Nuestro Fin Último

Solemnidad de la Santísima Trinidad

  • Ex 34, 4b-6. 8-9. Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso.
  • Salmo: Dn 3, 52-56. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
  • 2Co 13, 11-13. La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo.
  • Jn 3, 16-18. Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él.

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.” Jn 3, 16-18

En este día, queridos hermanos, quisiera nos adentrásemos en las profundidades de aquel que ha sido conocido como el misterio central de nuestra fe, quisiera invitarles a entrar en este misterio de la Santísima Trinidad, y quiero hacerlo a través del corazón de Cristo, a través del testimonio de su amor.

Las hermosas palabras del Evangelio de san Juan nos han dispuesto ya a descubrir este misterio excelso, sublime y profundo, bajo la óptica sencilla y familiar del amor. Así pues, en la medida de nuestras posibilidades, meditemos sobre la grandeza de nuestro Dios, Uno y Trino, de su amor misericordioso y de la gloria de la cual nos hace partícipes por la gracia que ha derramado en cada uno de nosotros.

Dice el Catecismo de la Iglesia: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe» (DCG 43). «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos» (DCG 47).” CEC 234

Nuestro amado Jesús, anunció numerosas veces que hay un Padre que nos ama, que hay un Padre que nos ha pensado desde toda la eternidad, que hay un Padre que busca nuestra salvación, que hay un Padre que busca colmar los anhelos más profundos de nuestro corazón, que hay un Padre que busca librarnos de la esclavitud del pecado (ponle el nombre que quieras) y de sus consecuencias para que podamos llegar a vivir a la altura de nuestra dignidad de hijos, que hay un Padre que no ha escatimado nada para hacernos gozar de su amor y de una vida de comunión plena y perfecta con Él, que hay un Padre que ofreció a su Hijo Único para que volviéramos a Él.

Jesús nos anuncia también que Él  es el enviado por el Padre, Él ha venido no sólo para ser el proclamador de una Buena Nueva, sino él mismo es la Buena Nueva de salvación de la humanidad. Nuestro Dios tan Santo y Omnipotente, quiso unir nuestra condición humana a su condición divina, y en el Hijo Unigénito del Padre se unió a nuestra carne mortal, “el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros” dice el apóstol san Juan. En Jesús Dios y el hombre entran en nueva relación, en su corazón laten el amor de Dios y el amor del hombre al unísono.

En Jesús, Hijo del Padre, hemos sido salvados y redimidos. En Él el amor de Dios por nosotros llegó al extremo más grande, el amor de Dios se hizo misericordia. Él se entregó a la muerte por nosotros, y resucitando a la vida, nos ha hecho renacer a una vida eterna. En Jesús queridos hermanos, ustedes y yo entramos en una nueva relación con Dios, pues hemos sido hechos hijos suyos.

En el Corazón de Cristo también se nos revela también el amor con el que Padre le ha amado a Él y el amor con el cual Él ha amado al Padre, con ese mismo Amor nos ha amado a nosotros, ese amor es la fuerza que viene de lo alto, que todo lo crea y que renueva la faz de la tierra, es el Amor que nos consuela, es el Paráclito, el Espíritu Santo, que habría de iluminar y encender el corazón de todos los que gozamos de esa vida nueva de la gracia, es Él quien guía y acompaña a la Iglesia recordándole todo lo que Jesús nos enseñó y llevándonos a la verdad plena.

Es Él quien nos santifica y nos eleva a las alturas para las cuales fuimos creados. Él nos inspira en los más profundo de nuestro corazón aquella Palabra que transforma todo nuestro ser, toda nuestra historia y todo nuestro obrar.

Así queridos hermanos en el Corazón de Jesús, ustedes y yo entramos una nueva relación con este nuestro Dios, que se Uno y Trino, ya no amamos y conocemos con meras categorías y criterios humanos sino que entramos en el mismo amor de Dios, amor que viendo nuestra miseria tuvo compasión de nosotros, amor que se nos hizo misericordia.

Este Dios tan grande y poderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, mora en cada uno de nosotros por la acción de su gracia, es lo que en teología se conoce como “la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo”, que no es otra cosa que decir, Dios vive en ti. Por ello toda nuestra vida es eminentemente trinitaria. La Sagrada Escritura los testimonia:

  • “Si alguno me ama, guardará mis palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23)
  • “Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16)
  • “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros” (1 Cor 3, 16-17)
  • “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?” (1 Cor 6, 19)
  • “Pues vosotros sois templos de Dios vivo” (2 Cor 6, 16)
  • “Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros” (2 Tim 1, 14)

Ello nos debería llevar a preguntarnos: ¿Cómo puedo vivir una espiritualidad verdaderamente trinitaria? Los que han meditado sobre este tema nos proponen cuatro rasgos fundamentales:

  1. Fe viva

Por la fe hemos de recordar constantemente que somos templos de Dios, que su Espíritu habita en nosotros, que estamos no sólo ante su presencia sino que la llevamos en nosotros. En realidad, éste debería ser el pensamiento único, la idea fija y obsesionante de toda alma que aspire de verdad a santificarse. Este es el punto de vista verdaderamente básico y esencial. Todo lo que nos distraiga o aparte de este ejercicio fundamental representa para nosotros la disipación y el extravío de la ruta directa que conduce a Dios.

“Soy la pequeña reclusa de Dios, y cuando entro en mi querida celda para continuar con Él el coloquio comenzado, una alegría divina se apodera de mí. ¡Amo tanto la soledad con sólo El! Llevo una pequeña vida de ermitaña verdaderamente deliciosa. Estoy muy lejos de sentirme exenta de impotencias; también yo tengo necesidad de buscar a mi Maestro que se oculta muy bien. Pero entonces despierto mi fe y estoy muy contenta de no gozar de su presencia, para hacerlo gozar de mi amor” (Santa Isabel de la Trinidad)

  1. Caridad ardiente

Dios es amor, y la vida según Dios es la de aquella de los que le aman y buscan amar como Él nos ha enseñado en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por eso quien busca vivir una espiritualidad trinitaria, que es una espiritualidad de comunión buscará vivir en el amor. Tendrá muy en cuenta lo que san Juan de la Cruz decía cuando escribió: “A la tarde de la vida te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (Avisos y sentencias n.57).

  • A la tarde de la vida, esto es, al declinar el día de nuestra vida mortal.
  • Te examinarán en el amor: la caridad constituirá la asignatura única – o, al menos la más importante- de la que habremos de responder ante el supremo examinador (Cf. Mt 25)
  • Aprende a Amar a Dios como Dios quiere ser amado, esto es, “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4)
  • Y deja tu condición: Deja ya tu condición humana, tus miras egoístas, tu manera de conducir puramente natural. Deja ya tu vida de hijo de los hombres, para empezar a vivir de veras tu vida de hijo de Dios.

  1. Recogimiento profundo

Es preciso, sin embargo, evitar la disipación del alma y el derramarse al exterior inútilmente. En cualquier género de vida en la que la divina Providencia haya querido colocarnos, se impone siempre la necesidad de recogerse al interior de nuestra alma para entrar en contacto y conversación íntima con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es inútil tratar de santificarse en medio del bullicio del mundo, sin renunciar a la mayor parte de sus placeres y diversiones, por muy honestos e inocentes que sean. Cristo se dirigió a todos los cristianos, y no solamente a los monjes, cuando pronuncio aquellas palabras que no perderán jamás su actualidad “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9, 23). De ese recogimiento, de esa contemplación, obtendremos la fuerza para todo nuestro apostolado, nuestra misión en la Iglesia, porque lo contario a la contemplación no es la acción, sino la dispersión.

  1. Actos fervientes de adoración

El recogimiento hacia el interior de nuestra alma ha de impulsarnos a practicar con frecuencia fervientes actos de adoración a Dios. En esta línea son útiles las llamadas devociones trinitarias:

  1. El recitar pausada y meditativamente el “Gloria al Padre…” es un excelente acto de adoración y de alabanza de gloria de la Trinidad beatísima.
  2. El “Gloria in excelsis Deo” de la misa es una magnífica plegaria trinitaria, impregnada de alabanza y de amor. Muchas almas interiores hacen consistir su oración mental en irlo recorriendo lentamente, empapando su alma de los sublimes pensamientos que encierra, y dejando arder suavemente su corazón en el fuego del amor.
  3. El “Sanctus, Sanctus, Sanctus”, que oyeron cantar en el cielo a los bienaventurados el profeta Isaías (Is 6, 3) y el vidente del Apocalipsis (Ap 4, 8), debería consituir para el cristiano, ya desde esta vida, su himno predilecto de alabanza y de gloria de la Trinidad Beatísima.
  4. La Misa votiva de la Santísima Trinidad era celebrada con frecuencia por san Juan de la Cruz “porque estoy firmemente persuadido-decía con gracia- que la Santísima Trinidad es el santo más grande del cielo”.

Así pues queridos hermanos, en esta gran fiesta que celebramos hoy, con un renovado esmero demos Gloria a nuestro Dios santísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien nos ha visto con tan gran benevolencia que nos ha querido hacer entrar en una relación profunda e íntima consigo, que nos a unido a sí de un modo muy especial en el Corazón de su Hijo, en Él como decíamos al inicio hemos entrado en nueva relación, en él nuestro corazón humano que hace muchas veces experiencia de su debilidad, se ve fortalecido con por la gracia y comienza a latir nuevamente al mismo ritmo del Corazón de Dios, comienza a latir nuevamente impulsado por la fuerza del Espíritu Santo que fue derramado en él, comienza a latir a ejemplo del Corazón de Hijo que busca en todo hacer la voluntad del Padre. Que este sea nuestro anhelo profundo en este día. Amén.

“Celebramos la solemnidad de la santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» ( Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto: hacernos odiar, porque él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor, el amor es de Dios.”

Papa Francisco, 15 de junio de 2014

IMG: Mosaico Basílica de san Vital en Ravenna