Jueves – III semana de Pascua
• Hch 8, 26-40. Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?
• Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera.
• Jn 6, 44-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
Una vida según el Espíritu, este parece ser uno de los mensajes de la lectura que hemos venido haciendo a lo largo de estos días en los los Hechos de los Apóstoles. Observar como Felipe es movido por Él para ir al encuentro del funcionario real nos puede hacer reflexionaren cómo hemos estado viviendo nosotros nuestra relación con la tercera persona de la Santísima Trinidad.
En los Hechos vemos como es el Espíritu Santo quien impulsa la predicación apostólica hasta testimoniar con valor a Jesucristo, llevó a los primeros cristianos a dar la vida por Él, como el caso de san Esteban; e incluso el Oficio de Lectura de este día en esta misma línea también nos presenta el encuentro entre Cornelio y Pedro, también suscitado por el Espíritu.
¿Sabemos nosotros reconocer su voz? esas mociones interiores que suscita en nosotros para vivir más plenamente la comunión con la Trinidad santísima. El Espíritu Santo establece esos lazos de amor con los cuáles somos llevados por Jesús a la unión con el Padre, el cual ha querido llevarnos hacia sí para que gocemos de esa vida divina.
Es precioso considerar el modo en que Dios obra habitualmente en nuestra historia, como Padre amoros el sale a nuestro encuentro y nos colma de abundantes dones, nos bendice, nos hace experimentar su amor, de un modo especial el Espíritu Santo nos va conduciendo en estas vías del Señor y nos abre el corazón para escuchar su Palabra, que nos ha hablado en Jesucristo, Él nos revela al Padre y nos enseña la vocación altísima para la cual fuimos creados, ser hijos suyos, más aún, no sólo enseña sino que Él nos hace partícipes de la vida divina a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, cuyos efectos hemos comenzado a gozar por la fe en Él el día que fuimos bautizados.
Pensemos en el ejemplo del Eunuco, un alto funcionario que iba de camino meditando la Escritura, cuanta bondad había manifestado ya Dios por él que sin ser parte del Pueblo de Israel le concedía la gracia de conocerle, su corazón había sido preparado por el Señor puesto que ¿de qué otro modo se explicaría que un alto funcionario pidiera a un hombre que ha encontrado a un lado del camino que venga y le explique algo? Dios venía preparando un corazón humilde en él, y así fue como gozó de la gracia de ser introducido en las aguas de la salvación por el Bautismo.
«El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe. La conversión es un don de Dios, obra de la Trinidad; es el Espíritu que abre las puertas de los corazones, a fin de que los hombres puedan creer en el Señor y « confesarlo » (cf. 1 Cor 12, 3). De quien se acerca a él por la fe, Jesús dice: « Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae » (Jn 6, 44).
La conversión se expresa desde el principio con una fe total y radical, que no pone límites ni obstáculos al don de Dios. Al mismo tiempo, sin embargo, determina un proceso dinámico y permanente que dura toda la existencia, exigiendo un esfuerzo continuo por pasar de la vida « según la carne » a la « vida según el Espíritu (cf. Rom 8, 3-13). La conversión significa aceptar, con decisión personal, la soberanía de Cristo y hacerse discípulos suyos.
La Iglesia llama a todos a esta conversión, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista que preparaba los caminos hacia Cristo, « proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados » (Mc 1, 4), y los caminos de Cristo mismo, el cual, « después que Juan fue entregado, marchó … a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» » (Mc 1, 14-15).
Hoy la llamada a la conversión, que los misioneros dirigen a los no cristianos, se pone en tela de juicio o pasa en silencio. Se ve en ella un acto de « proselitismo »; se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a la propia religión; que basta formar comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Pero se olvida que toda persona tiene el derecho a escuchar la « Buena Nueva » de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación. La grandeza de este acontecimiento resuena en las palabras de Jesús a la Samaritana: « Si conocieras el don de Dios » y en el deseo inconsciente, pero ardiente de la mujer: « Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed » (Jn 4,10.15).»
San Juan Pablo II, Redemptoris Missio n.46
Ahora bien queridos hermanos, si consideramos el Evangelio y las palabras que Cristo nos habla acerca de cómo el Padre es el que nos ha querido llevar a Jesús, cómo Jesús nos ha revelado al Padre, cómo nuestro buen Dios ha querido hacerse Pan de Vida para que gocemos de Él, al contemplar estas cosas no podemos sino concluir como la Eucaristía es para nosotros el amor de Dios que nos alimenta, es el amor de Dios que nos da la vida eterna, ¡Que gran bendición!
Parece que la oración colecta encierra de un modo maravilloso todas estas enseñanzas en una súplica preciosa: «Dios todopoderos y eterno, concédenos aprovechar bien los dones de tu bondad en estos días en que, por gracia tuya, la hemos experiementado más plenamente, para que, libres de las tinieblas del error, nos hagas estar adheridos firmemente a tu verdad»
Roguemos al Señor en este día nos conceda la gracia de poder descubir la p presencia de su Santo Espíritu en nuestras vidas para que movidos por el amor podamos irnos configurarnos más plenamente con Jesús.
Nota: Felipe bautizando al Eunuco, pintura de Rembrandt.