Martes – VII semana de Pascua
- Hch 20, 17-27. Completo mi carrera y consumo el ministerio que recibí del Señor Jesús.
- Sal 67. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
- Jn 17, 1-11 a. Padre, glorifica a tu Hijo.
Al encontrarnos en la última semana de la Pascua nos vamos acercando también al fin de la meditación que nos propone la Iglesia de la vida de los discípulos de la primera hora, la cual encontramos en los Hechos de los apóstoles, y al final del gran discurso de despedida de Jesús en la Última Cena.
En la primera lectura contemplamos el tercer gran discurso de san Pablo que nos transmite el libro de los Hechos, los otros dos fueron el pronunciado en la sinagoga de Antioquía de Pisidia y el del Aéropago, es interesante contemplar esta realidad, Lucas nos presenta primero la palabra del apóstol ante tres tipos de audiencia, la primera fue ante los judíos, la segunda ante los paganos, y en esta ocasión contemplamos a los cristianos. Pablo convoca a los ancianos de Éfeso, convoca a los responsables de la guía de las comunidades, el discurso se entabla en tono de despedida, Pablo va a Jerusalén sabe que no volverá, y la historia lo demuestra, pues de la ciudad santa irá luego a Roma a donde sufrirá el martirio.
El apóstol se presenta como modelo para aquellos que tienen a su cargo un rol de dirección en la comunidad, no escatima detalles, se presenta como el hombre que ha sufrido, que ha trabajado, que se ha esmerado haciendo todo lo que puede por llevar a la fe a los que no creen y por llevar a vivir en su plenitud la vida de la gracia a los que sí creen. Pablo se presenta como un verdadero padre espiritual, predicando con su palabra y con su ejemplo. Podríamos decir nosotros como él respecto a nuestra familia, nuestra comunidad, o aquellos que están bajo nuestro cargo “no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharles”, son palabras fuertes, interpeladoras, porque en la comunidad cristiana todos estamos relacionados unos con otros, y aquellos que están más adelantados en la vida de fe deberían ser no sólo modelo, sino auxilio efectivo para el que viene atrás, la comunión de los santos nos exhorta a ello, pues la gracia se comunica de unos a otros.
«Es necesario que quienes gobiernan la comunidad ejerciten dignamente las actividades de dirección (…). Existe el peligro de que algunos que se ocupan de otros y les dirigen hacia la vida eterna puedan destruirse a sí mismos sin notarlo. Es necesario que quienes supervisan trabajen más que el resto, sean más humildes que quienes están bajo ellos, les ofrezcan su propia vida como un ejemplo de servicio, y consideren a los súbditos como un depósito que Dios les ha confiado»
San Gregorio de Nisa, De instituto christiano
Y aún en estos momentos inciertos para el apóstol, Él continúa presentando con su vida como se asume la adversidad, es consciente de las pruebas y sufrimientos que ha vivido y sabe que aún le falta padecer, cuanto más se acerca a la meta, la cruz resplandece con más gloria, pero la asume confiado porque sabe en manos de quien se encuentra. Para Pablo lo importante es hacer la voluntad de Dios, es cumplir con la misión que le ha sido encomendada, su único interés es anunciar el Evangelio, que de su corazón se puede decir aquella frase que se encuentra en la cima del monte de perfección del que nos habla san Juan de la Cruz: “aquí solo mora la honra y gloria de Dios”. ¿Seremos capaces nosotros de lanzarnos de la misma manera a vivir nuestra fe en la misión que se nos ha encomendado? ¿todavía creemos en una vida cristiana vivida radicalmente? ¿aún está nuestro corazón encendido por querer ser mejores para gloria de Dios? ¿aún me pregunto como me puedo disponer mejor a la gracia para que ella produzca más fruto?
«Si se trata de la virtud hemos aprendido del Apóstol mismo que la perfección de aquélla sólo tiene el límite de no tener ninguno. Este gran hombre de elevado espíritu, este divino apóstol, no deja jamás, al correr en la vía de la virtud, de tender hacia lo que está delante (Flp 3,13). Detenerse le parece peligroso. ¿Por qué? Porque todo bien, por su propia naturaleza, carece de límite y sólo está limitado por el encuentro en su contrario: así la vida por la muerte, la luz por la oscuridad, y en general cualquier bien por su opuesto. Igual que el fin de la vida es el comienzo de la muerte, así también dejar de correr en el camino de la virtud es comenzar a hacerlo en el camino del vicio»
San Gregorio de Nisa, De vita Moysis 1,5
En el santo Evangelio Jesús comienza la llamada oración sacerdotal, llega la hora de la inmolación en el ara de la Cruz, con esta plegaria Cristo ofrece al Padre el sacrificio por el cual habrá de ser glorificado. El texto podría parecernos denso, los estudiosos de la Sagrada Escritura nos dicen que podemos hablar de tres rasgos de la glorificación de Cristo, primero, en la obediencia de Cristo hasta la muerte en Cruz se manifiesta el plan de divino de salvación y por tanto se revela la gloria del Padre; segundo, Cristo a quien todos han visto y conocido como el hijo del carpintero se manifiesta como Dios, aquel que existe antes de la creación del mundo, es el eterno Hijo del Padre; tercero, se ofrece la humanidad la posibilidad de gozar la vida eterna y en esto también es glorificado Dios.
“…como decía san Ireneo, la gloria de Dios es el hombre vivo: Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei; no sólo lo es por su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» (Adversus haereses IV, 20, 7). Y ver a Dios significa ser transfigurados en él: «Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2).”
San Juan Pablo II, 5 de abril de 2000
Ya nos habría bastado que el Señor nos concediese la vida de la gracia sin embargo, sabiendo que estamos en este mundo en un largo combate, recoge en su oración también la petición de la perseverancia en ella y la unidad de sus discípulos.
Jesús llega al momento de su glorificación, a la luz de la Pascua, la oración sacerdotal se presenta como la manifestación de los deseos del Corazón de Jesús, sus últimas oraciones al Padre, sus últimas palabras a los discípulos, nos transmiten el ardor que latía en su pecho, su amor por Dios y por los hombres, le llevaron a vivir la obediencia que se expreso en el gran signo de sacrificio en la Cruz.
Al contemplar el profundo amor con el que nos ha amado, al escuchar como la Gloria de Dios y su misericordia se funden en la obediencia del Hijo, deberíamos estremecernos, pues no escatimó nada por salvarnos y hacernos partícipes de su vida divina. ¿Por qué nosotros entonces no hacemos lo mismo? ¿por qué nos reservamos “x” o “y” aspecto de “nuestras” vidas? ¿qué amarras tienen atado nuestros corazones? Al examinar mi oración a la luz de la oración de Cristo ¿qué encuentro? ¿intereses superficiales? ¿un amor desordenado hacia mí mismo, aquello que los maestros de espiritualidad llamaron frecuentemente “amor propio” que no es un reflejo de una sana autoestima sino de vano narcismo? ¿qué me hace falta para lanzarme en los brazos del Padre el ejemplo de Jesús y glorificarle con mi vida? ¿qué hace falta para arrojarme del todo al Todo?
Roguemos al Señor nos conceda la gracia en este día de que nuestros corazones se enardezcan por el santo celo de llevar un vida de santidad comprometida radicalmente con el Evangelio y que encuentre sus raíces en el profundo amor con el que nos amó Jesús, que no se reservó nada para hacer la voluntad del Padre, antes bien, se entregó por entero en el amor que no conoce límites.
IMG: «San Pablo» de Rembrandt