7 de enero o lunes después de Epifanía
1 Jn 3, 22-4,6. Examinen toda inspiración para ver si viene de Dios
Sal 2. Yo te daré en herencia todas las naciones
Mt 4, 12-17.23-25. Ya está cerca el Reino de los Cielos
En consonancia con la fiesta que recién hemos celebrado en la Epifanía del Señor, los textos de la Sagrada Liturgia en este día buscan llevarnos a poner la mirada en esta luz de Cristo, que nos ha manifestado a Dios y su plan de salvación para todos los hombres. El mismo ministerio de Jesús tiene su comienzo en Galilea, una región próspera y multicultural, puesto que en ella habitaban personas de diferentes naciones, los judíos de hecho se dicen que representaban si acaso un tercio de la población.
Ahí es donde Jesús realizará aquellos grandes prodigios que moverán a las multitudes a volverse hacia Él, manifestando así la llegada del Mesías, el triunfo de Dios sobre las fuerzas del pecado y sus consecuencias que tanto han oprimido al hombre. Pero no hemos de olvidar que en medio de todas estas realidades, la Palabra que Cristo nos anuncia y por la cual nos quiere llevar a vivir en esa luz que no conoce el ocaso, es una palabra que nos invita a un cambio de vida, su ministerio público comienza de esa manera “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”.
A través de sus palabras y obras, nuestro Divino Maestro, nos ilumina para mostrarnos cual es la verdadera vida de los hijos de Dios, Él es nuestro modelo supremo de santidad, entrar en la conversión ciertamente es un morir a nuestro hombre viejo, al yo que se deja arrastrar por las seducciones del mundo, del demonio y de la carne, para vivir la vida nueva que Cristo inauguró con su resurrección. Rompiendo con el mal el hombre se dispone a entrar en el Reino de los cielos.
Dicho esto, hemos de reconocer que en ocasiones en este volvernos a Cristo, encontramos una serie de dificultades que se vuelven como la niebla en la carretera y que nos impiden ver con claridad el camino hacia el cielo ¿Cuántas veces la gran variedad de opiniones que rondan los medios de comunicación social o las redes sociales nos hacen sentirnos agobiados? ¿Cuántas veces incluso en nuestras comunidades o familias escuchamos o vemos actitudes de un Evangelio vivido a medias? ¿Cuántas veces escuchamos la famosa frase: “yo soy cristiano o yo soy católico pero no estoy de acuerdo con la Iglesia en esto” haciendo parecer como si la fe fuese una cosa enteramente subjetiva?
Frente a esa multitud de interrogantes la Palabra de Dios resplandece como un faro y nos arroja una luz admirable, la luz de Cristo que disipa toda tiniebla. La primera carta de san Juan nos invita a estar vigilantes a no dejarnos llevar por falsedades en la vivencia de nuestra fe puesto que existen numerosas maneras en que un cristiano puede desviarse, particularmente, cuando quiere hacer la vida cristiana a su manera, y se olvida que en primer lugar se es discípulo. San Juan nos la pauta para discernir el buen espíritu del malo: la humanidad de Cristo
“Todo aquel que reconoce a Jesucristo, Palabra de Dios, hecha hombre, es de Dios”. Hoy en día hay diversos modos en que nos vemos tentados a negar la humanidad de Cristo, al caer reducirlo a una teoría sin fundamento en la realidad, al dejar la fe en un mero moralismo que no implica una relación personal con Cristo, al reducir nuestra relación con Él al sentimentalismo que no profundiza en su verdad, al rechazar el valor redentor del sufrimiento negando la Cruz, etc. El Señor en el Niño nacido en Belén y manifestado a los Magos de oriente, se nos muestra encarnado, no es simplemente un gurú, un fiscalizador moral o una canción bonita, es el Dios vivo y verdadero, que nos ama y por amor entró en la historia de la humanidad para poder entrar en la historia de cada uno de nosotros y transformarla desde dentro dándonos a conocer quien es Él y quienes somos nosotros según su plan de salvación.
“La confesión de la venida de Cristo en la carne no se hace con la lengua sino con los hechos. ¿Cómo? Pablo dice: “llevando siempre la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús se haga evidente en nuestro cuerpo” (2 Co 4, 10). En efecto el que tiene a Jesús activo en su interior y ha muerto para el mundo y ya no vive para el mundo, sino para Cristo y lleva éste no sólo en la carne de Cristo, sino también en la suya propia, éste es ciertamente de Dios”
Ecumenio, Comentario a la primera carta de Juan
Nos encontramos en el tiempo en que contemplamos los inicios de la misión de nuestro Salvador, una vez se ha manifestado a los hombres, tanto a aquellos que esperaban las promesas del mesías que había de nacer reflejado en los pastores, así como a la humanidad entera representada en aquellos tres magos venidos del oriente.
El evangelista nos presenta a Jesús como el cumplimiento de las promesas realizadas desde antiguo, en el encontrarían alegría aquellos hombres que tanto anhelaban la respuesta de Dios a las problemáticas de su tiempo, en Cristo, el Señor entra en la historia, es más, los hombres hacen experiencia del Hijo de Dios hecho hombre como el Señor de la historia. Su misión se presenta en un territorio muy variopinto, se trata por tanto de una ciudad en la que conviven varias culturas, será ahí donde san Mateo situará el inicio del ministerio público de Jesús, será ahí donde resonará por primera vez aquellas palabras benditas: “Conviértanse, porque está por llegar el Reino de los Cielos”.
Con sus palabras y obras el Verbo encarnado nos muestra el amor del Padre dice la Sagrada Escritura que iba “enseñando en la sinagogas, predicando el Evangelio…y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo”…se cumplen las palabras del Benedictus “El Señor ha visitado y redimido a su pueblo”
El hombre puede recuperar la esperanza en el Señor, este Niño que nació en Belén crecería para “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” en Él todo hombre recuperó la esperanza de la vida, una vida eterna y preciosa, una vida de gozo en Cristo, con Cristo y al estilo de Cristo, dirá san Juan Pablo II: ≪Así pues, todos los pecadores tienen siempre abierta una puerta de esperanza. “El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia” (Orientale lumen, 15).≫
Que al contemplar al niño nacido en Belén, encontremos en el la luz que disipa las tinieblas del pecado y descubramos al Dios vivo y verdadero que se encarno por amor para la salvación de todos los hombres.
IMG: «Curación de la suegra de Pedro» de John Bridges