Gaudete, gaudete, Christus est Natus

Natividad del Señor (a la media noche):
Is 9, 1-3.5-6. Un hijo nos ha nacido
Sal 95. Hoy nos ha nacido el Salvador
Tt 2, 11-14. La gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres
+Lc 2, 1-14. Hoy nos ha nacido el Salvador

En esta hora en que todo está oscuro nos encontramos como Pueblo de Dios para celebrar con gozo la Sagrada Liturgia en conmemoración de aquella noche grande, de aquella noche feliz, de aquella noche en el que el Hijo de Dios nació en Belén de Judá. La Liturgia de la Palabra a través de la voz  del profeta nos anuncia la llegada de un salvador, el cual ha venido a traer la paz fruto de la justicia y el derecho, el cual ha nacido y reposado en la madera de un pesebre para, años más tarde, liberarnos del pecado y de la muerte al ser crucificado en el madero de la cruz, Él es la luz que disipa toda tiniebla de los ojos de los hombres y les permite ver con la claridad de Dios toda la historia.


«Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6  – 7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8  – 20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

La Virgen da hoy a luz al Eterno
Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban
Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros,
Niño pequeño, ¡Dios eterno!

(Kontakion, de Romanos el Melódico)»

Catecismo de la Iglesia Católica 525


Querido hermano, la Navidad para nosotros tiene un significado concreto, Cristo nació, y lo hizo para enseñarte el camino al cielo entrando en la conversión, para anunciarte la verdad sobre ti mismo, ser un hijo amado del Padre, y para transmitirte la vida, y la vida eterna; Cristo nació para sufrir por ti, para morir por ti, para derramar hasta la última gota de su sangre por amor a ti, y para un día resucitar por ti abriéndote las puertas del paraíso. Cristo vino al mundo para reconciliarnos con Dios, para que conociésemos el amor de Dios y para ser para nosotros un modelo santidad.

«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?»

San Gregorio de Nisa, or. catech. 15.

San Pablo nos recuerda que los hombres que han conocido la fuerza del amor de Jesucristo, no quedan indiferentes, antes bien, descubren que su luz penetra hasta las profundidades más íntimas de su ser, ilumina todo pensamiento, todo sentimiento, toda palabra y toda obra, esta luz lleva al hombre a conocer la grandeza de su vocación de hijo amado, de ciudadano del cielo, de ser imagen y semejanza de Dios. Consecuentemente el hombre es movido por la fe a aborrecer el pecado y lanzarse a una vida virtuosa, una vida en la que todo su ser se une armoniosamente en el amor a la voluntad del Padre, de modo que su corazón abandonada toda mundanidad late al ritmo del Corazón de Jesús, y no anhela otra cosa sino conocer, amar y servir a un Dios tan bueno.

En Navidad, queridos hermanos, contemplamos en el Divino Niño a Dios que se ha hecho hombre, para llevar a los hombres a gozar de su vida Divina. Es Cristo que nos invita a entrar en la infancia espiritual para que el Espíritu Santo no haga conformes a Él.

«»Hacerse niño» con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3  – 4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario «nacer de lo alto» (Jn 3, 7), «nacer de Dios» (Jn 1, 13) para «hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo «toma forma» en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este «admirable intercambio»»

Catecismo de la Iglesia Católica 526

Desde su nacimiento, nuestro amado Jesús nos enseña el camino hacia el cielo, la vía de la humildad, Jesús nace en un pueblo pequeño y desconocido, en Belén, santo Tomás de Aquino dirá que «Con esto confundió a la vez la vanidad de los hombres, que se glorían de traer su origen de ciudades nobles, en las que buscan también ser especialmente honrados. Cristo, por el contrario, quiso nacer en una población desconocida, y padecer los agravios en una ciudad ilustre.» Como lo era Jerusalén.

Gran misterio que se nos revela en este Niño bendito, el camino hacia el cielo se nos abre en la pequeñez, con razón decía san Ambrosio al meditar esto acontecimientos que:

«Él ha sido pequeño, Él ha sido niño, para que tu puedas ser varón perfecto; Él ha sido envuelto con pañales, para que tú puedas ser desligado de los lazos de la muerte; Él ha sido puesto en un pesebre, para que tú puedas ser colocado sobre los altares; Él ha sido puesto en la tierra, para que tú puedas estar entre las estrellas; Él no tuvo lugar en el mesón, para que tú tengas muchas mansiones en los cielos Él siendo rico, se ha hecho pobre por vosotros, a fin de que su pobreza os enriquezca (2 Co 8,9). Luego mi patrimonio es aquella pobreza, y la debilidad del Señor es mi fortaleza. Prefirió para sí la indigencia, a fin de ser pródigo con todos. Me purifican los llantos de aquella infancia que da vagidos, aquellas lágrimas han lavado mis delitos. Te debo más oh Señor Jesús! Por tus sufrimientos que me redimieron, que por tu obras me crearon. De nada me hubiera servido haber nacido sin el provecho de la redención»

San Ambrosio, Exposición sobre el Ev. De Lucas 2, 41-42

La verdadera y mejor celebración no se mide en quien hace la fiesta más esplendorosa, ni en quien tiene más comida, ni en quien ha gastado más dinero para pólvora, ni en quién ha comprado o recibido más regalos, la mejor celebración de navidad no se mide por los vestidos lujosos ni por la decoraciones de la casa, la mejor celebración de la navidad no se mide por la música y el baile; la mejor celebración de navidad es aquella que se preparó en el silencio de la oración, en la escucha de la Sagrada Escritura, en la confesión sacramental, en las obras de misericordia, y que tiene su ápice en la Celebración de la Sagrada Eucaristía.

Hermanos, no es que la convivencia con familiares y amigos, o la fiesta, o la cena, o el intercambio de regalos y las decoraciones navideñas estén mal, al contrario son algo muy bueno, siempre y cuando sean un reflejo externo de la realidad interna que es el encuentro con Cristo nacido en Belén. La navidad es Cristo, hermanos y hermanas, y sólo en Él tiene su sentido pleno toda celebración que hacemos. Por eso venimos a la santa Misa en este ocasión, por eso nos congregamos como asamblea orante, por eso jubilosos participamos en esta celebración, porque hoy al contemplar al niño Jesús nacido en Belén, contemplamos a Aquel que nos amó primero.

¡Qué bondad! ¡Qué amor! ¡Qué felicidad! Nuestro corazón se goza ante esta Buena Noticia, con razón san Bernardo escribía:

«Reanimaos los que os sentís desahuciados: Jesús viene a buscar lo que estaba perdido. Reconfortaos los que os sentís enfermos: Cristo viene para sanar a los oprimidos con el ungüento de su misericordia. Alborozaos todos los que soñáis con altos ideales: el Hijo de Dios baja hasta vosotros para haceros partícipes de su reino. Por eso imploro: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré a salvo; dame tu gloria, y seré glorificado. Y mi alma bendecirá al Señor, y todo mi interior a su santo nombre, cuando perdones todas mis culpas, cures todas mis enfermedades y sacies de bienes mis anhelos.»

¡Alabado sea Jesucristo!

Img: Miniatura medieval del salterio Arundel MS 157