Sábado de la octava de Pascua
- Hch 4, 13-21. No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
- Sal 117. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
- Secuencia (opcional) Ofrezcan los cristianos
- Mc 16, 9-15. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
El testimonio de san Pedro y san Juan tiene un peso fortísimo, sus palabras y sus obras no caben dentro de los esquemas de las autoridades religiosas, para ellos eran simplemente dos hombres que eran tenidos por incultos, que se dedicaban a la pesca y que eran seguidores de alterador del orden público que había sido condenado a muerte de criminal en una cruz, sin embargo la fuerza del Espíritu Santo revela otra cosa, ni siquiera los grandes conocedores y maestros de Israel son capaces de oponer resistencia a la palabra que sale de sus bocas y que es palpable a toda la población en el hombre que había sido curado.
El Espíritu Santo, el Señor y Dador de vida, de la vida eterna que Cristo nos ha ganado con su Resurrección es el que suple todo el testimonio de san Pedro y san Juan, Él los sostiene, ellos se vuelven instrumentos vivientes de la acción de Dios en medio del mundo. Esto nos debe llevar a considerar en nuestra vida ciertamente, cómo damos testimonio de la vida nueva de Cristo en nuestras realidades particulares ¿dejamos que el Espíritu Santo guíe nuestra historia, sea Él quien lleve el control?
«Ya han dado ellos su testimonio y están preparados para todo ¿Qué significa: ‘porque nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’? ¿si es falso lo que afirmamos (vienen a decir), demostradlo, pero si es verdad ¿por qué lo prohíbis?’. ¡Tal es su conducta» Los judíos se encuentran en dificultad; los aóstoles con alegría; aquéllos en una gran vergüenza , estos en libertad total; aquellos están temerosos, estos tienen confianza. ¿Quienes eran -dime- los que temían? ¿Los que decía: ‘para que no se divulge más entre el pueblo’ o los que decían ‘nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’? Además estos últimos poseían mayor gozo, libertad y alegría; mientras que aquellos otros andaban con tristeza, vergüenza y miedo, pues temían al pueblo. Los apóstoles decían lo que querían; los judíos ni siquiera hacían lo que pretendía. Así, ¿quiénes eran los que estaba atados y en peligro? ¡No eran precisamente los apóstoles!»
San Juan Crisóstomo , Homilíasa los Hechos de los Apóstoles, 10, 4
Nuestra cooperación a su obra no es cumplir simplemente un rol pasivo, sino que con el concurso de nuestra libertad, al aceptar su palabra y corresponderla con una voluntad decidida, nos disponemos como verdaderos discípulos y testigos suyos. Ciertamente todo es gracia, por nuestras solas fuerzas no resistiremos la prueba, por nuestra sola sabiduría humana no lograremos dar razón de nuestra fe, pero también hemos de reconocer que la gracia de Dios actúa mejor en una materia mejor dispuesta.
Cuando nosotros buscamos lanzarnos al combate espiritual, con ánimo confiado en el Señor, encomendando todos nuestros afanes, cuando buscamos vivir una sólida vida de virtud, cuando nos esmeramos en simplificar nuestra oración y hacer tiempo para estar a solas con Dios, cuando nos preparamos con recogimiento y devoción para participar en la celebración de los sacramentos, cuando hacemos cualquier ejercicio de mortificación o cualquier obra de misericordia, nosotros lo que vamos buscando es disponernos cada vez mejor a su gracia.
Los apóstoles pudieran haberse quedado en casa, pudieron haber seguido de largo hacia el Templo a hacer su oración como de costumbre, pero no, ellos correspondieron a la acción del Espíritu de Dios y fueron dóciles no obstante lo que habrían de sufrir, ellos sabían que era mejor obedecer a Dios que vivir bajo el miedo a los hombres. Es fácil acobardarse muchas veces cuando sabemos que seremos criticados por rezar, por hacer tiempo para estar a solas con Dios, por evitar programas de televisión o música deshonesta porque sabemos que nos pueden hacer caer en la tentación, por hablar de Dios, por decir que participo activamente en una parroquia o si quiera por llamarme cristiano a católico, pero no olvidemos el Señor da su gracia, contempla lo que pasaron los apóstoles: humillaciones, cárcel, flagelos, incomprensiones, desprecios, persecución e incluso la muerte a espada. Si eso hicieron con ellos ¿esperamos una cosa diferente nosotros?
El testimonio de Cristo tiene su fuerza en saber que hemos sido amados primero, que fue su iniciativa, que Él es el único que podía salvarnos, que Él es verdadero Dios y verdadero hombre, que Él nos ha dado una misión de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio, enseñando a otros con nuestras palabras y obras el modo de vivir de los redimidos.
En el camino habrán ciertamente dificultades y momentos difíciles, ya Jesús incluso reclamo a los once su dureza de corazón para creer, sin embargo si Él no se dio por vencido con nosotros, porque habremos nosotros de abandonarle a la primera dificultad. Dios es fiel a su palabra, si cumplió ya las promesas de la antigüedad, ¿por que dejaría de cumplir hoy su palabra?
“La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.
Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los íberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad.
En las Iglesias no dirán cosas distintas los que son buenos oradores, entre los dirigentes de la comunidad (pues nadie está por encima del Maestro), ni la escasa oratoria de otros debilitará la fuerza de la tradición, pues siendo la fe una y la misma, ni la amplía el que habla mucho ni la disminuye el que habla poco.”
San Irineo de Lyon, Adversus Haereses, I, X, 1-3
No desconfíes hermano y cree. Ponte en camino. Haz tu parte en el anuncio del Reino. Por pequeño que te parezca, ¡nada es pequeño si se hace por amor a Dios! no dudes, sigue adelante, pide consejo, sé prudente, pero camina en fe. El mandato de Jesús es para todos, ir y anunciar la Buena Nueva no es opción para el Cristiano, es una necesidad de amor.
¿Cómo no dar a conocer a Aquel nos amó hasta el punto de morir en Cruz para rescatarnos del pecado y la muerte y hacernos gozar de la vida eterna? ¿cómo no dar a conocer al que nos ha amado aún y cuando nosotros nos comportabamos como sus enemigos? ¿cómo no anunciar esta gran misericordia a aquel que se encuentra atribulado y abatido cuando nosotros también hemos estado (y aun muchas veces estamos) así?
No temamos vivir como cristianos, la mejor catequesis y charla de evangelización fundamental que podemos dar es el testimonio de una vida coherente, de una vida según lo que Jesús nos enseña en el Sermón de la Montaña, no hace falta llenar estadios o dirigir retiros, a veces basta el procurar siempre el bien, la comunión , la edificación de todos, no como quien está en un pedestal, sino como aquel que quiere hacer un camino juntos, reconociéndo que la fe crece cuando se comunica, reconociendo que Jesús me quiere como su misionero para hacer experiencia de su amor en mi hermano.
IMG: «San Pedro y san Juan frente al Sanedrín» vitral en Saint John’s College en Cambridge