III Domingo de Adviento – Ciclo B
Is 61, 1-2ª.10-11. Desbordo de gozo con el Señor
Salmo: Lc 1, 46-50.54-54. Me alegro con mi Dios
1 Ts 5, 16-24. Que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor.
Jn 1, 6-8. 19-28. En medio de vosotros hay uno que no conocéis.
La Tradición de la Iglesia a este domingo en particular ha llamado desde hace muchos siglos, Domingo de la alegría, ¿por qué nos alegramos? ¿porque ya pagaron el aguinaldo? ¿porque ya se acercan las vacaciones? ¿porque estamos siendo invitados a muchas cenas festivas? No. Nos alegramos porque la navidad está cerca y su recuerdo para nosotros es el recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios, de santa María virgen, como un hombre como nosotros, nace nuestro salvador, aquel que dio su vida en la Cruz y resucitó al tercer día, venciendo el pecado y sus consecuencias, para que nosotros gozásemos de la vida de hijos de Dios.
Su llegada fue precedida por san Juan Bautista, el más grande los profetas de la antigüedad. Él tuvo la maravillosa misión de ser el precursor, aquel preparía el camino del Señor. Sabemos que un profeta es un hombre que habla la Palabra de Dios a su Pueblo, es un hombre que ha sido enviado en misión, anuncia con sus palabras y obras aquel mensaje que el Señor le comunica, y su palabra siempre se lleva a cumplimiento. ¡Cuánta alegría habrá experimentado Juan Bautista al escuchar como las profecías de los antiguos profetas de Israel acerca del Mesías se iban cumpliendo! ¡cuánta alegría habrá experimentado al escuchar como entra Jesucristo por el camino que el venía preparando! Por ello la alegría más grande debe haber sido, el que sus discípulos se fueran detrás de Jesús. San Francisco de Sales daba tres razones por las cuales Juan envió a sus discípulos:
«La primera para que todos conocieran al Señor. Juan había predicado tanto sobre su venida, sus maravillas y sus grandezas, que les envió hacia Aquel que él les había anunciado. Esa es verdaderamente la meta principal de todos los predicadores: hacer conocer a Dios. Los maestros, los que tienen el gobierno o cura de almas no deben buscar ni procurar sino a Aquel a quien ellos predican y en nombre del cual enseñan. Y tal era el deseo de ese glorioso santo. La señal para encontrar a Dios y conocerle es Dios mismo…
La segunda razón por la que los envió fue porque él no quería atraerlos hacia sí, sino hacia su Maestro, a cuya escuela él los enviaba para ser instruidos de sus propios labios… Como si dijera: «no me basta con aseguraros que es el que esperamos, sino que os envío para que Él mismo os instruya.» Y ciertamente, los que tienen cura de almas jamás harán nada de importancia si no envían a sus discípulos a la escuela de nuestro Señor, si no los sumergen en ese mar de ciencia, si no les insisten y dirigen hacia el Salvador para ser instruidos por Él.
La tercera razón fue para que no se apegasen a su persona, temiendo que cayeran en el gran error de valorarle más a él que al Salvador.»
La alegría cristiana, es fruto de ese encuentro con Cristo, aquel que se sabe amado cree en la palabra del que le ama, Cristo ha vencido ya los enemigos del alma (mundo, demonio y carne), ha vencido al pecado y su consecuencias, y cuando nosotros por la fe entramos en su voluntad, vencemos también con Él y comenzamos a gozar de los frutos de la vida eterna, recordando que vamos como peregrinos hacia el cielo y en la espera su triunfo definitivo en su segunda venida. El amor de Dios hace nacer en nosotros la fe, por la cual creemos su palabra, y la esperanza por la cual anhelamos y confiamos en su cumplimiento.
“La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1Co 13, 12), «tal cual es» (1Jn 3, 2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ”
Catecismo de la Iglesia Católica n. 163
Hermanos entremos nosotros también en esta santa alegría al recordar el nacimiento de Jesús, Dios ha cumplido su palabra, Él vino por amor a ti y por amor a mí, hagamos caso de la palabra de san Pablo cuando decía a los Filipenses “Alégrese en el Señor, se los repito, estén siempre alegres” (Flp 4,4)
IMG: «San Juan indica a Cristo para Andrés y Juan» de Ottavio Vannini