Disponiendo el corazón

II Domingo de Adviento – Ciclo B

Is 40, 1-5.9-11. Preparadle el camino al Señor
Sal 84 Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación
2Pe 3, 8-14. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva
Mc 1, 1-8. Allanad los senderos del Señor

El Señor esta cerca, el Señor viene, el grito de san Juan Bautista resuena en nuestro corazón “¡Preparen el camino del Señor!” Este tiempo de dulce espera en el que nos preparamos para celebrar la santa Navidad es justamente un tiempo de conversión. Al ser invitados a prepararnos ante la celebración del nacimiento de nuestro Salvador, es oportuno que también recordemos que hemos de disponernos interiormente para hacer lugar al Señor en nuestro corazón. Esta es la ocasión oportuna y el momento adecuado para hacer un verdadero examen de nuestras vidas, se llega el fin de un año, puedo volver la mirada a lo largo del año y evaluar no tanto los acontecimientos externos a mí, sino cómo asumí todas esas realidades, sin temor a escandalizarme por lo que encontraré en mi corazón es importante escudriñarlo y sacar a la luz la propia realidad. 

Si descubro que hubo ocasiones en las que me aparté del camino del Señor, en los que no fui fiel al espíritu del Evangelio, en los que quizás fui mezquino ante el amor de un Dios tan bueno, en los que quizás aunque pude haber actuado bien pude haber sido mucho más generoso con las invitaciones que el Señor me realizaba para ser sus testigo en este mundo, no desesperemos sino con la esperanza de llegada de Aquel que todo lo puede hagamos nuevamente el propósito de aprender de Él, que manso y humilde del Corazón, nos enseña a decir “He aquí que vengo Señor para hacer tu voluntad” y ahí descubriremos como se hace vida las palabras del salmista, ya que la verdad de nuestra vida será abrazada por su misericordia, como al buscar obrar según su justicia divina encontraremos la verdadera paz del corazón. Como cristianos no examinaremos nuestra historia personal sólo para hacer buenos propósitos de año nuevo, sino que alargando la mirada en vistas de un horizonte más amplio que es la gloria futura, buscaremos verdaderos caminos de conversión, resuenan en nuestro ser las palabras de la carta de Pedro “Piensen con cuanta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor”.

Recordemos la nostalgia del cielo, el anhelo de la gloria futura, no nos hacen desentendernos de la nuestra realidad. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, antes bien nos estimula y nos compele a abrazar con mayor entereza nuestro compromiso bautismal de una vida de santidad que se manifiesta en actitudes y comportamientos concretos.


“Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.

Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios.

Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: «reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz». El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección” 

Gaudium et Spes n.39


Ese divino Niño nacido en Belén, que nació para ir del madero del pesebre al madero de la cruz en el Calvario, que resucitó al tercer día venciendo las ataduras de la muerte y que subió a los cielos para sentarse a la derecha del Padre para interceder por nosotros, ese mismo Jesús que se entregó por amor a ti y a mí, habrá de venir nuevamente, pero mientras vamos como peregrinos anhelantes de su vuelta gloriosa, hemos de recordar que su rostro se revela místicamente ante nuestros ojos en la carne del pobre y afligido, su dulce aroma se percibe en las buenas obras de los hombres justos, su voz suena en nuestro interior ante la escucha de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas de nuestra madre la Iglesia y su mano nos toca en el afecto de nuestros seres queridos.

“Hermanos, el camino del Señor se prepara caminando, y es preparándolo como se camina. Incluso aunque vayáis muy adelantados en este camino, os queda siempre algo que preparar. He aquí que, a cada paso que dais, el Señor para quien preparáis el camino viene a vuestro encuentro, un encuentro siempre nuevo, siempre mayor. Así pues, con razón el justo ora así: Enséñame, Señor, el camino de tus preceptos y lo seguiré puntualmente.

Me parece que cualquiera que se pone en marcha está ya en el buen camino: tan solo es necesario que lo haya comenzado verdaderamente que haya encontrado el camino de la ciudad habitada, tal como dice el salmo. Y Tú, Señor, nos has preparado un camino, y sólo tenemos que consentir y comprometernos en él. Yo era joven, ahora ya soy viejo y, si la memoria no me falla, si bien he visto a unos pocos prudente que lo han podido seguir hasta el final, nunca he visto a un insensato extraviarse en tu camino.”

Beato Guerrico de Igny, V sermón para el Adviento

Roguemos al Señor en este tiempo de adviento podamos entrar en nuestro interior y contemplar nuestras vidas ante la luz de su mirada, de modo que entrando en la conversión del corazón podamos preparar un lugar a este Dios bueno y misericordioso que sale a nuestro encuentro como el Buen pastor que lleva en sus brazos a los corderitos recién nacidos.

IMG: «Predicación de Juan Bautista» de Pietre Brueghel el Anciano