Escuchando la voz del Señor

Todo hombre desde niño debe aprender diferentes habilidades que le permitan desarrollar sus potencialidades y poder vivir bien. Este proceso natural de aprendizaje también se vive en el plano sobrenatural. La primera lectura y el Evangelio nos muestran como tanto el joven Samuel como Andrés y el otro discípulo se encuentra bajo el cuidado de un maestro, tanto Elí como Juan Bautista les enseñan a discernir la voz de Dios que les habla, el paso del Señor por su historia. La fe es ciertamente así, es un don que nadie se da a sí mismo, sino que se recibe. Todos de una manera u otra hemos recibido la Buena Nueva del Evangelio y hemos vivido un encuentro con Cristo gracias a la experiencia de fe de otro que nos lo ha transmitido, por regla general nuestros padres en primer lugar, los sacerdotes, los catequistas, los propios amigos, etc. 

Hay alguien que nos ha transmitido la fe y que nos enseña a discernir el paso de Dios por nuestra historia, sin embargo hay otro elemento, no basta creer, el discernimiento no tiene como miras un conocimiento meramente especulativo, sino que nos debe llevar a la acción, a obrar conforme a lo que se cree, de ahí la gran enseñanza que nos refleja el salmo, estamos ante la respuesta a la llamada de Dios, al paso de Dios, cuando dice “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”, lo vemos también reflejado en los discípulos que a la invitación de Jesús “Vengan y lo verán” fueron y se quedaron con Él. 

Dios continúa a hablar hoy, nos llama junto a Sí, nos invita abrir nuestro corazón a su voluntad, y ¿qué es lo que Dios quiere de nosotros? ¿a qué nos llama? Ante estos relatos que venimos meditando, y que habitualmente reciben el calificativo de “vocacionales”, hemos de recordar cuál es nuestra vocación primera, sabemos que todos y cada uno de los bautizados está llamado a la vida, a la santidad, a configurar su corazón con el de Cristo Jesús, a vivir nuestra dignidad altísima de hijo de Dios. Muchas veces hoy en día parece que nos olvidamos de esto. La llamada del hombre a la vida eterna no es simplemente evitar el pecado, que ciertamente hay que hacerlo, sino que hemos de hacer el bien, vivir en el amor, buscar ser mejores personas para mayor gloria de Dios, en palabras sencillas podríamos decir no se trata simplemente de no ser malcriado y grosero, sino de ser atento y bondadoso, no es sólo no decir malas palabras sino de ser profetas de esperanza, no se trata simplemente de evitar decir mentiras sino de vivir en la verdad, podríamos poner más ejemplos, cada uno sabe de que pierna cojea, miremos el ejemplo de los corintios, san Pablo sabe de los pecados que abundaban en aquella ciudad portuaria, pero él no sólo se limita a decir “no forniquen” sino que les enseña la altura de su dignidad de cristianos cuando les dice que son “Templos del Espíritu Santo”, es conforme a eso que se ha de vivir.

Asimismo dentro de la vocación a la santidad cada uno ha de vivir los aspectos particulares de esta según su estado de vida, según sean casados, solteros, religiosos o sacerdotes, cada uno debe dejarse iluminar la luz de la Iglesia que nos ha transmitido la fe y nos enseña el modo en que hemos de atender la voz del Señor que nos llama. Incluso las misiones particulares que cada uno desempeña al interno de la Iglesia según sus obras de apostolado se ven animadas por este mismo espíritu de discernimiento de la voz del Señor. La obra es de Él, he ahí nuestra confianza. 

Aunque el mundo presenta hoy en día estas realidades no sólo como arduas sino hasta imposibles, sin embargo, Dios es justo y fiel, y no nos pedirá algo para lo cual Él no nos dé la gracia para cumplir, son un gran testimonio de vida los misioneros, que se embarcan a tierras distantes para anunciar a Cristo Jesús confiando en la asistencia del Espíritu Santo que ha llegado antes que ellos a esos lugares a donde se dirigen. Cuando en este peregrinaje rumbo a la patria eterna nos sintamos cansados o desconsolados por las tribulaciones que hemos de padecer en el seguimiento de Cristo, cuando quizás tengamos ganas de tirar la toalla, recuerda, la Iglesia que comenzó con una joven virgen y un carpintero que acogieron la llamada de Dios colaborar con la salvación de la humanidad, la Iglesia que tuvo por primeros misioneros a unos pocos pescadores, la Iglesia, que se manifiesta en la vida de cada uno de los bautizados alrededor del planeta, no tiene su fuerza motor en grandes habilidades o discursos sumamente elaborados sino en la obediencia la Palabra del Señor, por lo que si hoy escuchas la voz del Señor responde con confianza “Habla, Señor, que tu siervo escucha” .

Lecturas:
1 S 3, 3-10.19 Habla, Señor, que tu siervo escucha
Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1 Co 6, 13-15.17-20. ¡Sus cuerpos son miembros de Cristo!
Jn 1, 35-42. Vieron donde vivía y se quedaron con Él

II Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

IMG: «San Juan Bautista que señala a Cristo para Andrés» de Ottavio Vannini