Dando testimonio

Viernes – VII semana de Pascua

  • Hch 25, 13b-21. De un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo.
  • Sal 102. El Señor puso en el cielo su trono.
  • Jn 21, 15-19. Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

Las palabras de Festo en la primera lectura de alguna manera vienen a resumir no sólo la causa de la condena de Pablo sino la razón de todo su ministerio, es más de toda su vida: “un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura está vivo”. Es sumamente profundo llegar a reflexionar en este punto, el apóstol es definido por el mensaje que anuncia.

¿Podríamos ser identificados también nosotros de la misma manera? ¿cuándo alguien nos ve, inmediatamente nos asocia con Cristo? ¿qué es lo que llevamos en nosotros y por lo cual somos recordados? Son estimulantes los ejemplos de estos grandes santos, nos recuerda aquellas palabras que se decían de santo Domingo de Guzmán hacia el final de su vida “sólo hablaba con Dios o de Dios”, estos grandes campeones de la fe, son recordados no tanto por los kilómetros caminados o la elocuencia de su discurso, sino por aquello que llevaban en el corazón y que se manifestaba en su obrar, los santos han sido hombres en quienes Dios ha sido glorificado.

Pablo comparecerá en diversas cortes, antes diferentes gobernantes, será acusado por varios testigos falsos, y sin embargo en todo momento continuará a anunciar el Evangelio, en todo momento será testigo de Cristo, vivirá realmente su vocación de dar testimonio del Señor.

En el santo Evangelio llegamos al final del Evangelio de san Juan, en donde contemplamos la preciosa escena de la confirmación de fe del apóstol san Pedro, quien negó tres veces, confesará tres veces, esas preciosas palabras llenas de amor “Tú lo sabes, tu sabes que amo” encierran el acto de contrición aquel que fue escogido como Pastor Universal para el cuidado del rebaño del Señor, son ellas la manifestación de un corazón que arrepentido busca volverse por entero al Señor. Y sabemos que de aquí en adelante el apóstol perseverará hasta dar su vida en Roma con el máximo testimonio de la fe, el martirio.

El ejemplo de Pedro nos alienta a volvernos al Señor no obstante pudiésemos haber fallado, la Pascua nos recuerda que la victoria de Cristo sobre la muerte, se continúa a actualizar también en nuestros corazones cada vez que nos volvemos a Dios, pues es entonces que su gracia nos vivifica, y aunque aún falta la plena manifestación de la gloria de la que seremos hecho partícipes como hijos en la resurrección al final de los tiempos, la vida eterna comienza a revelarse en nuestras almas con la práctica de las buenas obras, pues con ellas damos testimonio de Cristo.

Contemplemos las palabras con que san Agustín contempla este texto:

“Se responde a triple negación con triple confesión, para que la lengua sirva al amor no menos que al temor, y no parezca que la muerte inminente ha arrancado más palabras que la Vida presente. Sea oficio del amor apacentar el rebaño del Señor, si fue indicio de temor negar al Pastor. Quienes por afán de jactarse o dominar o enriquecerse, no por la caridad de obedecer y ayudar y agradar a Dios, apacientan las ovejas de Cristo con esta intención, la de querer que sean suyas, no de Cristo, quedan convictos de amarse a sí mismos, no a Cristo. Frente a éstos, pues, respecto a los que el Apóstol se queja de que buscan lo de ellos, no lo de Jesucristo10, está ojo avizor esta frase de Cristo, en la que se insiste tantas veces.

Efectivamente, «¿Me quieres? Apacienta mis ovejas», ¿qué otra cosa significa que si dijera: «Si me quieres, no pienses en apacentarte, sino apacienta mis ovejas como mías, no como tuyas; en ellas busca mi gloria, no la tuya; mi dominio, no el tuyo; mis ganancias, no las tuyas, para que no estés en la sociedad de esos que, amantes de sí mismos y de lo demás que se vincula con este inicio «de los males», pertenecen a los tiempos peligrosos?» En efecto, el Apóstol, tras haber dicho: «Pues los hombres serán amantes de sí mismos», a continuación ha añadido: Amadores del dinero, altaneros, soberbios, blasfemos, no obedientes a los progenitores, ingratos, criminales, irreligiosos, desamorados, detractores, incontinentes, inclementes, sin benignidad, traidores, procaces, ofuscados, amadores de los placeres más que de Dios, que tienen apariencia de piedad y, en cambio, rehúsan su eficacia11. Porque puso primeramente «amantes de sí mismos», todos estos males manan de esa fuente, por así llamarla. Con razón se dice a Pedro: «¿Me quieres?», y responde: «Te amo» y se le replica: «Apacienta mis corderos», y esto por segunda vez, esto la tercera vez, en razón de lo cual, porque incluso el Señor pregunta la última vez no «¿me quieres?», sino «¿me amas?», se muestra que amor y dilección son una sola e idéntica cosa. No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a él y, al apacentar sus ovejas, busquemos lo que es de él, no lo que es nuestro.

Por cierto, no sé de qué modo inexplicable, cualquiera que se ama a sí mismo, no a Dios, no se ama y, cualquiera que ama a Dios, no a sí mismo, precisamente ése se ama.”

San Agustín, In Ioann. 123, 5

Que el Señor nos conceda la gracia de dar testimonio de nuestra fe con un corazón sincero, con un corazón que se ha sabido amado, con un corazón que no vive ya para sí sino para dar gloria a Dios, con un corazón que a cada instante late diciendo “Señor, Tú sabes que te amo”

IMG: «san Pedro» de Rubens