según la mentalidad de la época lo mirarían como un maldito y desdichado, recordemos que la enfermedad era asociada a la impureza y el pecado, este que tantas veces ha de haber sido ignorado por tantos que ya ni siquiera alzaba la cabeza cuando pedía limosna, este hombre descartado por la sociedad, se convierte en ocasión de la manifestación de la gloria del Nombre que esta sobre todo nombre, Jesucristo, nuestro Dios y Señor.

El discurso de san Pedro, cabeza de los apóstoles, lleva a sus oyentes a encontrar como causa del milagro a penas obrado, no las propias fuerzas o facultades, sino la fe en Jesús de Nazareth, les hace descubrir al Mesías de Israel en aquel que hace pocos días había sido crucificado a las afueras de Jerusalén. Se anuncia como en Él se cumplieron las profecías de la antigüedad así como también se proclama el motivo de su pasión y muerte, los pecados de los hombres, y con toda firmeza se da testimonio de su gloriosa resurrección.

De este modo se ha preparado el terreno para que el apóstol haga suyas las palabras con las que el Salvador del mundo comenzó todo su ministerio público, san Pedro comienza a invitar a la conversión del corazón para el perdón de los pecados.

También nosotros podríamos descubrir en nuestra historia como el Espíritu Santo ha suscitado diversas ocasiones para presentarnos el mensaje de la salvación, como de muchas formas ha querido que, contemplando la gloria de Dios, descubras a Cristo vivo que pasa por tu vida a través de la palabra profética de su Iglesia, ¿cómo hemos reaccionado cuando se han presentado esos caso? ¿hemos sabido reconocer el paso del Señor? ¿Hemos escuchado su voz o quizás somos más prestos a endurecer el corazón? ¿nos quedamos superficialmente en los acontecimientos extraordinarios o sabemos reconocer en ellos un encuentro con Dios que me llama la conversión?

Por su parte el Santo Evangelio nos presenta la aparición del Señor resucitado a sus discípulos, sorprendidos ciertamente dudan al inicio, no saben como reaccionar, es entonces que Jesús les invita darse cuenta que no es un fantasma, que su cuerpo es real, e incluso come con ellos como una señal de esto.

Dos características importantes de la pascua del Señor que podríamos meditar en esta ocasión podría ser como el primer don que nos otorga el resucitado es el de la paz, siempre saluda “La paz sea con ustedes” esta paz les lleva a combatir el temor, un temor que nacía de la tristeza, de la turbación del corazón a causa de los acontecimientos que se había vivido en Jerusalén. Cristo resucitado con su presencia disipa toda tiniebla del corazón, lleva a comprender como su pasión y muerte, son necesarias para poder llegar a la gloria de la resurrección.

Al contemplar a Jesús vivo en medio de sus primeros discípulos no debemos olvidar que también sigue vivo en medio de nosotros, Él no se ha desentendido de su Iglesia, y continúa a transmitirnos la paz que desde antiguo a irradiado a aquellos que se acogen a Él. La verdadera paz del corazón es fruto del encuentro con el Resucitado, puesto que en Él descubrimos que la muerte, el pecado, el mal, el enemigo, no tienen la última palabra. Así cuando como discípulos suyos asumismo nuestra cruz de cada día, hacemos penitencia y sobrellevamos pacientemente las situaciones adversas, lo que hacemos es incorporarnos a Cristo en su pasión con la confianza de que sabemos que Él ya ha vencido y nosotros vecemos con Él. El resucitado nos llena de la verdadera paz.

En segundo lugar, la pascua es un tiempo de alegría, es propio de este tiempo llenarnos de gozo en el Señor, de contemplar a nuestro Amado lleno de vida, e irradiando vida, la muerte no pudo retenerlo, su amor fue más grande que nuestro rechazo por el pecado, Cristo ha triunfado, con razón el pregón pascual en latín es llamado según sus primeras palabras “Exultet”, sí toda la Iglesia exulta de alegría, los cielos cantan la gloria del Señor, y las criaturas contemplan a aquel que no pudo ser contenido por el sepulcro. Esta alegría, no es una euforia sin sentido, sino que es la antesala del gozo que un día viviremos cuando junto a los ángeles y santos entremos en la bienaventuranza eterna.

Esa alegría que hoy embarga también nuestros corazones, hace que obremos en vista a ese cielo al cual aspiramos y que se nos ha abierto por medio de Cristo resucitado, esa alegría nos lleva a buscar el Bien Supremo que es el mismo Dios que nos habló en su Hijo único, pero también nos lleva a querer transmitir ese bien a nuestros hermanos, por lo que no podemos ser indiferentes ante sus realidades, la alegría tiende a difundirse, la alegría debe contagiarse, la alegría del encuentro con el Resucitado debe llevarnos a transformar todo nuestro modo de pensar, de obrar, de hablar y de sentir, de modo que la pascua de Jesús, sea también pascua nuestra.

“Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces repetido por Jesús resucitado, cuando se apareció a sus discípulos reunidos en la sala alta, por miedo a los judíos (Jn 20,19). En aquella época, este saludo era habitual, pero en las circunstancias en que fue pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os acordáis de las palabras: «Paz a vosotros». Un saludo que resonaba en Navidad: “Paz en la tierra” (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa efectiva del reino mesiánico (Jn 14,27). Pero ahora es comunicado como una realidad que toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente: la paz de Cristo victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y remotas de los efectos terribles y desconocidos de la muerte.

Jesús resucitado anuncia pues, y funda la paz en el alma descarriada de sus discípulos… Es la paz del Señor, entendida en su significación primera, personal, interior, aquella que Pablo enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos (Gal 5,22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?… La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, incluso en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la esperanza…en los momentos en que la desesperación parece vencernos…. Es el primer don del resucitado, el sacramento de un perdón que resucita (Jn 20,23).”

San Pablo VI, 09 de abril de 1975

En este día Jesús quiero llenarme del gozo de tu palabra que es buena nueva de salvación para mi historia, quiero encontrarme contigo, el que vive en medio de nosotros, quiero vivir contigo, vivir para ti, vivir en ti, para realmente entrar en la paz que viene de lo alto.

No más tranquilidades aparente del corazón, no Jesús, yo no quiero la falsa paz que viene de la indiferencia ante las realidades que me rodean, yo no quiero la falsa paz de una conciencia adormecida, yo no quiero la falsa paz de una actitud relativista de la verdad, yo anhelo paz que viene del encuentro contigo que era la verdad misma, yo quiero la paz que viene de reconocer tu triunfo sobre las fuerzas del pecado y de la muerte, yo quiero la paz que gozan aquellos que descansan en ti.

IMG: «Curación del cojo» en el monasterio de Decani

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