Jueves – II semana de Adviento
Is 41, 13-20. Yo soy tu libertador, el Santo de Israel
Sal 144. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la colera y rico en piedad
Mt 11, 11-15
El Señor viendo a su Pueblo sufriente sale en su búsqueda, va a rescatarlo, se convierte literalmente en su Goel, aquel que rescata, el Redentor. Recordemos, este último título no es insignificante, aparece 14 veces en esta sección del libro de la consolación de Isaías, el Goel, es el familiar más próximo que velaba porque no se atropellasen los derechos de una persona, recobraba los bienes que pudiesen haber sido injustamente arrebatados, rescataba de la esclavitud o incluso vengaba su muerte. Al aplicar este oficio al Señor, el profeta da a entender la cercanía y relación profunda que establece entre el Señor y su Pueblo, el Señor es su defensor. “Te tengo asido por la diestra” “Yo mismo soy el que te ayuda” “No temas” todas son palabras que llaman a la seguridad y confianza en Dios, de hecho las encontramos en numerosos relatos vocacionales en la Sagrada Escritura. No obstante las humillaciones y dolores que había vivido el Pueblo, Dios no le olvida, lo trata con tanta ternura y delicadeza que incluso le asemeja a un gusanillo, un ser tan pequeño y aparentemente insignificante que carecería de valor alguno, sin embargo, no hay miserias y pequeñeces para el que ama, bajo la luz de la caridad divina, todo hombre goza de una dignidad especial, puesto que es imagen y semejanza de su Creador, cuanto más aquellos que por el Bautismo han pasado a ser hijos de Dios.
Las penas que el pecado y sus consecuencias han infligido en los hombres habrán de ser superadas, los enemigos del alma: mundo, demonio y carne, serán derrotados. Jesucristo es la respuesta de Dios a la sed de felicidad eterna que el hombre lleva en su interior, de su Corazón Santísimo brotará la fuente de agua viva que transforma la historia de la humanidad y le hace dar frutos con sabor a eternidad.
«Nuestro Señor tiene un continuo cuidado de los pasos de sus hijos, es decir, de aquellos que poseen la caridad, haciéndoles caminar delante de Él, tendiéndoles la mano en las dificultades. Así lo declaró por Isaías: Soy tu Dios, que te toma de la mano y te dice: No temas, Yo te ayudaré. De modo que, además de mucho ánimo, debemos tener suma confianza en Dios y en su auxilio, pues, si no faltamos a la gracia, Él concluirá en nosotros la buena obra de nuestra salvación, que ha comenzado»
San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 3,4.
En el santo Evangelio Jesús se declara en favor de Juan el Bautista, y revela como en él se encuentra el espíritu de Elías que ha de venir, de modo indirecto al afirmar semejante cosa, el Señor se da a conocer a sí mismo, puesto que Juan era su precursor.
Juan al igual que Jesús sufre la incredulidad de aquellos a los que se dirige su palabra, asimismo sufrirá una muerte violenta por aquellos que le admiraban, sin embargo, el Bautista no dejaba de ser un profeta, el más grande entre ellos, en palabras de Jesús “el más grande de los nacidos de mujer” y aún con ello, se consideraba poco menos que un esclavo frente a aquel a quien preparaba el camino.
El Reino de los cielos sufre violencia anunciará Jesús, si aquellos que lo anunciaron y aquel que lo instauró vivieron una verdadera Pasión, ¿qué otra cosa se espera para aquellos que anhelan pertenecer a él? Por eso el Reino exige esfuerzo. Una porción de los jefes y de los antiguos israelitas esperaban participar de él por derecho de raza como quien recibe pasivamente una herencia, sin embargo Jesús nos revela que a este Reino, al que se entra por la fe, se debe llegar combatiendo contra los enemigos del alma, no hemos de temer recordemos las palabras de la primera lectura, vamos tras la gloria del Señor sabiendo que Él es quien nos dará la victoria.
IMG: «Jesus y Juan Bautista niños» de Murillo