Amor: la fuerza del testigo

Viernes – octava de pascua

• Hch 4, 1-12. No hay salvación en ningún otro.
• Sal 117. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
• Jn 21, 1-14. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

La persecución ha sido parte de la vida de la Iglesia desde sus inicios, Pedro y Juan fueron apresados al ser considerados una amenaza al anunciar el Evangelio. Entre los ejecutores de tal operación encontramos particularmente a los saduceos, quienes negaban la resurrección de los muertos, y ellos estaban anunciando que Jesús había resucitado; también están los sacerdotes del templo, puesto que ellos estaban enseñando al Pueblo cuando en principio no eran los autorizados para hacerlo.

Ante el Sanedrín,Pedro y Juan anuncian sin titubear y públicamente bajo que autoridad y el poder había sucedido el milagro de sanación del cojo, Jesucristo, que recientemente había sido condenado a muerte en Cruz a pesar que había sido considerado inocente por los oficiales romanos, que lo habían avalado para complacer a los jefes locales. Este Jesús resucitó tres días después y ellos eran testigos de ello.

Lo que es más sorprendente es como pronuncian un discurso tan articulado y lleno de sabiduría, el autor de los Hechos de los apóstoles adjudica esto a la acción del Espíritu Santo en ellos. Así la palabra de Cristo se cumple, pues había dicho que no habrían de temer puesto que en el momento de persecución les sería inspirado que habrían de decir.Al final, su amor por Cristo les permite recibir la acción del Espíritu Santo. Y hemos de recordar que todo cristiano es capaz de amar a Dios porque Él mismo nos amó primero en su Hijo Unigénito Jesucristo, por eso no tememos anunciarlo y proclamarlo al mundo, por eso al igual que Pedro lo confesamos como nuestro salvador.

«El redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia. (…) Dios ha entrado en la historia de la humanidad y, en cuanto hombre, se ha convertido en sujeto suyo, uno de los millones y millones, y al mismo tiempo Único. A través de la encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva — de modo peculiar a Él solo, según su eterno amor y su misericordia, con toda la libertad divina— y, a la vez, con una magnificencia que, frente al pecado original y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con estupor las palabras de la sagrada liturgia: ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!»

San Juan Pablo II, Redemptor hominis n.1

Por otro lado vemos como el Evangelio de hoy es una de las narraciones más preciosas de la dinámica del amor. Si en la primera lectura mirabamos la valentía de su testimonio, el Evangelio nos hace ver el origen de aquella fuerza que les impulsaba: Cristo les amó primero.

El solo pensar lo que habrán experimentado los apóstoles cuando escucharon las palabras de Jesús, de seguro evocó aquellos momentos en que fueron llamados por primera vez a seguirle, cuando también se había presentado frente a ellos indicándoles donde arrojar la red, cuando contemplaron su poder al ver la gran cantidad de peces, cuando escucharon aquella voz que les invitó a estar con Él.

El amor hizo que el discípulo amado reconociése a Jesús en la distancia, «es el Señor» gritaría, palabras llenas de ternura y emoción de un corazón que se encuentra en la presencia del objeto, o mejor dicho sujeto de su amor. Pedro tampoco se queda atrás, al oír a Juan cree y se lanza al agua, se pone inmediatamente en camino al encuentro de Jesús y estar en su presencia.


«El discípulo que Jesús amaba le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!» Aquel que es amado será el primero en ver; el amor provee una visión más aguda de todas las cosas; aquel que ama siempre sentirá de modo más vivaz… ¿Qué dificultad convierte el espíritu de Pedro en un espíritu tardo, y le impide ser el primero en reconocer a Jesús, como antes lo había hecho? ¿Dónde está ese singular testimonio que le hacía gritar: «Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo»? (Mt 16,16) ¿Dónde está? Pedro estaba en casa de Caifás, el gran sacerdote, donde había escuchado sin pena el cuchicheo de una sirvienta, pero tardó en reconocer a su Señor.

«Cuando él escucho que era el Señor, se puso su túnica, porque no tenía nada puesto». ¡Lo cual es muy extraño, hermanos!… Pedro entra sin vestimenta a la barca, ¡y se lanza completamente vestido al mar!… El culpable siempre mira hacia otro lado para ocultarse. De ese modo, como Adán, hoy Pedro desea cubrir su desnudez por su fallo; ambos, antes de pecar, no estaban vestidos más que con una desnudez santa. «Él se pone su túnica y se lanza al mar». Esperaba que el mar lavara esa sórdida vestimenta que era la traición. Él se lanzó al mar porque quería ser el primero en regresar; él, a quien las más grandes responsabilidades habían sido confiadas (Mt 16,18s). Se ciñó su túnica porque debía ceñirse al combate del martirio, según las palabras del Señor: «Alguien más te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Jn 21,18)…

Los otros vinieron con la barca, arrastrando su red llena de pescado. Con gran esfuerzo entre ellos llevan una Iglesia que fue arrojada a los vientos del mundo. La misma Iglesia que estos hombres llevan en la red del Evangelio con dirección a la luz del cielo, y a la que arrancaron de los abismos para conducirla más cerca del Señor.

San Pedro Crisólogo, Sermón: No tenían nada, aún no tenían a Cristo, 78: PL 52, 420


Oh Jesús que hermoso momento pasaste con tus discípulos, no reclamas traiciones ni abandono, no reclamas insensatez y miedo, sino que simplemente los buscas como al inicio, los buscas para que estén junto a ti, simplemente para estar. Que sería aquel día a la orilla del lago, un trato familiar, un encuentro de amigos, un amor que ve y reconoce con entusiasmo a su Amado, un amor que escucha y se lanza al mar con tal de alcanzar aquella perla preciosa, un amor que se esfuerza por recoger el fruto de la labor, un amor que espera a los que han bregado por mucho tiempo con un fuego calido y acogedor.

Aquel día en la playa del lago de Galilea, no hay riñas, ni rencores, ni enemistades, no hay tristeza, ni soledad, no hay angustias, sólo hay amor, sólo hay alegría, sólo hay sosiego, puesto que estan con el Señor. Jesús, yo quiero disfrutar de ese estar contigo como los discípulos en aquella ocasión, quiero estar junto a ti.

Como Juan el joven apóstol, cuya pureza nos recuerda la tradición, yo también quiero tener un corazón puro y una mirada pura, una mirada que sepa reconocerte en cada circunstancia de mi vida; como Pedro también quiero lanzarme en tu búsqueda, ya no perder más tiempo, con un amor que se pone en camino para ir detrás de ti, aún y cuando en el pasado te pude haber fallado, ya no más Jesús.

Con todos los discípulos quiero estar contigo juntos en la playa, como Iglesia amado Jesús, quiero vivir contigo para siempre, descansar en la orilla, cuando llegue aquella mañana en que me llames a tu presencia, cuando el sol alumbre con más intensidad, cuando amanezca la aurora que no conocerá el ocaso, cuando finalmente Jesús me llames al banquete del reino y escuche con los ángeles y los santos aquella voz que dice «vengan a comer».

IMG: Icono que representa la tercera aparición de Jesús, originalmente se encuentra la Iglesia ortodoxa de Saint Michael, en Lousville, Kentucky.