VI DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
1 Jn 2, 12-17. El que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna
Sal 95. Alaben al Señor, todos los pueblos
+Lc 2, 36-40. Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Israel
En la lectura continuada que llevamos de la primera carta de san Juan, encontramos en esta ocasión un texto bellísimo y lleno de una rica enseñanza para nuestra vida espiritual. El apóstol comienza como un padre cariñoso llamando “hijitos” a los destinatarios de la carta, se vuelva así con ternura y suavidad a recordarles que todos ellos son hombres que han tenido ya una experiencia del Señor, son una comunidad de personas que han vivido un encuentro con Jesucristo de ojos abiertos y corazón palpitante el cual no los ha dejado indiferentes y ha transformado sus vidas; luego se detiene en dos categorías de personas dentro de la comunidad, primero, los adultos, a quienes caracterizará por la profundización en su conocimiento sobre Dios y la vivencia de los mandamientos, son aquellos que han conservado la comunión con el Padre a quien conocieron y aman desde hace tiempo. En segundo lugar identifica a los jóvenes, a quienes elogia por su capacidad para combatir el vicio y progresar en la virtud, son aquellos que obtienen la victoria sobre el enemigo gracias a la acción de la Palabra de Dios en sus vidas.
En un segundo momento, luego de haberles tratado con tanto amor y cómo el Señor ha transformado sus vidas, el apóstol buscará invitarles a estar atentos y vigilantes, a no dejarse arrastrar por el mundo, el cual podría arrebatarles ese precioso tesoro que ahora custodian.
Cuando hablamos de esta categoría de “mundo” en los texto joánicos, éste presenta un carácter peyorativo, se trata del reino de satanás, con su sus doctrinas erradas y malvadas así como los pecados a lo que esto conlleva, hoy en día esto queda enunciado en lo que podríamos llamar “mundanidad”. El hombre no obstante haber renacido por las aguas del Bautismo y haber sido lavado de la mancha del pecado original, conserva en su interior, al modo de un herida, una inclinación o tendencia hacia ciertos desordenes que podrían apartarle del camino de Dios y susceptible de dejarse llevar por la mundanidad, se aparta del Creador por quedarse con la criatura, hace fin suyo aquello que sólo es un medio, a esta inclinación es a lo que llamamos concupiscencia.
San Juan la clasifica entres tipos:
- La primera: concupiscencia de la carne. Santo Tomás de Aquino dirá que esta puede llamarse natural en cuanto que se relaciones a las “cosas que con se sustenta la naturaleza del cuerpo, ya en cuanto a la conservación del individuo por ej, la comida y la bebida y cosas semejantes, ya en cuanto a la conservación de la especie como ocurre en las cosas venéreas” (Sth I-II, q. 77 a.5) Este decir, que se trata esa tendencia a dejarnos llevar por el deseo desordenado de placer y el horror sufrimiento, en un primer momento es claro que se refiere a todo aquello que deriva de la sensualidad, sino también de la búsqueda por obtener siempre lo más cómodo que viene de la pereza;
- La segunda es la concupiscencia de los ojos, ésta sobre todo una concupiscencia anímica ya que va sobre aquellas cosas que no procuran sustento o delectación por los sentidos de la carne, sino que son deleitables por la aprehensión de la imaginación o por una percepción similar, como son el dinero, el ornato de los vestidos y cosas semejantes” (Sth I-II, q. 77 a.5) es frecuentemente asociada a esa tendencia a dejarse llevar solo por la superficialidad, sólo por aquello que se ve como por ej. Las riquezas. Si vemos en el fondo lo que hay es un desorden en el modo de conocer, por ello aquí también se ha incluido lo que en espiritualidad se llama la vana curiosidad, todo hombre lleva en su interior ciertamente un deseo de conocer la verdad, y esto que es muy loable y puede ser ocasión de la sana virtud de la estudiosidad, pero si no se ordenada adecuadamente puede degenerarse en este vicio, santo Tomás de Aquino dice que hay cuatro modos en que esto ocurre: cuando por estudiar lo menos útil se retrae uno de estudiar lo que es necesario; cuando uno se afana por aprender de quien no debe (por ej. La adivinación), deseando conocer la criaturas sin ordenarlo al Creador y cuando nos queremos aplicar al conocimiento de la verdad por encima de la vanidad de nuestro ingenio lo cual conduce al error (cf. Sth II-II, q. 167 a.2)
- La tercera, la soberbia de la vida, se refiere al apetito desordenado por el bien arduo, pues la soberbia es el afán desordenado de propia excelencia, se trata de un anhelo malsano de búsqueda de honores, cayendo en la vanidad y vanagloria. Es la jactancia de los bienes terrenos, de las riquezas y de la fortuna, la idolatría del propio yo, la autosuficiencia o como diría el Papa Francisco la “autorreferencialidad”. La persecución del fasto, el lujo excesivo y exaltación de sí mismo.
La mundanidad en nuestra vida entra cuando nos dejamos arrastrar por esas tendencias que provocan en el alma un desorden, el entendimiento se embota por la experiencia desordenada que le llega de los sentidos y la voluntad por tanto no obra según la recta razón . De ordinario el entendimiento debería aprovechar rectamente las experiencias percibidas por los sentidos e indicar a la voluntad su recto obrar. Y en un cristiano ese entendimiento no seguiría solamente su luz natural, que ya sería una grande cosa, sino que sería enriquecido aun más gracias a la luz de la fe.
El hombre mundano no es sino un hombre que lleva un desorden interno, el cual tiene como consecuencia una vida infeliz pues no goza de paz interior. San Agustín definía la paz como “la tranquilidad en el orden”. Nos surgiría la pregunta ¿cómo puedo obtener esta paz? ¿cómo luchar contra estas tendencias? ¿Cómo ordenarme interiormente?
Volvemos entonces a donde comenzamos, por nosotros mismo no podemos nada, sin embargo, por la acción de la gracia de Dios en nosotros es posible. La Buena Nueva que nos anuncia la llegada de Jesucristo nacido en Belén es el misterio del Verbo de Dios encarnado, nuestro Dios haya asumido nuestra naturaleza humana para redimirla y liberarla de las ataduras del pecado y de la muerte por su pasión, muerte y resurrección. El encuentro con este Dios que se hizo hombre por amor, para que nosotros pudiésemos llegar a ser como Él, es la esperanza que nos sostiene en medio del buen combate de la fe, día con día. Así como aquellos primeros cristianos, también resuenan en nuestro corazones esas palabras de san Juan que nos recuerda que hemos hecho experiencia de Jesús en nuestra historia, que no podemos quedar indiferentes, también nosotros nos sentimos reanimados.
Nuestra madre, la Iglesia nos ofrece los medios para ordenar nuestra vida interior y corresponder al amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, a saber, la vida sacramental ( de modo especial la Eucaristía y Confesión frecuente), la vida de oración, la meditación de la Sagrada Escritura, la lectura espiritual, las mortificaciones que nos imponemos bajo la guía de un Padre espiritual, la participación en una pequeña comunidad, movimiento apostólico etc.
El Papa Francisco constantemente nos pone en guardia contra la mundanidad y nos propone como ejercicio de combate la contemplación del crucifijo a continuación un extracto de una de sus homilías (13 de octubre de 2017) al respecto:
«¿Yo miro a Cristo crucificado? ¿Yo, a veces, hago el vía crucis para ver el precio de la salvación, el precio que nos ha salvado no solo de los pecados sino también de la mundanidad?». Y después, prosiguió, «como he dicho», es necesario «el examen de conciencia» para verificar «qué sucede, pero siempre delante del Cristo crucificado la oración». Es más, añadió el Pontífice, «nos hará bien hacerse una fractura, pero no en los huesos: una fractura a las actitudes cómodas: las obras de caridad». En resumen: «yo soy cómodo, pero haré esto que me cuesta». Por ejemplo «visitar a un enfermo, dar una ayuda a alguien que lo necesita: una obra de caridad». Y «esto rompe la armonía que trata de hacer este demonio, estos siete demonios con la cabeza, para hacer la mundanidad espiritual».
El cristiano tiene todo los medios para hacer de estas tendencias una ocasión de mérito, así venciéndolas, el Señor Jesús el glorificado en nuestras vidas, pues por su gracia bendita realmente vivimos aquello que decimos en el Padre Nuestro, puesto que santificamos el nombre de Dios.
Que esta carta de san Juan nos anime y motive a vivir estos días de fiestas navideñas como una ocasión propicia para dar gloria al Padre, contemplando los misterios de la infancia de Jesús. Así llenos del Espiritu Santo como la profetiza Ana en el templo podremos bendecir a ése Dios que es tan bueno y amoroso con nosotros, la anciana profetiza porque contempla el Niño en quien se cumplirán las promesas, nosotros hoy nos podemos alegrar porque vemos las promesas de Dios cumplidas ya en nuestras vidas cada vez que correspondemos a la acción de su gracia,
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de estar perseverar fielemente en la vida de fe aprovechando los medios que nos concede para ello.
IMG: Tríptico Galitizin del Perugino