31 de diciembre
1Jn 2, 18-21. Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
Sal 95. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Jn 1, 1-18. El Verbo se hizo carne.
Las palabras con las que se inicia el Evangelio del discipulado amado ciertamente son hermosas, llenas de admiración y sumamente claras, aunque a la vez poseen un contenido muy profundo en términos de fe, comentarios de abundantes teólogos y biblista al mismo nos ilustran la grandeza que de Dios que se nos ha transmitido por manos del Evangelista inspirado por el Espíritu Santo.
A modo general y sencillo en el marco de este tiempo de navidad que se celebra podríamos tomar como referencia el versículo 14 “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Que dicha para la humanidad entera, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad Santísima, aquel que fue generado por el Padre desde toda la eternidad, vino a habitar entre nosotros, la gloria de la divinidad la hemos contemplado en un pequeño niño nacido en Belén.
“la palabra «carne», según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo el aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto para decirnos que la salvación traída por el Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en que se encuentre. Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamarle, en su Hijo unigénito, con el nombre de «Abbá, Padre» y ser verdaderamente hijos de Dios.”
Benedicto XVI, 3 de enero de 2013
No hallando posada donde nacer, hizo del mundo entero su morada para habitar, para dársenos a conocer, para que fuésemos capaces de ver que Dios no es indiferente a nuestra historia, Él se ha preocupado por nosotros y llegada la plenitud de los tiempos nos envió a su envió a su Único Hijo para salvarnos y hacernos partícipes de su amor, ciertamente aquellos que no han querido entrar en caminos de conversión se han cerrado a esta acción de su gracia bendita, pero a quienes la han acogido los ha hecho resplandecer de su gloria. ¡Este pasaje ha de ser contemplado con gozo y reverencia! Dios nos ha amado, ha querido salir a nuestro encuentro, está llegando continuamente a nosotros, envía sus testigos como Juan Bautista para preparar el camino, e irrumpe con la fuerza del amor en nuestras vidas, puso su morada entre nosotros, dio su vida por nosotros para que nosotros gozásemos de la suya ¿que más necesitamos saber?
Haciendo eco de las palabras de Teodoreto, obispo de Siria en el siglo V, nos recordaba en aquella ocasión que:
«La encarnación de nuestro Salvador representa la más elevada realización de la solicitud divina en favor de los hombres. En efecto, ni el cielo ni la tierra, ni el mar ni el aire, ni el sol ni la luna, ni los astros ni todo el universo visible e invisible, creado por su palabra o más bien sacado a la luz por su palabra según su voluntad, indican su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que subsistía en la naturaleza de Dios (cf. Flp 2, 6), reflejo de su gloria, impronta de su ser (cf. Hb 1, 3), que existía en el principio, estaba en Dios y era Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1, 1-3), después de tomar la condición de esclavo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado hombre, se le vio en la tierra, se relacionó con los hombres, cargó con nuestras debilidades y tomó sobre sí nuestras enfermedades…El Creador, con sabiduría y justicia, actuó por nuestra salvación, dado que no quiso servirse sólo de su poder para concedernos el don de la libertad ni armar únicamente la misericordia contra aquel que ha sometido al género humano, para que aquel no acusara a la misericordia de injusticia, sino que inventó un camino rebosante de amor a los hombres y, a la vez, dotado de justicia. En efecto, después de unir a sí la naturaleza del hombre ya vencida, la lleva a la lucha y la prepara para reparar la derrota, para vencer a aquel que un tiempo había logrado inicuamente la victoria, para librarse de la tiranía de quien cruelmente la había hecho esclava y para recobrar la libertad originaria»
(Discursos sobre la divina Providencia, 10: Collana di testi patristici, LXXV, Roma 1998, pp. 250-252).
Alejarnos de esta verdad, olvidarnos que es el mismo Dios que ha venido a unirse y rescatar nuestra humanidad en el Corazón santísimo de Jesús, nos llevaría perder nuestra esperanza, de hecho los “anticristos” que menciona la primera carta de san Juan, son precisamente hombres que han enseñado en las primeras comunidades cristianas ciertos errores como este, negando la divinidad de Jesús llevaban por caminos llenos de la tiniebla del error, esto tendría graves consecuencias para la vida de fe, puesto que la Encarnación del Verbo, la unión de la naturaleza divina con nuestra naturaleza humana es la razón por la cual Jesús se nos hace modelo humanidad, causa de redención y de participación en la vida divina.
“Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (const. Gaudium et spes, 22; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 359). En aquel niño, el Hijo de Dios que contemplamos en Navidad, podemos reconocer el rostro auténtico, no sólo de Dios, sino el auténtico rostro del ser humano. Sólo abriéndonos a la acción de su gracia y buscando seguirle cada día, realizamos el proyecto de Dios sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros.”
Benedicto XVI, 9 de enero de 2013
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber descubrir en el niño Jesús este gran designio de su amor, y al contemplar la misericordia infinita de nuestro redentor nos sintamos también nosotros movidos a corresponderle con un corazón agradecido.
IMG: Fotografía que presenta a un sacerdote leyendo el «último Evangelio» mientas celebra la Santa Misa en forma extraordinaria, al final de ésta siempre se lee el prólogo del Evangelio de San Juan