Jueves – IV semana de Pascua
- Hch 13, 13-25. Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús.
- Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
- Jn 13, 16-20. El que recibe a quien yo envíe me recibe a mí.
San Pablo comienza el ministerio de la predicación en Asia Menor en la sinagoga de Antioquia de Pisidia, como es costumbre la reunión comenzaba con la proclamación del Shemá, una proclamación de la fe de Israel, luego se pasaba a la lectura de un texto de la Ley o de los Profetas, realizado este acto, el jefe de la sinagoga invitaba a algunos de los presentes a hacer algún comentario, siendo Pablo y Bernabé unos peregrinos les es concedida la palabra.
El discurso de Pablo es hermosamente entretejido, de hecho es el primer discurso propiamente dicho que nos transmite san Lucas, y según los expertos en Sagrada Escritura pasará a ser constituido en una especie de modelo para los que habría de pronunciar más adelante. El texto se divide en tres partes, que contemplaremos en los próximos tres días, hoy nos concentramos en la primera.
El Apóstol proclama las bondades del Señor a lo largo de la historia de la salvación, esta era una manera de ganarse a su auditorio, es lo que se llama la captatio benevolentiae. San Pablo presenta la venida del mesías como quien proclama las maravillas que Dios hace por su Pueblo, la bendición del Señor se hace presente en su Ungido, así como se hizo manifiesto en David, es en ese contexto que él presenta la llegada de Jesús, con la proclamación de su nombre el apóstol proclama la fidelidad y misericordia del Señor que cumple sus promesas “Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús.” (Hch 13, 23)
El santo Evangelio, desde hoy hasta el final de la Pascua nos presentara las palabras que Jesús en la Última Cena según san Juan. Escuchamos en esta ocasión las que pronunciase luego del lavatorio de los pies, después de haber dado aquel gran signo de humildad y de servicio, el Señor les recuerda que no sólo han de imitarle como verdaderos discípulos, sino que son su enviados: Cristo y su palabra se hace presente en sus discípulos.
Su destino será como el del Maestro, y en efecto veremos que como Él también ellos sufrirán a causa de la Buena Nueva, ¿cómo esperar seguir un evangelio de la prosperidad terrena, como tanto se predica en algunos lugares hoy en día, cuando vemos que el camino que conduce al cielo pasa por la Cruz? ¿cómo esperar aplausos y reconocimientos cuando a Jesús de los 10 leprosos curados solo 1 regreso a darle gracias? Es imitando la obediencia de Cristo, que nosotros encontraremos el gozo verdadero, el gozo que viene de haber hecho la voluntad del Padre, de haber salido de nosotros mismos para unirnos a Él, de haber amado como Él ama. “Dichosos ustedes si lo ponen en práctica” (Jn 13, 17).
Este es el punto de partida de la Última Cena, una vida entregada a los demás, esta es la dicha del Maestro, esta también será la dicha del discípulo, en el servicio ordinario de cada día que prestamos a nuestros hermanos, nuestras relaciones con los compañeros de trabajo, con los amigos, con la familia, todo puede ponerse en clave de servicio cuando se hace por amor, más aún cuando se hace por amor a Dios. Habrán ciertamente momentos de turbación como los tuvo el Señor ante la traición de Judas, pero esto no lo detiene a la hora de dar su vida cumpliendo la voluntad del Padre, por lo que tampoco sus discípulos deberían detenerse al enfrentar la adversidad, antes bien, la adversidad será el crisol donde se mostrará su temple, donde la misión de amar en la dimensión de la cruz se habrá de cumplir con la esperanza de la dicha eterna.
Que al contemplar los ejemplos de los primeros misioneros como Pablo y Bernabé, también nosotros podamos ir al encuentro del hermano, anunciando el amor de Dios que se ha hecho hombre en Cristo Jesús, anuncio que estamos llamados a hacer como aquel que esta al servicio del amor, al servicio del Evangelio.
IMG: Escultura de san Pablo en la Basilica de san Juan de Letrán