Naciendo a la vida nueva

Lunes – II semana de Pascua

  • Hch 4, 23-31. Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios.
  • Sal 2. Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
  • Jn 3, 1-8. El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

Continuamos a meditar la experiencia de san Juan y san Pedro luego de haber sido apresados y cuestionados por anunciar el Nombre de Cristo. La actitud de los apóstoles y de toda la comunidad reunida es ejemplar, habiendo sido tratados como criminales ellos no se acobardan ni se echan para atrás, al contrario toman mayor fuerza y suplican al Señor les ayude a desarrollar la misión que les ha confiado, saben tener una mirada de fe, puesto que los vemos ahora reinterpretar las Escrituras llegando a vislumbrar su sentido pleno, ellas han hablado de Jesús, todas las profecías tienen su cumplimiento en Él.

En este gesto vemos cómo los apóstoles con humildad son conscientes que todo es gracia, anunciar la verdad de Jesús al mundo no sería tarea fácil, los anuncios que Cristo había hecho sobre su persecución no tardan en cumplirse, por lo que ellos se abocan a clamar al Espíritu Santo para poder perseverar en la empresa que tienen a la mano. El Señor atiende la oración de su Iglesia y así anuncian la palabra de Dios con valentía.

“Mira la modestia de los apóstoles y su sabiduría. No alardearon marchando por todas partes ni mencionaron cómo habían refutado a los sacerdotes, ni se envanecieron con su exposición, sino que simplemente van y exponen lo que habían oído de los mismo ancianos. Aquí aprendemos que ellos mismos no se expusieron a las tentaciones, sino que sobre todo sobrellevaron también con nobleza lo que les ocasionaron. Otra persona, cualquiera que hubiera sido, animado también por la confianza de la muchedumbre, se hubiera descarado y hubiera proferido mil cosas desagradables. Pero las personas virtuosas no son así, sino que lo hacen todo civilizadamente y con moderación”

San Juan Crisóstomo, Homilías a los Hechos de los apóstoles, 11, 2

En el santo Evangelio comenzamos a meditar el encuentro entre Jesús y Nicodemo, este personaje perteneciente al grupo del Sanedrín, era un maestro de la Ley y un fariseo, es uno de aquellos hombres que reconocen la palabra llena de autoridad de Jesús, se acerca a Él de noche, probablemente por temor a ser visto por los demás y ser cuestionado, él toma sus precauciones de los demás, quizás halla un poco de respetos humanos en su corazón todavía, pero sabe que en Jesús hay algo fuera de la común, y es capaz de descubrir que Dios está con Él.

En este diálogo veremos con Jesús comienza a hablar de un nuevo nacimiento, una nacimiento a una vida diferente, a una vida según el Espíritu, a una vida realmente espiritual. Jesús no predica solamente una nueva forma de vivir como un código de conductas morales, sino una nueva vida que es una participación en la vida que viene de lo alto, es una vida espiritual, es una vida que viene de Dios.

Esta vida nueva a la que se nace por el agua y el Espíritu ha sido interpretado en la Iglesia a la luz del sacramento del Bautismo, por el cual nacemos a la vida de hijos de Dios

“Con [el sacramento del Bautismo] el hombre se convierte realmente en hijo, en hijo de Dios. Desde ese momento el fin de su existencia consiste en alcanzar de manera libre y consciente aquello que desde el inicio era y es el destino del hombre. «Conviértete en lo que eres», constituye el principio educativo básico de la persona humana redimida por la gracia. Este principio tiene muchas analogías con el crecimiento humano, en el que la relación de los padres con los hijos pasa, a través de alejamientos y crisis, de la dependencia total a la conciencia de ser hijo, al agradecimiento por el don de la vida recibida, y a la madurez y la capacidad de dar la vida. Engendrado por el Bautismo a una nueva vida, también el cristiano comienza su camino de crecimiento en la fe que lo llevará a invocar conscientemente a Dios como «Abbá – Padre», a dirigirse a él con gratitud y a vivir la alegría de ser su hijo.”

Benedicto XVI, Angelus, 10 de enero 2010

Que el Señor nos conceda la gracia en este tiempo de pascua de meditar sobre nuestra realidad de bautizados, de hijos de Dios, para que dándonos cuenta del don que hemos recibido vivamos coherentemente con él animados por el Espíritu Santo y hace demos testimonio de las maravillas que Dios hace en la vida de los hombres.

IMG: «Jesús y Nicodemo» de Crijn Hendricksz Volmarijn