El verdadero prodigio

Martes – VI semana de Pascua

• Hch 16, 22-34. Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.
• Sal 137. Tu derecha me salva, Señor.
• Jn 16, 5-11. Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito

“Más vale hombre paciente que valiente, mejor dominarse a sí mismo que conquistar ciudades” (Pro 16, 32) es uno de los proverbios del antiguo Israel con el cual se reconoce el gran valor que tiene el hombre que lejos de actuar lleno de precipitación y soberbia prefiere optar por la vía de la humildad y la templanza. La actitud de Pablo y Silas parece evocar la sabiduría de estos grandes misioneros que supieron hacer vida el espíritu que se encuentra en estas palabras, con su proceder no sólo se granjearon la libertad sino abrieron el camino para que el Espíritu Santo actuara en una familia entera.

Es impresionante considerar los hechos que se sobrevinieron sobre estos grandes discípulos-misioneros. Tal y como lo había predicho el Señor, ellos se encontraron con diversos tipos de sufrimientos a lo largo de su misión, fueron perseguidos por anunciar a Cristo, consideremos queridos hermanos que fueron privados del decoro y la modestia de sus vestiduras, fueron desnudados, y si esto fuera poco, luego dice la Escritura les azotaron, y específicará, el autor “mucho”, atentaron contra su dignidad, luego atentaron contra sus cuerpos e incluso atentaron contra su libertad, puesto que los metieron a la cárcel y les aseguraron los pies en el cepo.

Frente a todo esto ¿cuál fue su actitud? ¿se quejaron? ¿Resongaron? ¿Insultaron? ¿opusieron resistencia? Nada de esto menciona la palabra, pero sí menciona que a medianoche, Pablo y Silas “estaban en oración, cantando himnos al Señor” en medio de la persecución, en medio del sufrimiento, en medio de una situación que a cualquiera lo llenaría de tristeza y angustia, ellos alababan al Señor, ¡qué gran lección! En medio del dolor seguían misionando, pues dice la palabra que “los otros presos les escuchaban”

Es más, no obstante el gran prodigio que se obró en la cárcel con el terremoto, la apertura de las celdas y soltura de los cadenas, ellos con humildad y paciencia no se precipitaron a huir o atacar a sus carceleros, sino que aguardaron a que se obrar el prodigio mayor, la conversión del que vigilaba su prisión. Pablo y Silas realmente amaron a su enemigos, pues al ver que estaba por suicidarse le dijeron “no te hagas daño”, y la fuerza del amor obró el gran milagro de ablandar un corazón haciéndolo disponible para acoger la Buena Nueva, pues dijo el carcelero “¿Qué debo hacer para salvarme? Éste es el verdadero milagro, el verdadero prodigio, la gran hazaña que nos narra hoy la Liturgia de la Palabra.

Pablo y Silas “le explicaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa”, la salvación ha llegado a una familia entera, Pablo y Silas vencieron el mal a fuerza de bien, con su humildad y templanza hicieron de una ocasión de muerte una ocasión de vida, éste hombre expió su pecado al lavar las heridas de aquellos a los que había hecho mal atentando contra sus vidas, y a cambio recibió el lavacro que le daría la vida verdadera a él y a los suyos.

El salmista decía hoy “De todo corazón te damos gracias, porque escuchaste nuestros ruegos…te damos gracias por tu lealtad y por tu amor, siempre que te invocamos nos oíste y nos llenaste de valor” en labios de quien podríamos poner estas palabras ¿en las de Pablo y Silas? O ¿quizás convendría más ponerlas en el corazón sediento de Dios y de vida eterna de aquel hombre y su familia que recibieron la gracia del Bautismo aquella noche?

¡Cuánto victorias podría tener Cristo en nuestras vidas y la de nuestros hermanos si nos déjase guiar por su Palabra! ¡Cuánto podríamos ganar para Cristo con humildad y dominio de nosotros mismo! ¡Cuánto bien podría difundirse si fuésemos fieles a las enseñanza del Divino Maestro! Ya lo dice el dicho “se gana mucho más con una gota de miel que con un vaso de hiel”.

Al continuar meditando el discurso de despedida de Jesús, nos vamos preparando poco a poco para las solemnidades de la Ascensión del Señor y pentecostés, Cristo va al cielo pero no para abandonarnos sino para amarnos más en el Consolador, el Espíritu Santo, y comenzar una relación más profunda e íntima con Él gracias a la don de la fe que nos ha dado.

San Beda el venerable contemplando la triple sentencia de la que habla Cristo en el Evangelio de hoy nos dice “Crean los hombres en Cristo para que no sean acusados del pecado de su infidelidad, por el que se priva de todos los bienes. Entren en el número de los fieles para que no sean acusados por la justicia de estos, al no imitar a los que han sido justificados. Eviten el juicio futuro para no ser juzgados con el príncipe del mundo al que imitarlo después de haber sido juzgado” El Espíritu Santo viene y denuncia la incredulidad de los que oponen resistencia al Señor; restablece la justicia, puesto que Cristo será exaltado a la diestra del Padre; y hace un juicio sobre el maligno puesto que ya ha sido vencido por la victoria de Cristo en la Cruz.

El Espíritu Santo, aquel que realiza la obra de nuestra santificación nos ha sido dado para consuelo de nuestro corazón, Él lo conforta y fortalece para que pueda hacer frente en el combate espiritual, de Él todo cristiano obtiene la fuerza para afrontar con confianza los más grandes desafíos, es Él quien obra en nosotros haciéndonos semejantes a Cristo por el amor. Como decía el versículo del Aleluya, Él nos conduce a la verdad plena, sobre Dios y sobre lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas.

Que el Señor nos conceda la gracia de ser dóciles a la acción del su Santo Espíritu, para que fortalecidos con su amor podamos a ej. De Silas y Pablo vencer el mal a fuerza de bien y llevar a nuestros hermanos hacia una vida de comunión bella y verdadera con Cristo.

IMG: escultura de san Pablo en la Basílica de san Juan de Letrán.