Entregándonos al amor

En vísperas del Domingo de la Divina Misericordia propongo una breve meditación de la «Ofrenda al amor misericordioso» que hizo santa Teresa de Lisieux, bajo la mirada de la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús.

De entre las oraciones de santa Teresa de Liseux, la más representativa ciertamente es la “Ofrenda al amor misericordioso”, a continuación, presentamos una lectura a la luz de la espiritualidad del Sagrado Corazón de dicha oración, esta espiritualidad tiene por fundamento expresar el Amor de Dios que se ha manifestado a la humanidad en su Hijo único, el Corazón de Jesús es el símbolo del amor con el que nos ha amado y que busca ser correspondido, por lo que la ofrenda que hace santa Teresita es sin duda uno de los más grandes tributos y una de las expresiones más sublimes que se pueden hacer a este Corazón Santísimo.

Comencemos nuestra meditación:

¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando a las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, y te pido, Dios mío, que Tú mismo seas mi santidad.

En este primer parráfo podríamos decir que encontramos el leit motiv que debería guiar a un alma que ha encontrado la Caridad de Dios en el Corazón de Cristo, amar a la Santísima Trinidad y hacerla amar, ¿de qué otro modo podría traducirse mejor a la luz del Amor el mandato misionero de Jesús al final del Evangelio de san Mateo?

La espiritualidad del Sagrado Corazón no puede entenderse sin su dimensión eclesial, pues el corazón de Cristo es el órgano vital de su Cuerpo Místico, lejos de un intimismo, en esta oración de santa Teresa vemos todo su despliegue misionero que se extiende en su universalidad hasta el purgatorio.

En el corazón de Cristo somos testigos de la unión de su voluntad humana a su voluntad Divina, y según un principio teológico aquello que en Él se realizó por naturaleza en nosotros se realiza por gracia, lo que se realizó en la interioridad de Cristo al dar su sí en el Getsemaní, se debe realizar también en nuestras vidas también.

Santa Teresita quiere en todo realizar la voluntad de Dios en primer lugar para darle gloria, con una sublime sencillez expresa lo que muchos maestros de vida espiritual, el primer fin de nuestra existencia en este mundo es ser una alabanza para gloria de Dios. Todo nuestro buscar ser santos no es tanto para tener un título sino para ser una ofrenda agradable al Padre, para ser una ocasión de para que el sea conocido, amado y servido, es hacer vida aquel «Santificado sea tu Nombre» que decimos en el Padre Nuestro. Que el Señor sea ensalzado por la obra que ha cumplido en nosotros.

Santa Teresa quiere expresar la más plena y perfecta adhesión de su corazón al Corazón de Cristo, reconociendo a su vez que la santidad que desea no es sino obra de Dios, es decir, que ella confía y cree firmemente en la primacía de la gracia. La santidad no es otra cosa sino participar de la vida del Santo de los santos, que la vida de la gracia llegue a su plenitud en nosotros.

Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; te los ofrezco gustosa, y te suplico que no me mires sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón abrasado de amor.

El eje transversal de la esponsalidad con Cristo que atraviesa toda la obra de santa Teresita, viene a expresar la unión íntima que tiene con Él, hasta considerar como propio lo que es de Cristo, de modo especial sus méritos.

La suplica de ser vista sólo a través del Divino Rostro y Corazón, expresa el deseo de ese Amor Misericordioso en atención al Amor redentor del Verbo encarnado, como quien dice «deseo Tu misericordia porque Tú me has rescatado», al final no se trata de dos cosas diferentes sino de dos amores que no son sino uno en Cristo.

Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles. Y por último, te ofrezco, ¡oh santa Trinidad!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá». Por eso estoy segura de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar, tanto más haces desear. Siento en mi corazón deseos inmensos, y te pido confiadamente que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay!, no puedo recibir la sagrada Comunión con la frecuencia que deseo, pero, Señor, ¿no eres Tú todopoderoso…? Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia…

La santa de Lisieux se sabe y experimenta en plena comunión con los santos, en el Corazón de Jesús, los hombres no se han de sentir unidos por un amor meramente humano, sino que han de saberse unidos íntimamente por la Caridad teologal a los santos en el cielo, de modo especial a María santísima, es decir los cristianos estamos unidos entre nosotros (iglesia militante, purgante y triunfante) por el amor de Dios que se ha derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo.

Hacia el final del párrafo, Teresita, se vuelve hacia el tema eucarístico, el Santísimo Sacramento es concebido como el Sacramento de la Unión y de la Unidad en el cual los hombres se unen con su Dios y con sus hermanos en una unión de Amor. Consideremos al ver la Hostia o el Caliz durante la elevación después de la consagración vemos a Cristo bajo las especies del pan y del vino; a ese mismo Cristo están yendo y para Él están preparándose a través de una purificación última las almas en el purgatorio; a ese mismo Cristo contemplan y gozan las almas que están el cielo, somos un solo cuerpo que se une a su cabeza.

Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos, y te suplico que me quites la libertad de desagradarte. Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí…

La sed de reparación es otro motivo recurrente a lo largo de la vida de los santos que manifiestan una particular devoción por el Sagrado Corazón, esta en santa Teresita, toma una dimensión oblativa-purgativa, por la cual manifiesta su afán de ser totalmente transformada, como por un fuego, como en la imagen recurrente de la hoguera ardiente que es el Corazón de Jesús. De alguna manera en la ofrenda al amor misericordioso, la santa quiere amar al Señor incluso en el lugar de aquellos que no le aman, que noción tan preciosa de reparación, ella reconoce que posiblemente llegue a tropezar en el camino pero se abandona a Su amor infinito para que Él le purifique de modo que llega a transformarse en Él.

Aquí encontramos una enseñanza preciosa que ha sido transmitida de generación en generación en la fe cristiana: el amor hace semejantes a los que se aman. Si amamos las cosas de la tierra, terrenos seremos, si amamos las cosas del cielo, celestiales seremos. por ello san Pablo exhortaría a los colosenses: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.» Col 3, 1-4

Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido, y en especial por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el último día te contemplaré llena de gozo llevando el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificados los sagrados estigmas de tu Pasión…

El amor a la cruz es otra de las características esenciales de la espiritualidad del Sagrado Corazón, pues es esencial al cristianismo mismo, si dando su vida por los hombres con su muerte en cruz el Divino Maestro nos mostró su amor hasta el extremo, aquel que busca amarlo ofrendando su vida no podrá hacerlo de otro modo.

Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente.

En este párrafo encontramos la más clara manifestación de la espiritualidad del Corazón de Jesús, no sólo por la mención explícita del mismo sino por la pureza cristalina de la intención de Teresa, amar a Jesús porque es el Amor mismo, consolarlo porque no es amado. Jesús nos salva por amor, y la santa quiere colaborar con Él esta misión para que otros también lo amen.

En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío…

A tus ojos, el tiempo no es nada, y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de ti…

La conjugación entre totalidad, grandeza, pequeñez y nada parecen hacer eco a las palabras dadas a santa Catalina de Siena “Yo soy el que soy tú eres la que no eres” que se conjugan perfectamente con la doctrina de Teresa, pues la miseria del hombre atrae la misericordia de Dios. Por tanto confianza total.

A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío…

Que ese martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de ti, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso…

Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno…

María Francisca Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz
rel. carm. ind.
Fiesta de la Santísima Trinidad
El 9 de junio del año de gracia 1895

Ser mártir exige la fortaleza suprema para confesar a Cristo y ser su testigo, la máxima purificación por sangre, santa Teresita, la desea vivir por amor, confiando en la misericordia que brota del Corazón herido de Cristo, para ser elevada hasta Él en el cielo.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de que gozando de su misericordia infinita podamos configurarnos con su amor, para que através de nuestros corazones, con actitudes y comportamientos concretos, podamos llevarle por todos los rincones de la Tierra.

Nota: la imagen es una fotografía del santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, Polonia