Sábado – I semana de Adviento
• Is 30, 19-21. 23-26. Se apiadará de ti al oír tu gemido.
• Sal 146. Dichosos los que esperan en el Señor.
• Mt 9, 35-10, 1. 5a. 6-8. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas.
Los sufrimientos y las fatigas que padecemos en lo ordinario del día a día hunden su raíz última en el pecado de Adán, aquel que por ser la desobediencia primera al plan de Dios es conocido con el nombre de pecado original, ningún ser humano está exento de la experiencia de las consecuencias que ha traído puesto que no obstante las muchas buenas intenciones que un hombre ve brotar en su corazón también es capaz de descubrir las tendencias desordenadas por las cuales termina obrando el mal a causa de la propia debilidad.
El enemigo, el homicida y padre de la mentira a menudo se vale de esto para restregarnos el pasado en la cara y hacernos caer en la trampa de la desesperanza queriéndonos convencer que no es posible salir de esta situación, para qué esforzarse, por más que luche “nada” cambiará, el mundo seguirá del mismo modo.
En medio de esta realidad, las palabras del ángel a María santísima vienen a ser para nosotros el hermoso sonido de una dulce voz que anuncia la llegada de Aquel que transformará esta historia, será un colirio en los ojos y un impulso del corazón que nos llevarán a redescubrir la historia de la humanidad y nuestra historia personal como una verdadera historia de salvación.
Las palabras del profeta Isaías, nos anuncian el fin de toda esta situación contraria puesto que la humanidad será restaurada “Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá.” (Is 30, 19), sus lágrimas serán enjugadas, sus gemidos serán escuchados, sus sufrimientos cesarán, puesto que Cristo Jesús llega como el redentor de Adán, en Él, en este bendito niño que nace en Belén cada hombre y cada mujer puede reconocer al Mesías salvador, que gran gozo embarga el alma ante la promesa anunciada al profeta, promesa que es para todos y cada uno, ¿no se estremece tu corazón al escuchar aquellas hermosas palabras: “tus ojos lo verán”? En estos tiempos tan convulsos en los que cada quien tira por su lado, en el que la voz del mundo busca sembrar confusión, donde se busca imponer la dictadura del relativismo ¿acaso no experimentamos una gran seguridad luego de que dice “Con tus oídos oirás detrás de ti una voz que te dirá: “Este es el camino. Síguelo sin desviarte, ni a la derecha, ni a la izquierda” (Is 30, 21)?
El santo Evangelio nos lleva a poner la mirada como aquella palabra anunciada por el profeta se hace manifiesta los sentimientos compasión del Hijo de Dios, la humanidad sedienta de su palabra, anhelante de su amor, se presenta como ovejas en busca de pastor, el Señor responde y convoca a apóstoles a que le ayuden en esta gran labor, como el dueño de una viña que busca obreros para cuidarla y atenderla.
Jesús sigue llamando hoy en día en sus ministros consagrados a hombres para que alienten y consuelen a su pueblo. A través de los obispos junto con sus presbíteros y diáconos la Iglesia se hace presente para socorrer a este pueblo del Señor que sufre a causa del pecado y sus consecuencias, la labor es grave y exigente por ello hemos de rogar continuamente por ellos.
«Para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. (…) Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros»
San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 17,3
Si bien hay quienes han sido llamados por una vocación particular de servicio a hacer presente a Jesucristo recibiendo el sacramento que continúa la misión apostólica, el sacramento del orden, todo cristiano está llamado a servir a sus hermanos en virtud del sacerdocio común, pero para poder vivir esa dimensión en plenitud, hemos de estar estrechamente unidos a Cristo, puesto que su Pueblo, tiene hambre de la Palabra de Dios, no anhela un consuelo terreno y efímero sino la vida eterna. Por ello aquel que busca colaborar con el Señor en la obra de la salvación debe recordar que para ser fuente hay que beber primero del agua viva que ha brotado del Costado abierto del redentor, de ahí la importancia del cultivo de la vida espiritual a través de la oración, la meditación de la Sagrada Escritura, la lectura espiritual, la mortificación, el examen de conciencia, las obras de misericordia etc.
En el Divino Niño que nace en Belén, Dios responde al Pueblo que clama en su necesidad, Cristo Jesús habrá de venir nuevamente para vencer definitivamente las fuerzas del mal e instaurar aquel domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en su descanso, que este dulce anhelo nos dé una renovada esperanza para seguir combatiendo el buen combate de la fe con la seguridad que la victoria ha sido puesta ya en nuestras manos, sólo hace falta que tu y yo la hagamos nuestra.
IMG: «El milagro de los panes y peces» de Lambert Lombard